27/9/08

Adelanto de El Malcontento

No suelo publicar por adelantado los artículos de opinión, pero como somos una 'comunidad' bien pequeñica, ahí va el que saldrá publicado el martes, en rigurosa exclusiva..jejejeje


EL MALCONTENTO

Me rindo ante su verdad

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com
Siempre le he reconocido a la derecha su capacidad para creerse en posesión de La Verdad, así con mayúsculas. Puede ser la verdad revelada, en el caso del clan católico –desde el cruzado antirelativista Ratzinger hasta los iluminados del Opus Dei-, la verdad económica –hay un libertario que solía recordarme lo ignorante que soy y la fuerza de su verdad-, la política –la democracia es buena mientras sirva a sus intereses-, o la moral -¿o debería hablar de la verdad de la doble moral en este caso?-.
Hablan y escriben como si llevaran un púlpito adosado a las rodillas, con palabras suaves (porque aprendieron en los 80 que desaparecer y perseguir a quien piensa diferente queda mal) descalifican y descartan cualquier tesis que no les cuadre y han inoculado ese estilo en la mayoría de jóvenes ambiciosos que estudian y enfocan su vida en función de dicha verdad: la del éxito, las buenas costumbres, el orden y la ley –su ley-.
Los que ingenuamente creíamos que la democracia debería tener cintura para permitir que todos convivamos aunque no estemos de acuerdo aparecemos como locos de atar, peligrosos instigadores del anarquismo y el libertinaje, malos clones de Stalin o del Ché en traje de camuflaje.
Y cuando restriegan su verdad, su dogma diría yo, lo hacen con una seguridad apabullante, mintiendo y malformando la historia con tal contundencia que uno tiene que hacer memoria para no dudar de sí mismo.
Esta reflexión de derrotado viene al caso por la concentración de argumentos de este tipo que tuve que leer en estas páginas el miércoles de la semana pasada. La Prensa tiene la gran bondad de permitir que voces absolutamente divergentes opinen en sus páginas. Y alabo esta buena costumbre de permitir la diversidad, aunque haya días que se me atragante el desayuno.
Ese miércoles, insisto, tuve que leer como Sergio Díaz Cantero, ofendidísimo paladín de la verdad, arremetía contra la Universidad de Panamá por haber rendido ciertos honores a Evo Morales. Por supuesto que también atacó con ferocidad al propio Morales. Parece que al autor le importa poco la pésima calidad educativa de la Universidad o la utilización clientelista de ella. A él lo que le indigna es que se reconozca el papel del primer presidente verdaderamente indígena de Suramérica en un país de indígenas. Le parece que después de Bin Ladem lo peor es la izquierda y se le olvida que Morales es un presidente elegido democráticamente con más respaldo que un George W. Bush o que un Rodríguez Zapatero.
Lo que quiero destacar no es su punto de vista, respetable como tal, sino la saña y el desprecio con el que se refiere a los que no están en su lado de la trinchera. Para ello, además, saca de paseo a la palabrita “verdad” en numerosas ocasiones, seguro de que solo hay una y de que es la suya, la de los suyos.
El mismo día –que intensidad- superamos el nivel del señor Díaz Cantero gracias a un articulista que firma Juan Francisco de La Guardia Brin. Con todo el derecho a utilizar el cilicio para expurgar su mente pecadora (se supone que así es la de los católicos radicales), a descartar los condones por ser arma del diablo y a tener encima de la cama una foto del Papa, es insultante leer como arremete contra todo lo que no entiende y le da miedo acusando al enfoque de género de ser “ideología contra la promoción de la familia”, asegurando que la educación sexual es equivalente a promocionar la promiscuidad y una larga serie de sinsentidos que si la ley fuera razonable sería considerada como apología del terrorismo mental.
No quisiera estar en el pellejo de sus hijos o hijas, que tendrán que mentir a su padre durante toda la vida para lograr llevar una vida mínimamente placentera y saludable sin provocarle infartos morales. Una vez más no me molestan sus opiniones –de hecho, son lo más parecido a un guión cómico-, me indigna la contundencia, la seguridad con la que apela a “la verdad”, a su verdad, para negar cualquier pensamiento que sea diferente al suyo.
Los que no creemos en dioses ni en adscripciones a grupos donde un sumo sacerdote nos diga qué o cómo pensar en nombre de un poder divino revelado no andamos proponiendo a la Asamblea que apruebe una ley para demoler todos los templos de las mil y una religiones que adormecen a nuestros vecinos, ni solicitamos que se esterilice a todos estos integristas para evitar que causen más daños a la sociedad, ni se nos ocurre pedir al Gobierno que incluya en el currículo escolar una materia que promueva el librepensamiento entre los menores –aunque estaría bien, ahora que lo pienso-. Toleramos la diferencia. Para ellos, cualquier cosa que no sea su verdad es un atentado contra toda la sociedad. ¿Quién les dio el derecho de representarnos moralmente? Que dios nos proteja –si existe-.
[Caballero Bonald, ese magnífico genio de infractores, le regala a C. versos para que tome distancia: “Son los mismos/que siguen solazándose/con las soflamas de los patriotas/y empuñan de continuo estandartes y cruces/con que emular a sus mayores,/mientras avanza por las avenidas/un cortejo triunfal de bienpensantes./Líbrate, compañero,/de esas iglesias y esos mentecatos”.]

24/9/08

Me gusta 'el mundo libre'

Acusan a Cuba de censurar y reprimir, a Venezuela de expulsar a pobres defensores de DDHH, a Bolivia de practicar un indigenismo revanchista.... ¿de qué acusamos a los paladines de la democracia entonces?
Noticia publicada por el nada sospechoso de progresista El País de España:

"El control es más arbitrario de lo que se creía. Los agentes de policía de frontera de Estados Unidos pueden no sólo inspeccionar y copiar el contenido de libros, ordenadores y otros dispositivos electrónicos de los viajeros sospechosos, como se comunicó en julio. También pueden retener y copiar información personal sin necesidad de tener indicios o dudas acerca de si la persona en cuestión ha participado o tiene intención de hacerlo en cualquier acto delictivo, según se ha sabido tras la desclasificación de una serie de directivas internas del Gobierno estadounidense."

23/9/08

Cuentico de otoño en tierras sin estaciones

Versos de pelo y cuello

Soy poeta. De las mejores. Mi cabeza, o mi estómago, no lo tengo muy claro, produce versos de "belleza extraña", de "ilógica cautivante", de "lenguaje popular y sofisticado" –un sofisma para otros, un fluir para mi-. Eso han escrito los críticos de mi, esta mujer de rostro tan perforado como su corazón. Mis manos, de dedos delgados pero con la dureza que podría haberles dado trabajar en el campo si lo hubieran hecho. Mi pelo, crespo, enfadado siempre con el aire y con el mundo. Mis ojos, dos tristezas encajadas en una cara asustada por lo que no puede asir.
Él me dijo que se enamoró de ese pelo. Y del cuello invisible, del que adivinó, del que imaginó en un autobús nocturno repleto de vidas perdidas y de olores insanos. Allí, con la penumbra como linterna y con el ansia como destino, Él se enamoró de mi pelo. Y de mi cuello. Tuvo un comportamiento errático, extraño. No hizo el amor con mi pelo enredado entre sus dedos, ni sujetando mi nuca para evitar que el placer rompiera mi verticalidad. Se acostó con mi amiga, esa negra bella, provocadora y simple que además de ser divertida y picante tenía 10 años menos que yo. Quiso acostarse más veces con ella, pero mi pelo, y mi cuello, se cruzaron en su camino. Si me concentro más y recuerdo aquellas circunstancias diría que los que se cruzaron en su camino, y en el de mi amiga, fueron mis versos. Siempre han tenido vida propia y toman decisiones por mi de forma dictatorial. Unas veces decidieron ser amantes secretos de hombres casados y de esas torrenciales noches surgieron otros versos, bellos, retorcidos, adoloridos por el ejercicio de la mentira y la pasión. Otras, jugaron a ser víctimas de hombres crueles, machos convencidos de que proporcionando dolor mantendrían cautiva a esta poeta y que los versos paridos en esas camas sudadas y violentas serían su pasaporte a una cadena perpetua de heridas restañadas con la sutura de su sexo duro y torpe. Una vez, incluso, necesitados los versos como estaban de nuevos alientos, decidieron amar a una mujer menuda y revoltosa que abría mis piernas para arrancarme con la lengua versos de calidez, de comprensión e intimidad casi insultantes. Son, de hecho, algunos de los que han sonsacado más lágrimas y buenas críticas a los pocos lectores que leyeron lo que nació en esas noches de caricias infinitas, en esos juegos en los que la ausencia de falo se convertía en garantía de imaginación y búsquedas tan profundas que me provocaron algún orgasmo en órganos que no conocía y que ya olvidé.
Mis versos siempre han sido así y Él fue el único que, después de lamerlos, de acariciarlos, de sobarlos en el frío y de airearlos en el calor, descubrió que ellos eran independientes y que yo, la poeta linda de cuyo pelo –y cuello- se había enamorado no llegaba ni a los talones de esos versos arrítmicos, vulgares, tormentosos y lacerantes con los que cada día hacía menos el amor para provocarlos, para obligarlos a ser más descarnados, más tristes, más poéticos aún.
No hay razón para que los versos se nos parezcan ¿o sí? Alejandra Pizarnik no era sus versos. No pudo soportar la dicotomía y una vez se hizo ellos hasta matarse. Yo sí lo soporto. Ser coherente con nuestros versos es lo más parecido a la vulgaridad, a la normalidad. Escribir sobre lo que somos es como repetir el cuento, reconocer algo bello o lamentable en lo vivido para convertirlo en verso podrido de tópicos. Si forzamos nuestra vida para hacerla poética entonces nos vamos acercando al precipicio, porque cada vez seremos más extremos, más suicidas en la búsqueda de experiencias poéticas, fracasadas, siempre abocadas a esa melancolía literaria incompatible con la alegría de vivir.
Por eso aprendí a escribir de otra, de otra cosa y de otra vida. La que vivía por dentro y la que no estaba dispuesta a compartir con nadie. Ni siquiera con Él. De la vida de alegrías privadas cuando alguien o algo me provocaba, me obligaba a salir de mi cuarto sin ventanas y repleto de hongos para oler la primavera, o para revolcarme en el otoño negando la tristeza pareja de la llovizna de octubre. De la vida, también es verdad, de dolores engavetados al sentir el aliento de ese otro brutal que no respetó a la niña ni a la hija, que descargó sus frustraciones, su vida de mierda, en aquel cuerpo tan frágil como el de hoy pero con menos trincheras secretas. Nunca fue dolor público porque no estaba dispuesta a concederle esa alegría a ese otro brutal.
Nadie supo nunca lo que dentro de mi se cocía a fuego lento aprendido de mi abuela y de sus artimañas de superviviente. O todo el mundo lo supo pero sin poderlo hacer coincidir con la poeta que conocían en un acto o en una fiesta repleta de marihuana y de risas tan artificiales como necesarias. Nadie husmea hoy en esta mujer concentrada en empatar dos puntitas de cuero para identificar a aquella que algún día contó lo que su boca no podía convertir en verbo pero sí en verso.
La poesía, espejo para lo no existente, me sirvió durante años para no ser. Cuando algún lector intenso me preguntaba por las motivaciones de mis versos, por mis fuentes de inspiración, yo, tequila en mano y muslos apretados, le juraba que esos versos no eran míos y que su única posibilidad de conocer a la autora era pasar por mi lengua, por mis dedos duros y ásperos como antesala a un encuentro con esa mujer ya mítica por lenguaraz y provocadora. No todos, no todas, aceptaban el reto y perdían esa posibilidad, dosificada por mi y atragantada en ellos.
Él entendió parte del juego, pero creyó adivinar un subconsciente consciente en mí, una maquinación poética que estaba alejada de la verdad. Por eso lo dejé. O me dejó él. Eso no importa. Ese final produjo los dos últimos versos que escribí, que escribiré jamás. Sigo siendo poeta, sin duda, y de las mejores. Ahora los versos se agolpan en mi memoria, entre los mechones de pelo negro que un día lo cautivaron y sobre el cuello que Él soñó eterno, inabarcable. Nadie los volverá a leer, ellos no volverán a involucrarse con la fragilidad y la infidelidad del lector, incapaz de dejar libres a mis versos, empeñado en darles un significado, su significado. Quien quiera leerlos, me deberá leer a mi.

