15/6/09

La carga de las palabras

No hay palabra inocente, ni siquiera cuando ha sido escrita en estado de nirvana, o pensando en el bien cósmico o, simplemente, mientras nos tomamos un trago y es la neurona loca la que dicta la narración.
Palabras escritas para cumplir, palabras escritas para purgar, palabras escritas para gritar de alegría, palabras que lloran más que tus lágrimas cuando lloran sobre agua mojada de sal.
Unas palabras y alguien recuerda a su abuela de 102 años. Las mismas palabras y alguien te ofrece abrazos si todavía estás dispuesto a recibirlos. Esas mismas palabras y a mi me queman sin saber por qué.
Hoy debería tener palabras. No las tengo. Tampoco eso es inocente. Palabra de Malcontento.

11/6/09

metáfora simplona ante nubes amenazantes

Pongamos que hay un río invertebrado que se empeña en empujar la nave... no con un destino cierto, pero es un río muy grande y a los ríos muy grandes conviene no llevarles la corriente... perdón, la contraria. Siendo generosos, podemos intuir que es el cauce el que empuja, el que decide por la nave y ésta, inhabilitada para hablar por su carácter maderable, decide justificar su involuntaria dejadez como destino inapelable. Tiene timón la nave -por si algún lector impertinente guardaba la estúpida pregunta náutica-, incluso velas con las que tratar de cazar vientos y ángeles perdidos. Pero utilizar estas herramientas sería como reconocer que el cauce no lo puede todo, que el río -aún grane, profundo y malencarado- no es el único que tiene vela en este entierro. Entonces, digamos que para la nave es mejor dejarse llevar: el río le susurra "tranquila linda que te llevo a ver el mar, el océano sin límites ni tiempo", la nave se contenta "mi destino no es mío pero puede ser hermoso, solo tengo que hacer lo mío, mantener el timón recto y las velas guardadas pero limpias y tendré, tendré, tendré entonces algo de lo que sentirme orgullosa, un horizonte, quizá salitre nuevo pegado a mi casco".
No le dijo el río a la nave que el encuentro de lo dulce con lo salado es un choque de densidades, una hermosa turbulencia que solo es hermosa vista desde fuera, quizá desde un globo, tal vez desde un avioncito que surcara la desembocadura. Una vez astillada y casi sin formas, la nave solo alcanza a maldecir al río y a su destino, pero pongamos que este río sí habla con decisión, que no se deja arrumar por la vehemencia de naves victimizadas. "Yo no te llevé allá donde tú no te dejaste llevar... te abandonaste a mi y te empujé suavemente por la vereda que todos quieren seguir. Lo que ocurre es que no siempre el mar, en su espera de vaivenes, te recibe con la luna adecuada ni con las ganas de mecer".
Las playas de agua salda, en todo caso, son menos comprensivas y los restos de la nave fueron quedando enterrados por arenas y algas que, sin contemplaciones, van comiendo los restos que el río les entrega. De cadáveres del destino están llenas las costas... y solo es hermoso verlos a distancia, quizá desde un barco de metal o desde una desnuda cresta de silencio.


(Lo bueno de las metáforas simplonas es que sirven para llenar espacio sin necesidad de calcular los tiempos)

9/6/09

Touché: pueden seguir consumiendo en Shell

Mi amigo y hermano Alberto Muñoz me manda este texto de Fernández Lira, un lúcido economista que tiene la virtud de meter el dedo en el ojo en el que tenemos un orzuleo. Mea culpa Alberto... dejar de consumir en la Shell no sirve para un carajo... Aunque yo seguiré con esa estupidez, así como con otras que distraen mi ética y me mantienen a flote.


