No sé muy bien qué hacer con esta tristeza. Es casi
estúpida. La consciencia es un estado doloroso, apenas innecesario. Una muerte más
que apuntar a la injusticia. ¿Y qué más da? El espacio del No Ser cada día está
más abarrotado y nosotros somos cómplices cotidianos de su esdrújulo
desaparecer. Dentro no llueve. Las ventanas se van tiznando de realidad pero
somos suficientemente prudentes como para limpiarlas de forma periódica:
queremos comprobar que afuera todo es peor, que afuera las batallas se pierden
sin que se astille la conciencia, sin que se nos haga grumos la leche de la
mañana. Sé que toca seguir, seguir empujando para no morir alrededor del
ombligo propio, para no desecarse en las lágrimas expropiadas del poder cuando
ya no queda fuerza para seguir dormitando en la ceguera. Ojalá hoy no lloviera
silencio. Todo parecería más fácil. Esta angustia no sería tan evidente. Yo no
me sentiría tan impotente.