21/9/08

Textico de vigilia 4

Las fortalezas

Camino pegado a los muros para escuchar los susurros del miedo. Entro, las familias se alistan para cambiar de fortaleza. Los cables electrificados están de moda y allá, abajo, detrás, se finge normalidad. Nada pasa hijos míos, repite el padre que se cree protector. Nada va a pasarles, insiste la madre impostora. Entre fortaleza y fortaleza se desplazan en ruedas para no gastar la suela de los zapatos en estas calles que son territorio libre para desechables y otros engendros del exterior. Mantienen los vidrios polarizados en alto y se congelan por las rachas fabricadas para evitar alguna mirada de pobre de semáforo o una bocanada de aire no procesado. Cuando llegan a la fortaleza del entretenimiento, vagan pasillo arriba y abajo hasta que con alguna bolsa enfundada en la cabeza y una que otra sonrisa de placer cumplido se sientan en mesas impersonales donde se agolpan las bandejas de la homogeneidad. Los bocados se apuran para regresar al refugio propio que se mantiene climatizado tras los muros de la fortaleza. Allá, una vez más en familia –no hay que perder los valores- encienden la televisión para confirmar que en el extrarradio de la protección el mundo es feo, huele a tierra, basura y flatulencias y hay seres diabólicos dispuestos a poner bombas en el sofá de familias como esta.

19/9/08

En el Chocó no olvidan, aunque sean olvidados

Si algo me parece loable, es la tenacidad de los que creen en la vida y en sus luchas. En el Chocó acaban de recordar los 10 años que han pasado desde que los paramilitares mataran a Michel... no habría días del año para conmemorar todas las muertes estúpidas que ha sufrido el medio Atrato -como el resto del país pero en un olvido aúnmás intenso-, pero quiero rescatar la capacidad de memoria de los que allá siguen peleando todos los días para que cierta justicia y cierta dignidad se instale en esas bellas y crueles tierras. Para los que quieran saber más, acá va el link a www.choco.org


http://www.choco.org/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=264&mode=thread&order=0&thold=0

textico de vigilia 3

noite de trenzinhos

O trenzinho do Capira avanza a veces rápido por momento muy lento. Remonta las cuestas clavando sus uñas en los rieles y mira a los campesinos que trabajan la tierra que no es suya. En las sillas Luis XV tapizadas de terciopelo rojo no se huele a tierra, ni a mandioca, ni a açaí… pero junto a ellas, alrededor de ellas, pasa o trenzinho, y una tribu indígena completa que no ha dejado de cantar en los últimos tres días, y un amigo de Mozart juega con la trompa 105 años antes de que las puertas de este extraño lugar estuvieran en su sitio, y un suizo montado en una máquina de hierro que asombra con vapor y redoblante…
La noche en la Plaça Sao Sebastiao es de viento fresco y melcocha humana. Los pasos no se escuchan en este tapiz limpio de ciudad abandonada donde las cervezas son tan grandes como el cielo y tan pequeñas como el tiempo. Hielo para enfriar las almas y cachaza para dejar que se derritan. La contradicción de nuestra tierra suena en las notas de Villalobos. Baboso en ciertos pasajes, violento en otros, sangre en efervescencia siempre. Aplausos y gritos. Acá, la música clásica es concierto de rock para las masas. Bien por esa.

18/9/08

Ay Nicaragua...

La situación de Nicaragua es grave. Muy grave. El matrimonio Ortega-Murillo, con suficientes pruebas de enloquecimiento y/o estupidez están atacando de manera brutal a todo el que respire a otro ritmo que el suyo. gente de las más probada tradición crítica dentro de la izquierda sienten cerrarse los espacios cada día. escribí esto a Carlos F. Chamorro y lo comparto ahora acá.

Quien quiera saber un poco más, le recomiendo leer este texto de Carlos:
http://www.confidencial.com.ni/alCierre_600.html


Carta a la memoria de Nicaragua


Paco Gómez Nadal
Han pasado muchos años desde que viví en Nicaragua pero un cierto cordón umbilical me mantiene ligado a su memoria. Leo sus diarios y revistas en Internet, trato de buscar información que me indique en qué momento un país entero se gana la lotería de la esquizofrenia presidencial, el dolor de que los mejores sean acosados por los mediocres, por los que siempre lo fueron.
La memoria le ha jugado algunas malas pasadas a Nicaragua. En realidad, me refiero a la falta de memoria. Por eso están Daniel Ortega y Rosario Murillo en el poder, por la desmemoria de los jóvenes votantes alimentada por el silencio en los medios y en las escuelas durante años de “aquí no pasó nada”. La desmemoria del mundo es ahora más cruel que nunca, cuando, pasada la guerra fría y habiendo dejado de ser Nicaragua una pieza en el ajedrez internacional, no hay nadie que se esté movilizando fuera de sus fronteras para que el desastre no se consume. No lo está haciendo ahora la llamada comunidad internacional y no lo hizo cuando Arnoldo Alemán sentó las bases del grosero gobierno ni cuando éste se alió con Ortega para terminar de medrar las bases éticas de esta supuesta democracia.
En el caso de Nicaragua, la amnesia es especialmente grave. Cuánto puede sufrir un pueblo, cuánta sangre y pobreza acumulada ha tenido que padecer la gente común de Nicaragua mientras su élite (clásica o postrrevolucionaria) ganaba siempre la partida, cuántas apuestas que parecían finales han tenido que hacer centenares de nicaragüenses en tantos momentos de su vida para que una y otra vez vuelvan las amenazas.
Leer ahora cómo se denosta a Sofía Montenegro o a Carlos F. Chamorro, a Ernesto Cardenal, a Dora María Téllez o a buena parte de las y los sandinistas que no salieron con las manos llenas en la Piñata; o cómo se arremete contra los periodistas (somos el primer objetivo de un régimen no democrático) o contra lo que huela a oposición real (eso habla de lo mentirosa que es la democracia cuando está en manos de iluminados)… es tan humillante como movilizador.
Esta carta es solo para recordar, y para decirle a Nicaragua que fuera hay mucha gente que no olvida a este país de dramas acumulados pero, también, de dignidad demostrada. No somos la ‘comunidad internacional’, ni siquiera tenemos poder, pero sí atesoramos una memoria a prueba de palabras vacías y discursos políticos que parecen de cómic.
El que un día se presentara al mundo como revolucionario trata ahora (quizá como entonces) a los ciudadanos y ciudadanas como menores de edad incapaces de distinguir lo cierto de lo absurdo. Su discurso, escuchado desde lejos, suena absurdo y cómico. Mezcla elementos religiosos de bajo calado, con new age, con revanchismo, con planteamientos que tratan de oler a izquierda, con un universo de blancos y negros sin grises posibles, y, ante todo, con esa coordenada tan propia de regímenes pseudototalitarios y populistas como el de Álvaro Uribe en Colombia, el de Hugo Chávez en Venezuela o el de George W. Bush en Estados Unidos: “o estás conmigo o estás contra la patria”.
Desde la izquierda, donde están mis coordenadas políticas, me indigna que gobiernos como el de Ortega-Murillo traten de robar nuestro discurso para aplazar aún más el trabajo por un sistema social más justo y participativo. Desde lo humano, que es lo que me ha movido a escribir a Confidencial, me duele pensar en una Nicaragua puesta otra vez entre la espada y la pared.
Mi aliento y solidaridad con las y los que están resistiendo desde las ideas y la acción. Mi repudio y desprecio para los que son tan mediocres que tienen pánico al pensamiento.