"En un mundo en el que las estructuras son mucho más inmorales de lo que jamás pueden llegar a serlo las personas, la cuestión crucial no es saber en qué medida somos piezas de ese engranaje estructural o en qué medida podemos dejar de participar en él. Esto es lo que a veces sugería Günther Anders, pero no es ni mucho menos suficiente. Dejar de llamar por el móvil no vale absolutamente de nada y dejar de consumir coca-cola, de casi nada. Puede que negarse a trabajar en la industria del armamento valga para algo si se consigue que ese gesto sirva de propaganda a los programas políticos pacifistas. De lo contrario, ese gesto no sirve más que para que corra un puesto la lista de parados que esperan a trabajar en cualquier cosa y a cualquier precio. Retirar el dinero de una cuenta de Caja Madrid si sospechas que esa entidad invierte dinero en la producción de armamento no sirve de nada si luego es para meterlo en el Banco de Santander, es decir, para confiar en el humanitarismo de un sujeto como Emilio Botín. Y tampoco es buena idea esconder tu birria de sueldo debajo de una baldosa.

La verdadera cuestión moral es qué responsabilidad tenemos en que determinadas estructuras perduren y qué estaría en nuestra mano hacer para sustituirlas por otras. Es obvio que eso pasa por la acción política organizada y no por el voluntarismo moral que intenta inútilmente apartarse de la maquinaria del sistema. No es a fuerza de no mover las fichas o de moverlas lo menos posible como se consigue dejar de jugar al ajedrez, si eso es lo que se pretende. Para dejar de jugar al ajedrez y comenzar a jugar al parchís hay que cambiar de tablero. Si no, lo único que se logra es perder el juego, y el juego del ajedrez, no del parchís. No sé si se capta el mensaje: vivimos en un mundo tan inmoral que no tiene soluciones morales, aquí no valen más que soluciones políticas y económicas muy radicales. Y la única cuestión moral relevante que todavía tenemos sobre la mesa es la de qué tendríamos la obligación de estar haciendo políticamente para que el mundo dejara de jugar en este tablero económico genocida. La cuestión no es la de si puedo beber menos coca cola o llamar menos por el móvil para participar lo menos posible en esta matanza. La cuestión es cómo y de qué manera atacar los centros de poder que la generan. Mi responsabilidad en la matanza no es la de llamar por el móvil. Mi responsabilidad es la de aceptar vivir en un mundo en el que llamar por el móvil tiene algo que ver no sé con qué guerras en el continente africano. Es el mundo lo que es intolerable, no nosotros. Pero sí es intolerable que aceptemos de brazos cruzados un mundo intolerable.

Es grotesca la indiferencia que ha habido en la reflexión ética de los medios académicos europeos y estadounidenses hacia el concepto de "pecado estructural" y, en general, respecto a toda la filosofía de la Teología de la Liberación. Se trataba de lo único interesante que parió el siglo XX en el campo de la ética, pero la Academia estaba demasiado ocupada en intentar comprender a Derrida y en hacer el payaso con el dilema del prisionero. Para ser justos, hay que recordar que mucho antes de que la Teología de la liberación planteara el problema, lo teníamos ya abordado con mucha contundencia en la historia de la filosofía por filósofos como Jean Paul Sartre o Bertolt Brecht. Claro que Sartre no está tan de moda como Hannah Arendt, porque Sartre era comunista, así es que se le lee bastante poco actualmente. Sartre había explicado muy bien por qué la elección moral no tenía que ver con elegirnos buenos a nosotros mismos, sino con elegir un mundo bueno. Elegir ser bueno en un mundo en el que no se necesita pecar para vivir de la injusticia que se comete sobre los demás, es, sencillamente hacerte cómplice, no de un crimen, sino, como decía Anders, de "todo un sistema de crímenes"

Publicado hoy 09.06.09


EL MALCONTENTO

Ese fugaz momento

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Es cuestión de tiempo y de plazos, como si de un crédito hipotecario se tratara. Cuánto tiempo añorando la vida, cuántos plazos hay que pagar –o apagar– para que controlemos su rumbo. Y, de pronto, de regreso de tu luna de miel se cae el avión en medio del océano, o justo en frente de la tienda de la china donde comprabas arrúgala y tomates otro carro impacta contra lo que queda de tu cuerpo, o, simplemente, una de las autopistas de sangre que nos recorre por dentro revienta cansada de bombear sin destino la salvia que te da el aliento. Ese fugaz momento es el que le da sentido o se lo quita a lo anterior. ¿Cuánto has vivido? ¿Qué has vivido? ¿Para qué has vivido?

