La piel tiene un poder incontestable. El roce suave de estos labios en tu soleada piel nubla la tormenta de los tiempos. Ahora, ya sin la brecha de la distancia, sin el foso incontestable de la espera, no cejo en mi empeño de conquistarte, de buscarte entre la olorosa ropa del tendal en el que colgamos algunos días nuestra sonrisa. Me gusta sentirte cerca, saber que hay algunas palabras esperándome, que las yemas de tus dedos conjugan armonías con caricias, que la luz con que tus ojos me regalan las mañanas es la misma en que puedo encontrar la calma de las noches.
Hoy, cuando el tiempo hace una muesca más en esta vida con-sentida, no me resigno a los recuerdos ni a las hipotecas; a lo posible ni a la desgana. Más bien, me consagro al deseo, a ese hambriento deseo de vivir-te, de oler-te, de acompañar-te hasta que el tiempo nos olvide y seamos no más que pasado.
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