16/9/08

La digna rabia

Lean la convocatoria zapatista al PRIMER FESTIVAL MUNDIAL DE LA DIGNA RABIA.
Podamos o no podamos estar, esta gente ha entendido que la palabra es tan poderosa como otras armas y que las almas, junticas, pueden movilizar los cambios. A pesar del silencio mediático, en Chiapas se sigue alimentando la rebedía ante el estúpido sistema.

http://enlacezapatista.ezln.org.mx/la-otra-campana/993/

Textico de vigila 113

Pequeña muerte

Qué extraño morir un poquito, un instante, como si fuera para siempre. Qué desconcertante morir así, estando vivo. Apuro la quietud para que me confirme el espacio en el que soy. El humo quiere colarse todo en el laberinto que parezco ser. Cuando se le prende fuego a este hilo todos los tejidos se hacen innecesarios. Desnudo de mi en esta pequeña muerte, sentado en este balcón sin vistas, plagado de goteos y de enmohecidos canales, no pretendo ver nada. Solo espero que el destino, ese que juega a ser esquivo, algún día me reintegre este órgano cuyo tejido pavonea su necrosis para solaz de tus poemas. En este instante, sin signos a mano, solo tengo un número, el 113, para cerrar este paréntesis.

Textos honestos

les recomiendo que entren al nuevo blog de Santiago Fascetto. Liberado, como todos nosotros, de los lastres del periodismo, publica unos bellos, directos y honestos textos de sus caminos.

http://yentrelosarboles.blogspot.com/

Texticos del Insomnio VI

La utilidad de las palabras

Las palabras son huecas cuando no están al servicio único de arrancar de raíz este sistema de perversiones, cuando camuflan y no desvelan, cuando perpetúan y no alteran. Las palabras, señor, deberían nacer para rasgar sin contemplaciones la venda de la ceguera. Habamos demasiado para hacer tan poco. Y, teniendo en cuenta el poder devastador de algunas palabras preñadas en esta corta historia de la especie, debería darnos vergüenza conjugar verbos que no movilicen, utilizar adjetivos que no hagan convulsionar, osar a situar conjunciones que no nos unan contra los verdugos de la vida o adverbios que no nos sitúen a la vanguardia de la esperanza.

Mañana


Las alucinaciones me persiguen en esta noche cerrada donde el sol me abruma. Hay una luz que quiero cegar. Soy otro cuando sueño en este insomnio y me imagino mudado de cuerpo y de ánimo. Como niño caprichoso, deseo otras vidas y las gozo sin pedir permiso. Las noches, tradicionalmente traidoras, son ahora buenas aliadas.

Caos

Latigazos de adrenalina para que las cosas sucedan. Verbo conjugado en frases vacías que mañana envolverán aguacates. Inversión e inmersión para que nada de lo que ocurra tenga sentido. Tengo que parir un periódico en cada cagada y sé que es sucio el resultado. Sin embargo, la esperanza me asiste y me presenta las mieles de tanto esfuerzo. El caos es un orden en chiquitico, solo hay que mirarlo bien de cerca para descubrir sus simetrías.

Yo no sé

Yo no sé para qué vadeamos las quebradas, cuál es la razón para evitar que los pies se mojen, que el barro rellene nuestras uñas. Si estos días los parimos para sonreír cuando el sol se pone, no hay razón para que mis párpados pesen como persianas de hierro oxidado, ni para tantear tu perfil con el miedo que producen los fantasmas. Somos invitados y nos tomamos esta fiesta donde el trago y la verde puerta nos permiten mirarnos a los ojos sin llorar, sin recordar que hay un océano y dos planetas separando nuestros cuerpos temblorosos.

Las otras formas


Nos leyeron la cartilla. Muchas veces.. De diferentes formas. Aparecía en forma de maestra, de profesor, de locutor, de cantante, de madre o padre, de cura, de amiga, de hermano, de amante e incluso de enemigo. La cartilla nos fue leída tantas veces que permeó en nuestras entrañas. Nos creímos que el amor solo tiene una forma, y un fin. Parafraseando a una poeta y malversando sus versos, diría pues que la cartilla insistió en que las cicatrices son para toda una vida. Y si nacimos para ser –y no solo para estar- parece razonable que el amor sea mutable, caprichoso, múltiple, azaroso en su plenitud. Suena entonces posible que necesitemos de amores paraguas –para protegernos de las inclemencias-, de amores precipicio –para no abandonar la sana costumbre del hormigueo en el estómago-, de amores perros –para que nuestras perversiones no se escondan en la sombra-, de amores racimo –esos que explotan sin avisar de dónde depositan sus esquirlas-, de amores paréntesis –para que nuestra memoria encuentre cuevas donde refugiarse-, de amores fraternales –para que la ausencia de deseo nos entregue la libertad de amar sin exigencias-, de amores universales –para conectarnos a ese caudal llamado humanidad-, de amores imposibles –para que la amargura compense el edulcorante de nuestra vida-, de amores platónicos –para seguir deseando sin resultado-, de amores traicioneros –para aprender a cuidar la espalda-…
Las otras formas del amor, todas menos una, la de la cartilla, son las que nos permiten ser y negarlas suena a suicidio preñado de cobardía.