Escribo minutos antes de subirme a un avión y, como siempre, no tengo miedo. Sin embargo, hace ya un tiempo que el estómago me recuerda su existencia con un vértigo antes inédito cuando las llantas de la bestia se separan del piso. No tengo problemas con la muerte –al menos, peleo menos con ella que con la vida-, pero sí me aterra el aplazamiento eterno en el que suspende planes y avatares.

Quizá, ante ese abismo del fin incompleto, solo queda vivir con la intensidad del último instante, con la irresponsabilidad de buscar felicidad y placer en dosis letales. ¿Imaginan? ¿Imaginan un planeta donde no existieran aplazamientos y donde la vida se jugara en tiempo extra siempre, buscando el gol de oro? Sé que habrá voces que calificarán estas elucubraciones de inmaduras, de irresponsables incluso: “¿Cómo se le ocurre?, Hay que vivir como la hormiguita del cuento, acumulando y previendo el invierno, para que no nos pase lo de la cigarra”. Y yo, enamorado siempre de las cigarras, ya desde niño pensaba que las hormigas eran como banqueros grises que avanzaban siempre en línea recta determinada por un capataz metiendo alimentos y pertrechos en oscuras cuevas en las que pasarían el invierno con la panza llena y el alma endeble. Nunca he tenido compasión con las hormigas. Sí por la temporal mosca, incluso por el eterno escarabajo, pero no por esos mínimos espectros de la previsión.

Pareciera entonces que morir es algo casual, que nos sorprende en una curva, en una nube, incluso en la triste bañera. Y, sin embargo, no lo es tanto. Damos pasos para vivir en determinado contexto y será en ese escenario donde la haremos creer que ella eligió formas y tiempo. Por ejemplo, estos días siguiendo los terribles sucesos en la Amazonía peruana, pensaba cómo de diferente suena caer de una avión que caer en una lucha justa; incluso, qué diferente es morir como policía que como campesino. No hay nada casual en ello, hay elecciones, hay actitudes que desafían cara a cara a la parca para dotar de sentido el fugaz momento en que la memoria ya no tiene sentido.

Por eso, no es lo mismo la escenografía que elige Berlusconi para vivir –que será la misma para morir sórdidamente- o la que elige nuestro nuevo presidente electo. Todos y todas nos vamos con el decorado que es, a fin de cuentas, el que marca el recuerdo que de nosotros queda.

Presencié el accidente de Corozal en el que murió un joven de 26 años y ahí en ese momento en el que yo recargaba el carro de combustible y me disponía a sortear otro rato de la vida, él murió sin que yo me diera cuenta, sin que los suyos lo supieran, sin que su futuro se resumiera. Nada importa lo que había planeado hacer al día siguiente, nada influyen sus enojos de la mañana o sus alegrías de la noche anterior. En ese fugaz instante, el sentido se hizo silencio.

Escribo poco antes de subir al avión y estoy seguro de que bajaré con las mismas cavilaciones. No hay respuestas para estas honduras que torturan al ser humano desde que es consciente de que lo es. Cuando escribo sobre las razones para vivir de esta u otra manera, en ocasiones me creo, pero la mayoría de veces recuerdo a Ondaki, un joven poeta angoleño y tres versos que más de una vez me inquietan. “Quero falar com esse de mim que escreve / apaziguar-me a través dele. / vezes demais, ele nao está”.

