Así de callado paso los días.
Grito a cada instante para instalar el silencio
en estas calles
tan atestadas,
tan estancadas, tan obstinadas en no reventar.
Callo para no
contarle a la vecina que vende prendas de otro tiempo que nuestro tiempo es el
de la revuelta. Callo para no tener que confesar ante ese calvo de pestañas que
la vista cansada es mal que solo aqueja a quien no sabe mirar.
Callo para poder ocupar mi boca en tus menesteres. Callo
para no caer en el abismo de los mudos días de mi gente. Callo sin dejar de
hablar, ni debajo del agua –dicen los poco observadores-, porque hablar es
privilegio de pájaros (Mariano dixit) y callar, delito de humanos.
Paso los días callado para despertar todas las sospechas y
para levantar las liebres que se esconden bajo la túnica de los complacientes.
Callo porque me sale del alma el grito, el llanto, la voz común, el gorjeo de
los corderos, el aullido de los colibríes que no acuden a beber a mi ventana.
Callo porque me da la gana.
Y de esta forma,
ruidosa,
irreverente,
desvergonzada,
inútil,
terapéutica
paso mis días.