15/9/08

Cuentico de septiembre

unronparaestefantasma

No existir es tarea de forense. No por un asunto de necropsias o de investigación criminalística en busca de las huellas de la muerte o de la vida suspendida. No. No se trata de esto. No existir se logra a punta de un delicado trabajo de forense. Un forense, eso sí, que borra huellas en lugar de buscarlas, que evita que la identidad, en el dudoso caso de existir, quede costreñida en identificaciones o fichas minuciosas.
Yo soy forense. De mí mismo, eso sí. Ciertos conocimientos especializados no son para compartir en estos tiempos. Si alguien aprendiera el secreto, las técnicas, los procedimientos para dejar de existir, podría sembrarse una moda de ausencias, un querer dejar de ser que amenazaría la estupidez humana, esa que hace que sigamos empujando el carro aunque sabemos que nos lleva a un precipicio de interrogantes.
La afición por esta ciencia de la nada comenzó frente a la mesa de una oficial de banco. Vestida de traje de sastre, con una blusa azulada nueva, y una piel asomando que desafiaba las normas ISO de la institución, la joven tecleaba los códigos de la sabiduría bancaria para estar segura de si yo, el potencial cliente de sonrisa nerviosa, podía entrar al parnaso de los créditos.
Ya saben cómo funciona. Uno ingresa en estado nervioso a un banco, dispuesto a pasar el examen que le dará acceso al mundo de la comodidad y de lo propio y sale con una hipoteca clavada en la sexta vértebra, por la que tendrá que penar durante 30 años y sin la escritura de la propiedad: uno solo es dueño de la hipoteca.
La oficial sonreía de una manera tan falsa como la mía. La espalda recta como la de bailarina en audición, los labios carnosos como para buscar empleo en negocios menos lícitos, las manos con unas uñas perfiladas con esmalte barato pero capaz de resistir los embates de la cotidianidad.
Las preguntas sobre mis ingresos o sobre las mañas que utilizo para sostener mi responsabilidad eran incómodas. Sentía como si las uñas lacadas de mi inquisidora estuvieran hurgando debajo de mis testículos, acercándose a mis sensores inconfesados. La miraba con una mezcla de pudor y de asco, un poco violado, un poco deseado.
Después de los minutos de información y teclas, la oficial me transmitió tranquilidad: tenía todas las posibilidades, solo se demoraría unos minutos en darme la lista de documentos que debía presentar. No mintió, en instantes regresó formulario en ristre y lista amenazante solapada.
Confesó sus secretos positivos. Que después de cruzada la información ya sabía que yo no tenía nada mío, que hacía tres años, dos meses y unos días que no recuerdo se registraba un atraso en el pago de mi tarjeta de crédito por 4 dólares y 37 centavos –nada grave, agregó-, que mi récord policivo era tan aburrido como una novela de dinosaurios y que, era una esperanza para el país por la beca que alguna vez tuve para estudiar en uno de esos países fríos donde saben todo y aplican tan poco.
Algo, alguien, algo me agarró el intestino. Presionó fuerte y con seguridad. El dolor casi me dobla, pero mantuve la dignidad. Alcancé a preguntar cómo podía saber tanto sobre mí. Alcanzó a confesarme que esa era una mínima parte de la información disponible. Alcancé a asustarme. Alcancé a solicitarle unas tijeras a la oficial de piel edulcorada, edulcorante. Me las dio. Las cogí tembloroso. Podía sentir su mirada esperando el siguiente paso de este cliente que debería estar feliz por haber superado la prueba. Saqué de mi bolsillo trasero derecho la cartera. Acerté a sacar mi cédula, la tarjeta débito del banco, la tarjeta de crédito que me acaba de echar en cara una deuda saldada de 4,37, el carnet del seguro social, el carnet de los ladrones del seguro privado, el puto carnet de los putos puntos del supermecado puto, el identificador del trabajo –solo soy el empleado número 268, poca rima, poco todo-… Acerté en la puntería. Uno a uno, mientras el rostro de la oficial se tornaba incrédulo del espectáculo y temeroso de los siguientes minutos, corté en pequeños trozos casi simétricos todos los carnets. Riguroso siempre en mis asuntos, cortaba con parsimonia, controlando el temblor de mi mano derecha y la emoción de mi corazón centrado.
"Puedes huir conmigo. Sin nombres, sin bordados en el pecho que te obliguen a ser la oficial Yasira. Puedes, si no preguntas, venir conmigo. Nos refugiaremos en una isla de las que cercan la ciudad, de las que ya nunca son visitadas excepto por pelícanos sin dueño. De las olvidadas por mapas y pesqueros. Allá, solo nuestro calor alumbrará las noches y nuestros impulsos serán las manecillas de reloj que marcará nuestros impulsos". Los ojos de Yasira ya no eran de fingida cortesía, sino de real espanto. Se movían de mi boca a los lados tratando de descifrar el sentido de mis palabras y de buscar un agente de seguridad.
"De lo contrario, amor incierto, solo puedo recomendarte que, sigilosa y cómplice, salgas de la sucursal que voy a destrozar con mis manos y mi rabia. Aléjate un poco para evitar que un vidrio rebelde como yo astille tu piel temblorosa. Entiende, bello cuerpo no deseado aún, que ser tanto como tú me exiges es obligarme a no ser. Que escucharte hacer el recorrido de mi identidad ha sido una violación con manos distantes. Quizá, si hubieras deslizado tu pie bajo la mesa hasta clavarlo en mi entrepierna no habría sentido un punzón tan frío y revelador como el que hincaste cuando confesaste tus armas, sus armas".
Ese fue, a ciencia cierta, el único discurso hilvanado –poético, pedante, ampuloso- de mi vida. El mejor, el que hizo piedra a la insípida y porosa oficial del banco, el que me demostró que del dicho al hecho más que un trecho hay un abismo, y el que provocó también la situación más embarazosa de mi vida cuando dos gorilas uniformados me tiraron contra el piso temiendo que yo fuera la reencarnación de Bin Ladem, antes de sacarme a rastras de la sucursal bancaria y amenazarme con llamar a la Policía si volvía "borracho" al lugar. Tres conclusiones: cuando uno amenaza debe cumplir con lo dicho para que lo tomen en serio; nunca metas poesía en un guión terrorista, y entra ebrio a los bancos para que cuando te acusen de tal sea cierto.
La violencia no era lo mío y, a partir de ese día, agarré pánico a vigilantes de seguridad y a todo aquel que me pidiera mi número de cédula. Hice recuento de todas mis identidades convertidas en números y me salieron demasiadas: cédula, pase de conducir y pasaporte; dos tarjetas débito con sus números mágicos y dos tarjeta de crédito con el respectivo; seguro social público y seguro médico privado; tres códigos de acceso a cuentas por internet, dos tarjetas de viajero frecuente, contraseña para skype, para correo electrónico e, incluso, para la sesión del computador; placa del carro y seguro, dirección postal y dirección real; pin del teléfono celular y pin para activar a su puta madre…. Ya está bien. Cuando puse todo junto y la cabeza era una centrifugadora numérica, lo tuve todo claro. Otros tienen éxtasis religiosos, yo tuve un éxtasis existencial –por exceso de la misma-. A partir de ese momento dedicaría buena parte de mi vida a destruir mi identidad oficial, a dejar de existir, a borrar minuciosamente todos los registros que de mi permanecían silentes esperando el momento de activación.
Seguro que piensa que mi ingenuidad rozaba límites patológicos. Pero… no. No. No. Le digo que no. Pude. Han sido siete años con todos sus diítas y nochitas. Han sido horas y horas de aprender informática, de meterme en la lógica ilógica de las instituciones policiales, de convertirme en un forense que deshuella como desuella un matachín a la bestia que debe porcionar. En mi caso, a cada porción identificada un acto de quema. Magia potagia y al carajo quien soy. Mejor dicho: ¡al carajo quien fui!
Hoy camino con un porte diferente. Mi espalda parece de bailarina clásica retirada, o de poste de luz de Basilea. Recta, orgullosa, se mueve junto a mis piernas en busca de otras miradas, de los que me ven pensando que soy cuando no hay rastro de mí. Las consecuencias de este enderezamiento son mínimas para mí. La carpa donde habito está en un recodo del camino que nunca revelo, no hay teléfono donde localizarme ni lugar donde guarde el dinero que ya no tengo. Hablo, como fantasma aparecido y juguetón, con la gente que me encuentro, río, disfruto o me emputo, pero al alejarme… me desvanezco… imposible de ser después de ese momento, ilocalizable en un mundo de antenas y oídos. Es más, esto que le estoy contando difícilmente lo podrá repetir, porque a todos les parecerá historia de borracho. Yo lo estoy y usted también, lo que significa que tampoco sería faltar a la verdad. Eso me gusta.
La única que me sabe y me consume es Yasira. Goza al hacerme el amor al pie del árbol que me ubica en este planeta, me muestra, ahora sí irreverente, sus pezones erguidos por el frío de la montaña, me asegura que nunca su respiración se había acompasado con la existencia como desde que dejó de existir conmigo. Rozo sus muslos para comprobar que todavía soy yo quien tiene la voluntad y que no soy un alma errante en un mundo de locos registrados como cuerdos.
Dejar de existir en compañía es lo más similar a sentarse en una tarde soleada pero ventosa en la terraza de la casa que no es tuya y compartir con tu amor una pastilla de cianuro que alivie sufrimientos y haga posible el amor, del único modo que es posible, con la muerte. La ventaja es que al dejar de existir, no de vivir, Yasira, y yo, encontramos nuestra propia huella, nuestra sed, nuestra razón.
¿Qué si me inventado todo? Quizá hermano, la literatura es así… pero , mírelo de este modo, nunca podrá borrar como forense la duda de que todo lo que le he contado sea cierto y que sentado frente a una oficial de banco una rabia se apodere de usted y se arranque la identidad del pecho, o de la cartera. ¿Otro roncito pana?

14/9/08

Texticos de la vigilia II

Donde el poder persiste

Irke no entiende como puede ser que Claudio le haga el amor a su hija con ese descaro. Es decir, no un descaro en el amor, sino de forma tal que los gemidos de la muchacha de 17 años y los bufidos del cincuentón se escuchan en todo el vecindario.

Ilke mira desde sus ojos azules este universo lleno de tonos café, grisáceos, dorados también y le cuesta mantenerlos abiertos cuando el sol se refleja en esas pieles que no son suyas.
Suda Ilke. Suda y palmotea sus muslos y sus brazos y su nuca y su frente y su espalda y su vientre. Palmotea en el aire para ahuyentar lo que no entiende y, a pesar de ello, las dudas persisten.

Gina tiene vacaciones de dos días. De momento aparca las matemáticas y la química para estar con su novio lejos de casi todo. Él es gordo, sí, y calvo, pero es lindo con ella y tiene dinero. En casa de Gina no le preguntan dónde consigue esa ropa barata pero bonita. Tampoco ven mal que la muchacha pase alguna noche fuera de casa. El sistema de supervivencia tiene estas cosas.
Ilke fuma un cigarrillo Carlton frente al fuego donde Igi asa dos piernas de anta. El viejo de pelo blanco y tos agarrada al humo que niebla sus pulmones es simpático y habla a un volumen descomunal. Ilke no entiende nada porque Igi tampoco la entiende a ella.

Está bonita Gina con esa blusa naranja. Sus pechos, grandes a pesar de lo recientes, se dibujan para satisfacción de Claudio –y del resto-. Buena elección. La besa en la frente y sonríe: “Mi hija quiere volver a la ciudad… seguro que tiene un enamorado”. Gina le arroja una mirada torcida y murmura una queja.

Suda Ilke, Sigue sudando y se atreve a preguntar si es verdad que Claudio es el padre de Gina. Sonrisas por respuesta y más sudor en el cuerpo rechoncho de Ilke. Ahora no sabe si lo que debía repugnarle de los quejidos era el incesto o la brutal diferencia de edad.

La cerveza de Claudio se derrama y la mala puntería o la mala suerte la dirige a la blusa de Gina. La chica llora. Sus pezones se perfilan ahora con la humedad espumosa y los otros muchachos lividinosean con ella. Y eso provoca a Claudio. La noche termina mal. Casi nadie está contento. Solo Igi, feliz de que su novia, un poco menor que Gina, esté junto a él, acariciándole su pelo blanco mientras él arranca con sus dientes el sabor de achote de esta carne ya arrugada.

En frente, Ilke mira y suda. Se irá de este país que no es suyo con la imagen invisible del poder del hombre en estas tierras donde aún se caza descalzo. Llegará al suyo con los ojos prestos a mirar más allá del barniz de igualdad que le enseñaron en la escuela, dispuesta a cazar con botas térmicas los ejemplos del mismo poder que perduran en su selva civilizada.

El poder de un libro, de dos libros

La cadena de las emociones y el conocimiento es impredecible. Héctor me regala unas fotocopias, yo las reproduzco y se las regalo a Alberto, éste entra en estado de euforia y comienza a comprar las referencias bibliográficas que aparecían en esas fotocopias, ayer me prestó uno de los nuevos libros llegado a sus manos, hoy lo terminé, incapaz de despegarme del asombro.
Casilda no sabe lo que ha provocado en estos hombres (a efectos de este texto somos solo eso: hombres). Le hemos puesto nombre a lo que intuíamos y hemos descubierto que el matricidio que hemos cometido los de nuestro sexo desde que los griegos decidieron que los hijos de los dioses nacían de muslos, huertos y otras estúpidas imitaciones masculinas es más brutal de lo imaginable.
¿Qué hacer ahora con esta enorme responsabilidad, que no culpa? ¿Cómo mudar nosotros (a efectos de este cambio somos solo hombres)? ¿Cómo hacer para reponer, liberar a la madre que convertimos en hija? Siento en esta tarde de calor que todavía me queda vida suficiente para no reproducir el entuerto. Estoy feliz de que un libro, dos libros más bien, me hayan abofeteado de una manera tan fuerte y tan iluminadora. Libros escritos, por supuesto por mujeres, las únicas que no repiten eternamente el mantra del discurso patriarcal. !Viva!