Ni una gota a la Shell

El 10 de noviembre de 1995 los sicarios de la Shell y de la dictadura nigeriana mataron a Ken Saro-Wiwa y a otros ocho líderes Ogoni en Nigeria. En aquel entonces, el escritor y activista protestaba contra el desastre ambiental y los abusos cometidos por la empresa anglo-holandesa -¿les recuerda algo a lo que está aconteciendo en Perú, o en Colombia o en Panamá?-. Desde entonces no se me ocurre echar una gota de gasolina en una estación Shell. No es el único abuso cometido por esta petrolera en Nigeria. Tampoco es la única multinacional del petroleo involucrada en violación de derechos humanos. De hecho, la mayor parte del combustible que consumimos está manchado de sangre, claro que es sangre de pobre, por su puesto.
Ayer, la Shell, aunque sigue declarándose inocente, pactó una indemnización de 15,5 millones de dólares para evitar un juicio que lleva peleándose en NYC desde hace 10 años. No se ha hecho justicia, nunca se hará. El poder económico, casado siempre con el político, eparte algunas migajas para evitar mala publicidad: algunas veces paga indemnizaciones, otras, construye una escuela, otras, entrega un cheque a un orfanato... pura mierda para tapar mierda.
Hace 14 años me impactó terriblemente la muerte de Ken Saro-Wiwa... hoy me escandaliza que con un pinche cheque estos cabrones salgan limpios. Matar a un líder Ogoni cuesta 1,7 millones. Visto desde otra perspectiva les salió costoso: a Uribe, García u otros protocónsules del imperio les sale gratis.
Ni una gota, insisto, ni una gota.

Un poema de Saro-Wiwa


La verdadera prisión
No es el techo que regalima
Ni los mosquitos que zumbean
Dentro de la celda húmeda y miserable
No es el chirriar de las llaves
Cuando el vigilante os recluye
No son las magras raciones
Impropias para la béstia o para el hombre
Tampoco los dias vacíos
Que se unden en el vacío de la noche
No es eso
No es eso
No es todo eso
Son los engaños introducidos
Por nuestras orejas durante toda una generación
Es el agente de policía enfurismado
Ejecutor sin ánimo de órdenes calamitosas
A cambio de una paga miserable
El magistrado que consigna en su libro
Una pena que no es merecida
La decrepitud moral
La ineptitud mental
Ordinaria de los dictadores
La cobardía disfrazada de obediencia
Escondida dentro de nuestras almas denigradas
El miedo que moja los pantalones
Que no se atreven lavar
Es eso
Es eso
Es eso
Querido amigo
Lo que transforma nuestro mundo libre
En lóbrega prisión

8/6/09

Mukeka de Segunda Feira o el efecto desembocadura

La derecha es el centro. Es decir, la mayoría de los seres humanos cuando buscan el centro se van a la derecha, muy a la derecha. Es la tendencia conservadora que nos indica que cuando las cosas se ponen mal mejor volver a los valores más tradicionales, a las excusas morales que permiten ser amorales en tiempo de crisis para poder echar la culpa de todo a inmigrantes, liberales y otra saga de seres "deleznables". Los ciudadanos de bien, amparados por la sacrosanta derecha y su irritante seguridad, se sienten protegidos entonces.
Gana la derecha en Europa, donde el exceso de seguridad ha construido una sociedad temerosa e hipersensible. La izquierda sigue intentando sus experimentos en parte de Latinoamérica, donde salimos escaldados del exceso de autoestima derechosa. Acá se aprendió la lección: nada-de-revoluciones-o-algo-que-se-le-parezca. Mejor entonces hacer los cambios al suave, aunque eso genere cierta bipolaridad social y unas tensiones a veces extremas.
En todo caso, ver a Europa sumergida en una fiesta en topless sin fin donde los valores machistas y moralistas se dilapidan sin freno y donde la doble moral está empezando a ser la moral única es casi un chiste.
Los países que un día decidieron ser modelos para la humanidad -y así nos fue con el imperialismo genocida y castrador-, hoy se tambalean por culpa del papel-moneda y los castillos de cristal construidos al amparo de una época de vacas gordas y locas.
Veamos pues, desde la ventana de la periferia, el show de ese viejo mundo que nos da lecciones todos los días, hasta de lo que no hay que hacer.
Si creyéramos en Galeano como profeta, diríamos que nace en la realidad la Escuela el Mundo al Revés que él creara en la ficción. Los aviones que se caen son del primer mundo, los presidentes bananeros con fiestas de tetas y coca con del primer mundo, los estafadores multimillonarios con cara de marchantes de arte son del primer mundo, los estadios de los campeones de la Champion europea se rinden ante jugadores negros y sudacas del Tercer Mundo.... ¿y por acá? Bien gracias, observando, con seriedad pero con esa pequeña mueca en la comisura de los labios. Pobres los países ricos.

5/6/09

Y el miedo se hizo virus...

