14/8/13

Los carteros

Nada hace pensar que ese hombre que corre detrás de un carrito precario, amarillo, ajeno, es, además de un presto cartero, un mensajero de la dignidad. Es difícil prestar atención al alma que bulle dentro de esa mujer que nos trae el recibo de la energía o la parca comunicación del robo bancario –casi nada aguarda ya en el buzón que tenga sabor conocido o necesario-. Ella es la chasqui de la memoria imprescindible, de la lucha inaplazable.
Estos carteros se reparten áreas y se echan el mundo a sus espaldas. Cuando se quitan el uniforme al que hace tiempo desnudaron de autoridad, cargan la maleta del exiliado, agrupan los 20 testimonios que representan a millones de perseguidos y se empeñan en que a cientos de kilómetros de la cuadrícula asignada se escuche el grito de verdad al que jamás parece llegar la justicia y que nunca probará la insuficiente reparación.
Los carteros de Orihuela hablan de Miguel, el único Miguel que tiene sentido en el pueblo que lo mató; relatan la soledad impertinente a la que les (nos) someten los indolentes o los cómplices; desgranan grandes éxitos en pequeños espacios de pensamiento crítico y dignidad; caminan y caminan, como sólo saben hacerlo los carteros, llevando el mensaje indeleble del compromiso.

Y, como una de las mujeres que dan testimonio en el documental que los carteros militantes produjeron a fuerza de obstinación, repiten sin cesar… “hay que seguir luchando”. Por ellos, por nosotros, por el presente, desde el respeto al pasado hasta construir otro futuro.

Defensa territorial

Evacuamos las horas y las tareas y gozamos como suicidas los segundos y los silencios. Es lo que viaja en nuestras miradas… esa leve sensación de aislamiento de la locura colectiva, ese cotidiano silbido de estas balas de nube cargadas de amor que riegan sus esquirlas en tu sonrisa y en mi calma. Es probable que no seamos especiales, pero sí es seguro que somos únicos. Tú, en tu necesidad vital de congelar el desgaste; yo, en mi estúpida afición a las piedras que ruedan cuesta abajo. Únicos en la forma de rozar (nos), de mirar (nos), de tejer lazos invisibles para el resto de los insomnes.

El día se queda corto cuando es para nosotros y, sin embargo, congela las agujas cuando sabe que no podemos sentarnos para permitir que tu rostro descanse en mi pecho, cuando caminamos para que mi mano se refugie en el molde a medida de tu cadera. Los segundos y los silencios. Las conversas y el infinito. Ese es nuestro territorio. Ese es el que defenderemos.

7/8/13

Los lugares, los sueños

Cargamos los lugares como sostenemos los huesos. En realidad, los construimos como pesado lastre que a veces, ingrávido, nos proporciona vuelos para los cuales nuestras alas practican torpemente. Solemos poner excusas: aquí no respiro, dicen unas; faltan horizontes en esta acuarela, se lamentan otros; dónde están las primaveras en esta manigua torpe... Cargamos los lugares como vendemos nuestros sueños. Serios, convencidos de lo trascendente, cargados de una autoridad ausente, transitamos por esos lugares dispuestos a dejar una marca que durará lo que la cadencia de la marea del tiempo se demore. Los sueños, sin embargo, nos suelen ser ausentes, por eso los vendemos tan fácil. Acantonados en los pliegues de la inconsciencia, los sueños se muestran ajenos al despertar, nos despegamos de ellos antes de haber sido ellos, no los ubicamos en lugares (re) conocidos y olvidamos el tierno y brutal sonido de su voz.
Cargamos los lugares. Sólo eso. Y, a veces, somos felices.