13/9/08

Texticos de la vigilia I

La condena del caminante

Caminé esta mañana por el caótico centro de Manaus. Miles de vendedores informales, zocos persas en el calor tropical, olores nauseabundos se mezclan con el rico aroma del cajú y del açaí, pieles mezcladas, ropas escasas para ventilar estos cuerpos de pobreza henchidos, acartonados por bolsillos que son retazos. De la antigua ciudad, algunos edificios portugueses semidestruidos. La Habana es Manhattan, pero la publicidad arremete contra la isla. Aquí están las huellas de todos los colonialismos. Los portugueses abandonaron el imperio, el imperio británico abandonó a los brasileños cuando la selva dejó de llorar caucho y muertos para extraerlo, y los imperios de ahora les venden ropas y avalorios dejando a cambio malos empleos y falsas promesas. Sin embargo, nuestros pueblos son generosos, no hay resentimiento en las caras, no hay odio en los desheredados del mundo que transitan por este mar de plástico, herramientas de carpintería, bragas, música pirateada, profetas de parque y putas amanecidas o sin permiso para amanecer. Entran los pobres a los bancos, hacen fila en los cajeros automáticos para ver como su saldo es de 4.89 reais, no más de 3 dólares. Pero tienen tarjeta y se creen dentro del sistema. Salen, gastan un real en una fritanga y guardan el resto para beber, que es el único antídoto barato contra la realidad. ¿Es generosidad o es estupidez, adormecimiento?

En la avenida de San Jorge se levanta uno de los templos evangélicos que pueblan la ciudad, este es como una reedición del Partenón a lo nuevo rico. Y los pobres entran ahí buscando la salvación... ¿la salvación de qué? ¿de la ira de Dios? ¿ o de esta injusticia humana tan cabrona que tiene nombre y apellidos? Cada día que jugamos a ponerle curitas a este hemisferio tan acostumbrado a sangrar por las mismas heridas. La humedad desprende las curitas y nuestra gente sigue en las mismas: con pus en los bordes de la cicatriz que termina por reabrir la herida y vuelve a causar el dolor conocido.

En medio del desorden general de esta ciudad, se alza el monumento a los desquiciados. El famoso Teatro Amazonas es fruto de una quimera estúpida cuyo único fin era igualarse con París, desde acá desde esta esquina del mundo que a nadie hubiera importado en el siglo XIX de no necesitarse caucho para rodar nuestras comodidades de primer mundo. Sigue siendo lo mismo: lo único limpio y cuidado, una inmensa cuadra rodeada de calle peatonal y atractivos turísticos, una urna de cristal que da de comer a unos cuantos y que no puede ocultar, aunque quiera, que Manaus ahora es una gran Maquila que no paga impuestos donde Honda, Sony o Yamaha fabrican para seguir haciendo rodar nuestros sueños.


Camino por esta ciudad. Y a veces no quiero caminar. Me abruma este mundo y hay días en que mi saudade es tan estúpida que no hay palabras para describirla. ¿Aislarse o untarse? O ninguna de las dos. Es la pregunta medio esquizoide que me acompaña los últimos años. De momento, seguir con los ojos bien abiertos, con la mano presta a teclear lo que muchos no quieren recordar y la única misión de sobrevivir con dignidad y no joder mucho.


Pies

Los zapatos se han convertido en el escudo antimisiles de nuestros tiempos. Nacidos casi con zapatos, la piel que cubre los pies se torna debilucha, blanquecina, pobre, sensible a zancudos y roces, a piedras y humedades. Los sentidos que pueden registrar las únicas dos partes del cuerpo que casi siempre están en contacto con algo (con lo que se pisa, para ser más concreto) se han ido atrofiando, disminuyendo con nuestra capacidad de percepción.
La tierra no es ya nunca más nuestro planeta. Somos de caucho, de cuero, de plástico con capa de aire para evitar que nuestras rodillas se esfuercen.

12/9/08

Palabras en el Amazonas

Un par de texticos escritos en el río


Los nacimientos de Samy Gandhi da Silva


Cuando el perro incó sus colmillos en la pierna derecha de Samy, se apuró a untar su dedo de sangre y restregarla en su propio ombligo mientras una sonrisa vengativa se dibujaba en su cara de pirata, plegando arrugas sobre arrugas. Un mes, ese es el tiempo que le van a durar los dientes al perro maldito que le dejó cuatro huecos en la pantorrilla para recordarle que la naturaleza que ama puede ser bien cabrona cuando quiere.
“My friend, I’m still nervious”, me repite una y otra vez esta noche en la que todavía faltan 18 días para que el perro quede mueco. Samy trataba de capturar un caimán en la noche con luna de este igarapés donde los troncos hacen confundir casi todo con casi nada. “Lá, lá, stop o motor cara, came on”, le espeta al motorista que trata de cumplir las confusas indicaciones, despistado por ese portugués mezclado con inglés de Guyana que habla todo el tiempo este enjuto cuerpo pegado a un alma sin patria y con dos nacimientos. El primero en la Guyana inglesa, allá donde su madre sigue repitiendo: “yo lo hice pero no lo entiendo”. Garimpeiro de espíritu, Samy volvió a nacer en 1985, cuando logró una nueva partida de nacimiento, esta vez en Brasil, mientras pagaba condena por tráfico de drogas porque quien mueve oro puede mover el polvo liviano que obsesiona a los blancos.
De Samy Gandhi a Samy Gandhi da Silva. Dos nacimientos y una certeza. No volver a jugar con ese fuego y mejor pelear con llamas igual de peligrosas pero que no te llevan a la cárcel.
Ahora las huellas no son legales. Aquí una picadura de serpiente, allá una caída, por este lado la mordida de perro… son tantas. Pero sin miedo. Todo por no creer en religión alguna. “My friend, si voçe cree en alguna religión, entao vai a acreditar que hay demonios and that’s produce o medo”. Ahora mezcla inglés, portugués y español atropellando unas palabras contra otras, con una seguridad casi de letanía
“My friend, I’m still nervious”. Al meter la mano en el agua para agarrar el caimán, el jacaré, por el cuello e inmovilizarlo, Samy se encuentra una boa roja, lo más cercano a la anaconda que verá tan cerca de la superficie. De un salto, agarra el machete y lo agita contra el agua para espantar el miedo que dice no tener. ¿La querías matar Samy? “Are you crazy man? She is in her house I don’t have choice to disturb her…
“Fuck, I’m still nervious”. Unos tragos de cachaza bajan la tensión y Samy suspira… la naturaleza es perfecta, dice en otra de sus mezclas, suelta una de sus carcajadas y pregunta: Everybody is OK? Ante la respuesta afirmativa de los compañeros de trago, concluye. “Entao, eu estou legal”.


Bendita lluvia, bendita vida

Llueve como solo sabe llover en estas tierras de demonios y bondades. Llega avisando con su banda de redoblantes y su sombra preta. Después,los techos son poco para acogerla, el río abre su cauce dispuesto a cosechar humedades, hay flores y libélulas que sonríen con lágrimas dulces, los cuerpos se enfrían y se humedecen en una de sus habituales contradicciones.
Llueve como me gusta que llueva, fuerte y con ternura, con poder y con calma al tiempo. Quizá es así como me imagino la vida: una sucesión de días soleados y tediosos, gastados de bruma y calor, sorprendidos por esta necesaria y breve lluvia torrencial que no siempre es oportuna al corazón pero que casi siempre refresca el alma. En la vida las situaciones hermosas y
turbulentas llegan así y empapan igual. No hay posibilidad de parar la lluvia como no se pueden contener los acontecimientos.

Elogio al odio como sentimiento

Me parece genial este texto publicado en letras Libres. Lo comparto.




Odiar es un placer

por Héctor Subirats

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No se entiende la mala fama del odio cuando se analizan sus atributos y sus virtudes, según afirma Héctor Subirats. Frente al sobrevalorado amor, el odio es un sentimiento que pide muy poco a quien lo ostenta y que ofrece a cambio una fidelidad duradera e insobornable.

A Juana, odiadora intermitente, que me sacó del agujero

Según el diccionario de la Real Academia el odio es “antipatía y aversión hacia algo (¡sic!) o hacia alguien cuyo mal se desea”. La academia tendría que explicarme qué mal le podría yo desear a la basura si, por ejemplo, la odiara. Buscando fuentes más fiables que la RAE, Carlos García Gual destaca varios usos ente los cuales el mas común es el de “enemigo” o “pelea; enfrentamiento, lucha, insulto”, ninguno de los cuales me lleva al uso que, ustedes perdonen, yo le voy a dar.

El pobre odio, que sufre durante siglos una persecución inmisericorde por parte de las diversas sectas entregadas a la difusión de las buenas conciencias, suele ser confundido con otros sentimientos que, ustedes van a volver a perdonar, no le llegan ni a las rodillas, por ejemplo la cólera, el enojo, el enfado la inquina, el asco, el rencor, el revanchismo o el simple y llano encabronamiento momentáneo. Digamos que gente “más moderna” como Aristóteles o Spinoza tiene la prudencia de hablar de odios malos y odios buenos, matiz que la mayoría desprecia despachando al odio en tono negativo.