Publicado en la Revista K (Panamá) de Junio 2009

Por Paco Gómez Nadal / paco@prensa.com

Es difícil contar mi historia. Al menos, es difícil que me crean porque no tengo rostro. Tengo un poder sobrenatural gracias a una estrategia fríamente calculada. Logro que el mundo entero se movilice, cambie de costumbres, tiemble. Desde esos dos adultos que flirtean calculando el terrible momento de besarse, hasta los empleados de restaurantes y aerolíneas, pasando por ministros y empresarios… todos me hacen caso. Juego con las emociones porque son más contagiosas que los datos. Aunque para que se den cuenta de mi fuerza, utilizaré acá muchas cifras. Así soy de maquiavélico.
Siempre he estado entre ustedes, pero, si les soy sincero, este siglo, el XXI, es el mío. Hasta ahora se han dado las condiciones de globalización mediática para que mis armas sean efectivas.
Despedí el siglo pasado con la encefalopatía espongiforme bovina… aunque yo suelo inventar nombres con más gancho para multiplicar los efectos. Corría 1996 y elegí Inglaterra para la aparición estelar del síndrome de las Vacas Locas. ¿Recuerdan? Logré que media humanidad rechazara al humilde filete de carne. Me ayudaron mucho en mi labor los medios de comunicación y, por supuesto, los políticos. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente. En realidad, solo 92 humanos sufrieron de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, la versión humana de tan cuadrúpedo síndrome, pero ya mi virus estaba sembrado.
Después, ya en 2002, me sofistiqué un poco y desde China mis efectos se sintieron gracias al Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés). En realidad solo murieron 765 personas por culpa de esta extraña neumonía, pero comprobé la efectividad de mis estrategias. Claro, que poco antes, después de los terribles atentados en las Torres Gemelas de Nueva York, el gobierno de Georges W. Bush trató de quitarme la patente y jugó con mi nombre para aterrorizar al mundo, Yo respondí mandando algunos sobres que supuestamente contenían Antrax para regar la posibilidad de una guerra biológica. Pura bulla.
Ese juego no era de mi gusto, así que volví a mis clásicos recursos en 2004. No me negarán que con la Gripe Aviar (H5N1) los hice a todos sospechar hasta de los inocentes pájaros que tenían enjaulados o de los que paraban en el árbol frente a su casa. En realidad se pueden contar con los dedos los casos de humanos fallecidos como consecuencia de esta pandemia, pero mis métodos se fueron refinando y mis socios mediáticos se hicieron expertos en la propagación de mi virus.
Hoy, usted ya está acostumbrado a los efectos de mi contagioso plan. ¡Ah! Perdone, no me he presentado. Me llamo Miedo y desde que decidí convertirme en virus muto eternamente para que no den con la vacuna.
Con toda esta presentación, imagino que ya tiene claro que soy el responsable de la nueva pandemia… la Gripe A (N1H1), aunque me abonarán que el nombre que le puse al principio era mucho mejor: gripe porcina. Lo que ocurre es que igual que hay algunos que se benefician económicamente de mis pandemias (como Roché, la farmacéutica con la patente de Tamiflú, una medicina que de algo sirve, aunque de nada espanta), el mercado de la carne de puerco se nos estaba hundiendo y los políticos tienen que llevar cuidado de que el miedo no se les vaya de las manos. Además, las crisis económicas las manejan mejor ellos que yo.
Esta me ha salido bien. Fíjese si no: a Panamá la mandé a bordo de un avión, en el cuerpo de un joven que ni se enteró de cómo se infectó (nada más vulgar y tonto de adquirir que una gripe), ya hay decenas de casos, ni un muerto, todos los infectados en su casa tomando caldo de pollo y, sin embargo, no dejan de hablar de esta influenza.
El Miedo, es decir yo, no funciona bien cuando se utilizan virus de pobre, me va a perdonar la expresión. Pero es que hay enfermedades mucho más letales que, como no afectan a quiénes ven la televisión ni a los que tienen poder, no me han funcionado para generar terror global. Tampoco son útiles enfermedades que tocan la doble moral. Le doy algunos ejemplos. La gripe normalita mata al año a entre 300 mil y 500 mil personas en el mundo, pero le falta glamour. Con el VIH Sida han muerto 25 millones de personas entre 1981 y 2007, según ONUSIDA, hay unos 33 millones de personas infectadas de VIH en este momento y cada año hay 2.5 millones de casos nuevos. Pero el VIH toca la sexualidad y no logro que se hable lo suficiente ni que todo el mundo se sienta potencial víctima.
La malaria mata cada año a 1 millón de personas y afecta a 250 millones; la fiebre a amarilla acaba con unas 30 mil. La enfermedad de Chagas tiene la culpa de 15 mil muertes anuales y debía ser el tema de la Asamblea Mundial de la Salud, pero, como denuncia Médicos Sin Fronteras, se cambió por la Gripe A, que a 22 de mayo había infectado a algo más de 11 mil personas en 42 países pero que sólo había sido mortal en 82 casos.
No les voy a seguir aburriendo con cifras. Mejor les pongo imágenes: posibles infectados siendo descargados a las puertas del Hospital Santo Tomás con el rostro tapado como delincuentes, funcionarios del Ministerio de Salud tomando fotos a todas las personas que ingresan al país sin pedir permiso y violando la intimidad, tapabocas utilizados aleatoria e irresponsablemente (se los bajan para comer en los aviones, por ejemplo), recomendación de no besarse, de no tocarse…. ¡hasta la final de béisbol a puerta cerrada! Traté de lograr que el proceso de transición del gobierno Torrijos al Martinelli se suspendiera, pero me pareció excesivo, motivo de un caos político similar al que retrata tan bien José Saramago en el profético Ensayo sobre la Ceguera (base de la película Blindness).
Nadie ha prendido las señales de alarma en Panamá porque la tuberculosis esté destrozando a la etnia kuna (75.6 muertes por esta enfermedad infecciosa por cada 10 mil kunas, frente al 5.1 de promedio nacional), ni se suspenden eventos masivos porque se hayan incrementado en un 94% los casos registrados de malaria (364 de enero al 2 de mayo de este año) o por los 309 casos de dengue, o por los 13 de hanta virus…
Ya saben, ahora el miedo tiene forma de virus y, aunque como decía en estos días un funcionario de salud de Nicaragua, “la peor epidemia de nuestra región es la pobreza”, esa no genera terror. Ningún medio de comunicación le dedica tantos minutos ni letras a hablar de los 900 niños que se mueren cada día (leyó bien, uno cada 91 segundos, según el Programa Mundial de Alimentos) por causas relacionadas con el hambre en Latinoamérica. No señor. Así que prepárese… le quedan unos meses de Gripe A hasta que sienta yo que ha bajado su efecto atemorizador. Ya tengo la siguiente bomba pandémica lista, no se preocupe. Mientras, tápese la boca y disfrute. El terror entra a su casa sin necesidad de que yo me esfuerce mucho. Sospeche de cualquier vecino que estornude levemente, aléjese de mocos y otras secreciones. De todos mis virus, este ha sido el mejor pensado.