No hay pasión, sentimiento o ideología que en el mercado de las debilidades humanas no ofrezca algo para que piquemos en su anzuelo: ¡por fin (o al fin) la felicidad!, el amor correspondido y su correspondiente familia, la rebaja de los impuestos, la eliminación de la celulitis, el crecepelo infalible. La superioridad ética del odio consiste en que no ofrece nada, así de sencillo, rien de rien. Es el único sentimiento que no se presenta al mercadillo de los desesperados. Todas las demás pasiones están al servicio de la utilidad.

Castilla del Pino destaca la diferencia entre envidia y odio con un párrafo que no deja de sorprenderme: “Si bien no hay envidia sin odio, se puede odiar sin envidiar al que se odia”. Es evidente que la envidia es moneda común e incluso entre amigos se habla de una “envidia sana”, por lo que si la primera parte de la afirmación es, desde luego, más que dudosa, la segunda parte no merece más comentarios por evidente.

Para todos los amigos que machaconamente me insisten en que all you need is love, y con el fin de evitar malos entendidos y confusiones con los pretendidos sinónimos y antónimos que han degradado esta pasión creadora, dejaré provisionalmente mi definición de odio a la espera de que toda esa gente tan buena y sensible me machaque y abrume con citas nietzscheanas sobre los inconvenientes de ser carcomido por la metástasis del tumus autodestructivo.

El odio brota de la certeza de haber sido estafado, acosado, denigrado y llevado al abismo y, sin embargo, hace de este proceso una pasión que concentra sus ansias de conocimiento en un solo hecho, renunciando al saber del todo por profundización en una sola parte que casi te la parte. Además el odio sólo tiene como destinatario a alguien a quien se ha querido, o al menos con quien se ha simpatizado o se ha sido solidario. Parafraseando al genio de Rasinari, el odio es lo irrevocable en el momento que ya no podemos renovar nuestros pesares.

Queda claro, entonces, que el odio es una pasión por el conocimiento. Aparte de ello hay otra faceta que no ha sido debidamente apreciada, a saber: su voluntad pedagógica. Es falso que el sujeto que odia desee el mal (cualquier mal) del odiado. No es suficiente que una bala perdida aniquile al odiado, ni que una teja le destroce el cerebelo, ésos son accidentes que aniquilan el acceso a la esencia del odio. El odiador puro, el odiador sabio, sólo desea reciprocidad, es decir, que al otro le suceda lo mismo que ha padecido para que así pueda comprender el dolor que causó, aun a sabiendas de que es una misión imposible y de que, por otra parte, jamás se podrá ser tan miserable como el odiado.

El odiador necesita la permanencia del sujeto odiado: es su frontera frente al vacío. Se ve claramente cómo el odio, mucho más que el Ministerio de Educación y todas las ONG juntas, desarrolla los dos pilares de la civilización occidental: educación y conocimiento. En contra de todo lo que se ha dicho, el odio es una pasión subordinada a la razón.

El odio suele ser tratado como masificado, democratizado, tratado como pura abstracción, y eso sí no lo vamos a tolerar los pocos defensores que quedamos de este potente sentimiento en vías de extinción y al que sin temor a exagerar podemos calificar de sublime. El odio es individual, tiene rostro sobre todo porque el odiado tiene mucha cara. Además, nos hemos encontrado con la colaboración inapreciable y al parecer indiscutible de la Ciencia (así, con mayúscula), que ha demostrado que el supuesto enemigo del odio, a saber, el amor, es ciego, en cambio el odio lo ve todo, o sea, la única parte que le interesa. Pero lo más importante es que mientras el odiado primero te exprime afectiva, moral, económica y físicamente, posteriormente te ignora y ningunea, es decir, desapareces, ya no existes para tranquilidad de la conciencia miserable. Por el contrario, el que odia tiene la grandeza ética de seguir reconociendo lo humano, lo vivo que hay en la otra parte. Uno trabaja sus dudas, las decepciones llegan solas. La vida podrá oscilar entre el dolor y el aburrimiento, pero al fin es vida, lo demás sólo vacío y olvido, y no se puede ir a la redención por la vía de la amnesia contra un canto justiciero e imposible que estremece al odio.

El que odia en estas condiciones hace suya la defensa radical del “yo” empírico y finito, lejos de las abstracciones vacías más afines al mimetismo gregario: el Estado, el Partido, el Amor, etcétera. Así de paso rescatamos a ese gran olvidado cuando no vituperado: Max Stirner. Para Stirner, todo lo que nos une a los otros o todo lo que tengo de común con los otros, es sólo relativo respecto al carácter de “mi” unicidad. En resumen, la unicidad no es ausencia de relación, sino que la pretendida relación es ausencia de unicidad. Y mi unicidad, antes que delirar con la Inmaculada Concepción, opta por las preferencias de mi inmaculada decepción.

Los afanes identitarios de todo tipo de ideologías denominan como odio lo que en realidad es otra cosa, quizá más cruel, pero desde luego no odio. Cualquiera de los rostros del mal esconde una parte de buenos propósitos, eso al margen de que conseguirlos conlleve la eliminación de una parte de la humanidad. La eliminación de los indígenas procede de las bondades de la evangelización, la eliminación de los judíos de los buenos deseos para con los arios e incluso, si uno hace caso a Jonathan Littell en su novela Las Benévolas, de un trabajo bien realizado, sin cargos de conciencia, por unos auténticos profesionales en beneficio de lo que quede de la humanidad. Por supuesto, Bin Laden, aparte de luchar contra el infiel, sólo desea garantizar a sus aguerridos muchachos la felicidad eterna. No digamos los valientes gudaris del tiro en la nuca: aparte de quitarse de encima la peste españolista ofrecen cocochas y changurros incluso para el que quede último lugar en los concursos de levantadores de piedras y, faltaba más, que los amantes de la danza no se priven y comprendan que Marta Graham era un tarada al lado de los Nureyev del aurrescu, baile que ni tan siquiera he logrado aborrecer.

En fin, sé que no va a gustar, pero Hitler, que era un cretino, no odiaba a los judíos, de los que pensaba que eran basura y, claro, ya expliqué que a la basura no se la puede odiar. Ya se sabe, la basura a la planta incineradora. En el juicio al criminal Eichman, lo que a éste más le importa destacar es que no odia a los judíos y que él sólo hace el trabajo que le mandan. Por supuesto esto no hace menos criminal el genocidio, pero a la masa se la puede despreciar, te puede dar asco, pero no se le puede odiar por simple claridad conceptual.

El amor, en cambio, tiene capacidad para todo, se puede amar a la humanidad como Benedicto XVI o amar dos mujeres a la vez y no estar loco, se puede amar a los niños, como la tropa de pederastas de Benedicto XVI y resolver ese amor que no puede decir su nombre con jugosas indemnizaciones a los parientes de los agraviados (o amados), se pude amar a los viejitos y en señal de ellos endosarles al nieterío para que no desfallezcan sin sentirse útiles a la sagrada familia y a la ley de la dependencia que ama mucho pero no pone recursos para amar bien del todo.

En fin, ya vemos que hay toda una campaña de embellecimiento del amor; resulta raro confirmar que la opinión general es que el odio carcome las entrañas y en cambio el amor da la felicidad, lo que no deja de extrañar cuando el 80% de los suicidios son por amor y no se sabe de nadie que se haya borrado del mapa por odiar; es más, sólo tengo registro de un tango que ponga en duda las virtudes del odio y hay un catálogo extenso de tangos, boleros y rancheras que narran las desventuras del amor.

“La maté porque era mía.”

Y sin embargo no es sólo la plebe la que sucumbe al embrujo idiotizante de los beneficios del amor. Ya sabemos, con Cioran, que cuando la masa, incluso la culta, adopta un mito, se aproxima o una masacre o una religión, y el amor cumple ambas facetas. Al menos el camino del odio tiene más honestidad y rigor; en tanto que el itinerario del amor ha dejado millonarios a los fabricantes de fármacos y best sellers y ha proporcionado abundantes becas y viajes a los académicos mercantes de la sensibilidad, siempre hay clientes entre los espíritus agrietados. En el odio todo es vértigo, duda que cuajó penosamente; en el amor todo es prejuicio y aparente certeza. Dicho mejor por mi rumano de cabecera: “La dignidad del amor consiste en el afecto desengañado que sobrevive a un instante de baba.”

El casi siempre brillante Guillermo Sheridan (aunque uno tenga derecho a preguntarse por qué un hombre tan inteligente despliega tanta energía en reproducirse en un mundo que él considera despreciable) me decía el otro día –mientras nos entregábamos a la ingesta de vinos en St. Germain– respecto a la cólera de Aquiles, a la que él llama odio, que en realidad Aquiles se odiaba a sí mismo por no soportar el destino de ser, él también, un matador de hombres, y que no sentía odio por Héctor, que tan sólo es un pretexto más para reafirmar el odio que a él lo carcome. En fin, se podría discutir, y entre las múltiples interpretaciones, apuntarse a la que señala que el desarrollo de la cólera tiene varias determinaciones, sin faltar las cabronadas de Agamenón, sobre todo el asunto de Briseida y la muerte de Patroclo. El odio por Patroclo, la verdad, no viene a cuento, pues él mismo proclama que no fue Héctor sino que “lo mató la parca funesta”. Sólo haré notar que el odio a uno mismo no refuta mi argumentación sino que la fortalece: quien es consciente de sus miserias es el mejor preparado para escudriñar en las abundantes de sus semejantes. Ya lo dijo Cioran: “¿Nuestros ascos? Desvíos del asco que nos tenemos a nosotros mismos”. Dicho lo cual, espero paciente a que Guillermo me destroce en su “Minutario”, pero debe recordar que, como escribió él mismo a propósito del Quijote (y de cualquiera), “se puede ser (al mismo tiempo) el ángel de la sabiduría y el demonio de la iracundia”. Sheridan me reprocha que “si en verdad quiero ser malo, no se teoriza, se jode”. No, Guillermo, eso es para el vulgo. A continuación hace una buena pregunta: “Si alguien odia al objeto de tu odio aún más que tú... ¿te pondrías celoso?” Pues no, mi odio es exclusivo para mi ser, los demás odios no le atañen salvo que en la brutalidad del odio mal entendido de otro elimine a tu objeto; en ese momento origina la suspensión de tu forma de odiar, pero no provoca celos. Como diría Georges Brassens en su epitafio: “Cerrado por defunción”.