2/6/09

Auto-retratos

Sostener el pincel es más difícil cuando el objeto del retrato sos vos. ¿En qué se parece la imagen a la esencia? ¿Dónde está la esencia? ¿Para que trazar sus rasgos en el lienzo si con ellos lo único que hacés es dejar las heridas al sol, la dilatada cicatriz del dolor expuesta a la delación de los espejos?
Te autorretratás y salís de ese closet donde hasta el momento guardabas con milimétirco orden la ropa de invierno y los imposibles compases de la lluvia. El olor a humedad te delata, pero el sol cura rápido las heridas de los silencios. Ese tipo de retratos conviene guardarlos. No-vaya-a-ser que alguien se dé cuenta de que son más vos que tu propia esencia.

La criatura de hoy 02.06.09

EL MALCONTENTO

El absurdo cotidiano

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Hay un poder evocador en el arte que, por sí solo y obviando el goce estético, justifica su existencia. Aquella canción que me transporta a una playa de la adolescencia; ese poema que proyecta parte de la película de mi vida; esas líneas de teatro en que reconocemos al que estuvo en la butaca y todos los sentimientos que se revolvieron entre las palabras; esos fotogramas que proyectados en el cine de al aire libre tenían olor a verano y a anhelos…

Quizá por eso sentí como un triunfo personal la noticia de que Bruselas, por fin, inaugura un museo dedicado a René Magritte. Dicen que fue el maestro de retratar el “absurdo cotidiano” y, sin embargo, para mí representa el triunfo del sentido y el sentido de las cosas. La primera y única vez que me planté frente a los cuadros originales de Magritte fue hace 21 años y mi fidelidad a este pintor ha sido inquebrantable. Por él abandoné a Hopper, por él me aburre terriblemente el arte sacro o me aterra la pintura tétrica de algunos de mis compatriotas más conocidos.

El absurdo de Magritte fue luz para mí: cielos donde todo era posible –hasta una lluvia de sombreros–, puertas que se abrían de pechos y columnas, palomas inquietantes que dominaban el arte de la calma, arte que congelaba un pedazo de queso o de paisaje con el poder de fijarlo, de hacerlo realidad, aunque absurda. ¿Sabrá el artista cuánto marca, cuánto puede condicionar la mirada o la vida de los otros?

En estos tiempos absurdos me parece razonable entonces aferrarme a imágenes como las de Magritte y recuperar esa idea que olvido con cierta facilidad: casi todo es absurdo porque no sabemos mirarnos como un nanofragmento de la historia de la humanidad. Si así lo tuviera en cuenta todo el tiempo quizá no me tomaría las cosas tan en serio, quizá mis artículos no serían un tratado del cascarrabias profesional, es posible hasta que me riera más de lo que me rodea.

Sin embargo, esta idea, de la insignificancia histórica del individuo, a mí me empuja a lo contrario. Es decir, si somos insignificantes en términos históricos en soledad, con más razón hay que vincularse a lo colectivo, es más trascendental iniciar las luchas que algún día deriven en mejoras fundamentales para la sociedad a la que uno pertenece. Esperar resultados solo es manía de auditores y de espíritus egocéntricos. Involucrarse en lo que acontece tiene poco que ver con heroísmo sino con la responsabilidad que tenemos en ese nanofragmento, con la imperiosa lógica de la vida.

Todos los razonamientos sirven para justificar posiciones contrapuestas. El nazismo y el comunismo compartieron algunos autores y compositores, y este relativismo histórico del que hablo puede servir para lanzarse de cabeza al hedonismo irresponsable o para sumergirse sin oxígeno al charco de las transformaciones sociales.

Las dos opciones son buenas si son conscientes. El problema de nuestros tiempos –los de la comunicación persuasiva– es que no sabemos cuánto de lo que hacemos es inducido y cuánto, propio. Esa es la batalla personal. No perder la vida siendo animal de circo que responde a estímulos del domador. No engañarnos.

Todo esto se puede hacer sin sufrir. Nuestra educación judeocristiana nos incita a sufrir en cualquiera de los casos, a añorar estar en la vereda contraria, a darle un tinte dramático a casi todos los aspectos de la vida. Si somos conscientes de lo absurdo de casi todo y de lo insignificante que es lo que nos ocurre en la espiral histórica, le quitaremos peso al fracaso amoroso, a ciertas penurias económicas, al desgarre de una pérdida, al patético panorama político, a la injusticia, a todo. La solución para lo estructural, requiere de décadas cuando no de siglos. A esa podemos aportar. La solución para lo coyuntural no existe.

El truco, por tanto, es participar con todas las consecuencias de las batallas de nuestro tiempo pero sin esperar nada a cambio y sin deprimirse por ello. Tiempos de deseos cumplidos estos (deseos de consumo, por supuesto) en los que corresponde luchar desde la actitud menos caprichosa, más desprendida. No sé si tiene algún sentido lo que les cuento, pero tenía que compartir con ustedes la terapia que me he autoimpuesto para evitar una gastritis incontenible ante la sarta de estupideces que escucho de los “cambiantes”, ante la desvergüenza profesional de los “salientes” y ante la cantidad de trampas cotidianas que la vida privada se empeña en regalar.