Para quienes me acusan de abusar del ad hominem en el tratamiento de este tema les regalo esta perla del mismísimo Sheridan: “El odio sólo es ad hominem cuando es ad feminam”.

La más extendida versión de la cólera de Aquiles suele contarse de otra manera. Al recibir Aquiles la noticia de la muerte de Patroclo (de la que es culpable en parte al sustituirlo en la defensa de los aqueos), desata su furia contra el troyano olvidando su rencor contra Agamenón. Curioso odio es éste que es fácilmente sustituido por otro y al que además se rebaja al pasar a denominarlo rencor. O sea: el odio contra Agamenón ya no es odio porque se desplaza contra Héctor y, ¡ahora sí!, ya es odio… Además, si uno revisa las interpretaciones sobre el asunto verá que se insiste, además, en el desplazamiento del odio de una a otra persona en la gradación: Aquiles “odia a los troyanos y en especial” a Héctor. En cualquier caso, tanto en el de Sheridan como en los otros subyace una especie de Destino del que no se puede escapar, y yo estoy intentando (aunque no me perdonen) referirme a un concepto del odio que procede de un enfrentamiento con la realidad a la que se responde con una razonamiento: mejor el desatino propio que las amarras del Destino.

Por otra parte, la casi siempre gran pensadora Elena Salgado, no la ministra de las prohibiciones sino la que fuma como chimenea, se apunta a la tan manida teoría del resentimiento nietzscheano, sin tener en cuenta que el delirante Federico podía lanzar todas las proclamas teóricas sobre el asunto aunque él fuera un gran “odiador”, pero, como siempre, desplazando en lo teórico a lo colectivo, pero en lo personal a lo individual. Pero Nietzsche piensa que la venganza es más dulce que la miel y es su represión lo que lleva al odio y al resentimiento. Entonces, a pesar de la pensadora del Retiro y de las iluminaciones de Nietzsche, el odio estaría incapacitado para la venganza por culpa del resentimiento. Nietzsche sabía que la cristiandad recomienda la mansedumbre para contrarrestar la ira y la cólera, y no parece que la mansedumbre sea una pócima que fuera del gusto del pensador. Por si fuera poco, no faltan entre los lacanianos quienes consideran entre los odios más puros los que carecen de agresividad: ¿en qué quedamos? El problema de la pensadora del Retiro es que en su retiro ha optado por la placidez de la bondad equidistante, y quizá, pobrecita, piensa que en el mundo abunda gente como ella (la decepción confirma la regla), y claro, se equivoca; el mundo está lleno de miserables y criminales que sólo esperan el momento oportuno para mostrar su eficacia. Como dijo el poeta J. L. Rivas, gloria de las letras veracruzanas, “un millón de paranoicos me persiguen”.

Dos de los grandes teóricos del odio, E. M. Cioran y W. Hazlitt, también suelen confundir el odio con sentimientos menores.

Respecto a Cioran, la cuestión es más o menos sencilla: el rumano simplemente detesta la existencia y maldice contra la tentación de existir, a partir de ahí no hay matices e intercambia los adjetivos en todas sus variables. La gran ventaja del perseguidor de “ese maldito yo” es la maestría con la que maneja el humor negro, y por eso es poco importante el uso del odio: en este caso es más notable el estilo que el contenido.

La deliciosa prosa del ensayista inglés es más conocida por trabajos sobre estética y poesía, pero entre sus joyas nos deja “El placer de odiar”, un texto que si hoy todavía es políticamente incorrecto más lo era cuando lo escribió sobre 1820. El problema está en que Hazlitt estaba adscrito a una corriente filosófica conocida como el emocionalismo que cree firmemente en la existencia de las ideas innatas y está marcado por el método entonces llamado psicologista, según el cual nuestro conocimiento del mundo se sustenta en las impresiones que los distintos objetos provocan en nuestro cerebro. Para Hazlitt, en todo movimiento humano hay un principio de hostilidad en el que triunfa la ira cuando no es tocada por “las buenas costumbres”. En cambio, “el amor, a poco que flaquee, cae en la indiferencia y tórnase desabrido: sólo el odio es inmortal”.

La naturaleza parece realmente (y tanto más cuanto más la observamos) hecha de antipatías y contrarios; sin algo que odiar, perderíamos el veneno del pensamiento y la acción”. Este párrafo es una primera muestra en la que se ve claramente cómo Hazlitt no matiza y usa tan tranquilo lo mismo la palabra antipatía que la palabra odio.

El inglés adivina en nosotros un exceso de bilis que necesita ser empleado en algo, por ejemplo “terquedad, venganza, terror y odio”, o sea aquí ya encontramos cuatro nombres para definir el fenómeno.

De todas formas basta un solo párrafo de Hazlitt para perdonarle los deslices en el uso del odio. Véase si no esta joya: “El placer de odiar, como sustancia ponzoñosa, roe el corazón de la religión y lo llena de resentimiento y beatería; hace del patriotismo una excusa para llevar el incendio, la peste y el hambre a otros países; no deja a la virtud otra cosa que el espíritu de reprobación y un prurito mezquino, envidioso e inquisitorial de escudriñar las acciones y motivos ajenos.

¿Qué han sido las distintas sectas, credos y doctrinas sino tantos pretextos para querellarse, reñir y hacerse pedazos entre sí, a manera de blanco contra el cual disparar? ¿Supone alguien realmente que el amor inglés a su país entraña un verdadero sentimiento de amistad ni el menor deseo de servir a sus compatriotas? No; lo único que supone es odio a los franceses, o hacia los habitantes de cualquier otro país con el que a la sazón se halle en guerra”.

Hazlitt resume: “Odiamos a los antiguos amigos; odiamos los libros leídos, odiamos las ideas pasadas y acabamos odiándonos a nosotros mismos.” Sin embargo, pocas páginas después redunda: “en cuanto a mis opiniones pasadas, la verdad es que estoy harto de ellas”. Aquí el odio ya es hartazgo, el hartazgo de quien sucumbió al optimismo y ve apagarse la esperanza en “los ecos de libertad que han resonado en España” y entonces el odio se convierte en el “hábito nauseabundo del fanatismo”. Pero, ya para terminar, razón no le falta. “Equivocado como siempre estuve en mis esperanzas públicas y privadas, calculando a los demás con arreglo a mí mismo y errando siempre en el cálculo; sin cesar defraudado donde más confianza puse; juguete de la amistad y pelele del amor, ¿no tengo acaso razón para odiarme y despreciarme? Así lo hago en verdad; y más que nada por no haber odiado y despreciado lo bastante al mundo.”

Después de discutir estas reflexiones con gente más dada a lo literario, me encuentro con un “filósofo duro”, que además usa “un método”, Javier Echeverría, quien en el templo madrileño al que acudimos hace muchos años a beber con el pretexto de cenar me larga una serie de reparos que a continuación resumo:

1) Savater basa la ética en el amor propio. ¿Puede haber una ética (o antiética) del odio propio? Si lo hubiera sería una pasión extraordinariamente creadora, una pasión por conocerse a sí mismo (argumento en el que Echeverría ve que insisto). De esta manera la reciprocidad (que al otro le suceda lo mismo que uno ha padecido) estaría garantizada, incluso resultaría seguro que se “es tan miserable como el odiado” (hasta aquí Echeverría).

Es claro que en el sentido en que Savater define el amor propio, no es posible encontrar coincidencias con el odio propio. Para Savater, su ética es “una propuesta de vida de acuerdo con valores universalizables, interiorizado, individual y que en su plano no admite otro motivo ni sanción que el dictamen racional de la voluntad del sujeto”. Esta ética se opone a la ética altruista que nos invade. Es autoafirmación del propio ser y anhelo de excelencia y perfección.

Pienso que el sentido savateriano de la ética se ve atravesado por la función política, asunto que al odio le tiene sin cuidado de la misma manera que el anhelo de excelencia y perfección (lo que no excluye una pasión por conocerse a sí mismo). En lo que sí podemos encontrar alguna afinidad es en no admitir ninguna sanción que no proceda del dictamen racional de la voluntad del sujeto.

En lo referente a que el deseo de reciprocidad con el odiado garantizaría que se es “tan miserable como el odiado”, podría ser cierta la afirmación de Echeverría si el odiador fuera el causante directo de la desdicha del odiado, pero no si le sucede lo mismo pero causado por un tercero, aunque, claro, ya no se le podría llamar recíproco, vamos, que si quiero afinar la teoría, para ese argumento tendré que buscar otro nombre. De todas formas, hago notar que yo dije “la imposible reciprocidad.”

Finalmente sobre este punto Echeverría incurre en el más común de los errores y es el de anteponer el amor al odio cuando lo contrario del amor es... ¡el aburrimiento!, o sea Tánatos.

2) La segunda anotación de Echeverría dice así: “Derivación de la pregunta anterior: el amor a Dios es el primer mandamiento para el creyente, ¿sería el odio a Dios la regla del descreído? Pienso que no. El agnosticismo requiere un a-pathos respecto a Dios. El odio es una forma de creer en (y desear) la existencia del ser odiado. Segunda derivación: ¿el odio a otras entidades abstractas (Estado, patria, país enemigo, infieles, razas inferiores...) es posible? Por lo que dices parecería que no, porque sólo se odia a una persona, pero así como Dios ha sido como persona (uno y trino), otras entidades abstractas también suelen ser personalizadas por el que las odia. Hay gente que cree odiar a entidades abstractas.”

En esta anotación Echeverría me pregunta y prácticamente se responde. En efecto, el amor a Dios es “un mandamiento” y el odio no acepta otra voluntad que la de su racionalidad autónoma. Ya he explicado que lo que se toma por odio a entidades abstractas no es más que ignorancia, desprecio, ideología, estrategia belicista, etcétera, pero no odio que requiere el conocimiento personal del odiado y, si no un previo amor, sí al menos una mínima solidaridad anterior. La parte final la explica muy bien: “hay gente que cree odiar”: pues eso... cree.

3) Dice Echeverría: “Tendrás que comentar a Freud. El odio al padre es un clásico de la reflexión sobre el odio. Para Freud dicha pasión no sólo es creativa, sino constitutiva del individuo. También se podría mencionar el tánatos como pasión destructiva, aunque a mi modo de ver es algo distinto del odio. Eros es Amor, pero Tánatos no es odio. Esto remite a la primera pregunta”.

En un primer momento pensé incluir en estas reflexiones el tan sobado odio al padre, pero varios motivos me hicieron abandonar la idea. En primer lugar, vivo en el barrio de Chueca en pleno gobierno de Rodríguez Zapatero, y ello me obliga a ciertas preguntas. Una vez legalizado el matrimonio gay, ¿a cuál de los dos padres o madres tendría que matar y con cuál de los dos padres o madres me tendría que revolcar? Misterios del Edipo contemporáneo. En fin, ya me veía yo en la tarea de matar a mi padre, unos de los pocos hombres a los que no he tenido ganas de matar y luego pegarme un revolcón con mi madre, que, la verdad, no era de mi tipo y que debe ser una de las pocas mujeres con las que no me he puesto cachondo.

Por otra parte, Freud no utiliza el odio como lo opuesto al eros, sino que pone en su sitio a tánatos. En efecto, para Freud el odio al padre no sólo es creativo, sino que es constitutivo del individuo.

El asunto es que en la construcción de su “poerótica”, Freud, con su magnífica prosa, se empeña en crear tipos generales marcados por la infancia y la determinación familiar, y este análisis lo empuja entre las arenas movedizas del inconsciente, y lo que he tratado de dibujar es que el odio pertenece plenamente al consciente por muy inconsciente que éste sea. Por otra parte, ya Roland Jaccard demostró que, siguiendo las generalizaciones freudianas, todos somos “El hombre de los lobos”, y el pasmoso avance de las neurociencias ha dejado tocado el análisis freudiano, lo que, por supuesto, no le hace perder el valor que en su momento tuvo, sobre todo en el terreno de la sexualidad.

4) Echeverría pregunta: “¿Es duradero el odio? ¿Se puede dejar de odiar? En suma, ¿cómo se produce el odio a lo largo del tiempo?”

Con el odio pasa como con la belleza (no confundir con estupefaciente del amor). Cuando se dice que “cayó fulminado por el rayo de la belleza”, con el odio pasa lo mismo, pero con una diferencia fundamental: con la belleza uno se topa de repente, sin aviso, se queda uno deslumbrado y ese instante se pretende eterno, pero puede ser sustituido repetidas veces y quedar tan sólo como algo estupendo que se recuerda, sin por ello sentir el escalofrío de la belleza.

Uno también cae fulminado por el rayo del odio, pero el odio ya era conocido en su máscara normópata. Con lo odiado se ha convivido hasta el momento justo de su transformación. La belleza se deteriora, el odio permanece, sólo se puede dejar de odiar con la muerte del uno o del otro, o quizá, nunca se sabe qué hay tras ese silencio, con el Alzheimer (por supuesto del odiador).En su obra (¡que topicazo!) La paz perpetua, Juan Mayorga pone en boca de uno de sus personajes, Odin (suponemos que el señor nórdico de la sabiduría y la guerra), la siguiente frase: “El que quiere pegarte huele distinto que el que te va a acariciar”. Es un desinformado: son el mismo.

Dicho todo lo anterior quiero dejar claro que no ha faltado quien ha hecho todo lo posible por desatar mi odio, pero no ha sido posible, ya se sabe: nobody is perfect. Muy a mi pesar, en eso como en otros asuntos no he conseguido acceder a ese grado de perfección. Eso sí, odio no: asco y desprecio, todo. ~

2/9/08

EL MALCONTENTO / La hora de los pobres

Publicado en La Prensa de Panamá / 02.09.08


Paco Gómez Nadal
La democracia de las élites necesita de las y los pobres. Esta democracia formal, basada en el clientelismo da servicio, fundamentalmente, a los más poderosos con leyes que se acomodan a sus intereses, con aparatos de seguridad destinados a proteger sus vidas y propiedades, con ministros que hablan de desarrollo cuando deberían sincerarse y referirse a ‘negocios’, y con medios de comunicación que, en su mayoría, solo siguen la estela de este juego sin denunciar de frente las vergüenzas de nuestro sistema.
No es un mal exclusivo de Panamá. En esto, los vecinos del norte y los otros que se califican como la cuna de la democracia, son expertos. Pero en Panamá, como probablemente en toda Latinoamérica, el mal presenta formas diferentes en sus dos etapas fundamentales. En la de la llanura de los cinco años de administración podemos observar olvido de las promesas, desastres que sepultan el anterior, y cada gobierno asegurando ser el mejor de la historia y dejando de herencia una larga lista de asuntos inconclusos y un par de megainfraestructuras inauguradas para memoria del pueblo.
El segundo momento arriba con el pico electoral (que es como los políticos denominan a sus picos hormonales llenos de excitación no confesa y de bajos deseos). Aquí es cuando llega la hora de los pobres. En la llanura administrativa no se gobierna para los pobres porque sería muy riesgoso que dejen de serlo y que comiencen a exigir derechos o a participar activamente de la vida pública y privada del país. Mas, durante el pico electoral, el sonriente y agradecido rostro de los pobres se toma vallas y discursos. Las candidatas y candidatos hablan de los pobres (muy pocas veces definen lo que para ellos es la pobreza, siempre se mueven en el terreno publicitario de la pobreza individual y jamás consideran que sea un fracaso colectivo) en salones lujosos de hoteles; los pobres agitan banderas de las campañas en sus propios barrios para, a cambio, conseguir una buena comida, trago gratis o simple sensación de pertenecer a algo, y todos los partidos aseguran tener bajo siete llaves la fórmula que acabará con ese vergonzoso espectáculo de la pobreza.
Fotos de las y los candidatos abrazando pobres, entregando zapatos a pobres, caminando con pobres, rebajándose a visitar los barrios o pueblos más pobres… e imagino que nos falta la imagen de esos políticos al llegar a casa desinfectándose con alcohol y perfumándose para disimular en la noche ese terrible hedor a pobre que agarran después de unas horas fuera del clima controlado de sus carros 4x4.
Las y los pobres son útiles porque son la mayoría y, por desgracia para algunos, la democracia es un tema de mayorías. Cualquier pobre en su sano juicio no votaría, expulsaría de sus barrios a cualquier candidata o candidato que asomara la nariz por allí, exigiría para sí derecho a dormir en el Palacio de las Garzas o en las magníficas casas de playa que parecen ser parte de los beneficios laborales de todos nuestros presidentes y presidentas, o a ser accionista de las empresas privadas que crecen como la espuma a la sombra del poder. No lo hacen. Los pobres son muy buena gente y, para garantizar que lo sigan siendo, los mantenemos en un sistema educativo que segura que no tengan sano juicio (las estadísticas que conocimos en los últimos días serían para declarar duelo nacional), garantizamos que nunca tenga la salud perfecta para que no tengan mucha fuerza el día que se levanten contra nosotros, y los hacemos creer que nos importan un poquito gracias a los clubes cívicos de señoras y señores adinerados y aburridos necesitados de cierta tranquilidad de su conciencia católica.
Es la hora de los pobres. En la foto. Eso sí: ni una propuesta de políticas públicas que les ayude. Los candidatos hace promesas generalistas, no aterrizan jamás y, para colmo, logran convencer a la gente pobre de que lo que les hace falta es mano dura contra sus propios hijos e hijas, monopolios en los supermercados para que los precios sean altos, desactivar los sindicatos que osan a exigir derechos porque no les permiten trabajar y pagara con sus impuestos (porque todos los pobres pagan el 5% del ITBM) carreteras costosísimas para que lo que no son pobres no sufran los atascos del tráfico infernal de la ciudad. Es la jugada perfecta. Qué pobre panorama este ¿no les parece? La ventaja es que la gente pobre tampoco lee este periódico, ni tiene mucho tiempo para pensar en estas bobadas. Sobrevivir ya es un trabajo a tiempo completo. ¡menos mal que tenemos pobres! Si no fuera así ¿qué haríamos políticos, periodistas, cooperantes internacionales, señoras bondadosas vestidas de colores y fanáticas de teletones, bancos interamericanos y mundiales, predicadores evangélicos y obispos católicos, casas de empeño y prestamistas usureros…? Menos mal que tenemos pobres.
[C. sabe que las palabras no se mastican ni llenan el estómago, pero si provocan hambre de justicia y de dignidad. De un anónimo con nombre rescata algunas: “Las palabras son huecas cuando no están al servicio único de arrancar de raíz este sistema de perversiones, cuando camuflan y no desvelan, cuando perpetúan y no alteran. Las palabras, señor, deberían nacer para rasgar sin contemplaciones la venda de la ceguera”.]