28/8/11

Irene y la soledad del tiempo

Irene trata de recordarnos lo que somos: poca cosa. Sus vientos pueden más que nuestras centrales eléctricas y sus lágrimas mojan más que la lluvia de entretenimiento de Times Square.
Desde donde miro a esta chica, el sol no perdona. Es también una forma de visibilizar nuestra fragilidad, apenas huesos y piel para protegernos de la dureza de la vida; desarmados de alma para poder compensar el oprobio de respirar en medio de tanto mercurio, de tanta ignorancia.
No sé si es bueno echar una mirada a este mundo. Tiempos aquellos en los que viajar era imposible y la ignorancia era de otro tipo y hacía menos daño porque era la de la cercanía, la limitante del espacio. No más.
Ahora, todopoderosos jinetes de aviones y relámpagos, nuestra estupidez cobra más sentido. ¿Cómo modificar este estado de cosas? ¿Cómo, simplemente, ser más humanos (en el supuesto caso de que el ser humano sea algo mejor que esto que medra por las esquinas de su propia incapacidad)?
Este tiempo, tan veloz, tan agitado, está solo. Nadie le ayuda a gestionar tormentas ni ausencias. Hemos construido un sistema tan complejo que es extremadamente sencillo verle las vísceras. Y no son agradables, huelen, pestilentes, a una mezcla de cianuro y sangre, a la perseverante combinación de exclusión y soberbia.
A veces, Irene debería quedarse, acabar con cualquier Noé iluso y obligarnos a enfrentarnos a la soledad del tiempo a ver si así, ensimismados, logramos recuperar el aliento (y la esperanza).

21/8/11

Entropía

La entropía acontece de forma inédita cada vez, pero siempre es igual. Tu voz va ordenando mis palabras, da coordenadas a mis meandros, logra el imposible orden en esta tierra de fronteras e inequidades. La arquitectura que logras es sólida, cimentada en la suavidad de tu sonrisa y en la fortaleza de tus manos.
Hoy obraste la dicha del orden pero me faltaron tus manos, tu aliento física, la savia que alimenta mi piel calcinada.
Ante ese hueco fatal, entiendo que el juego de la vida me puede quedar grande pero que la ingeniería de este amor está hecha a mi medida.

10/8/11

´Irresponsafelices´ en la globalidad

Esta fiesta es para nadie. En tiempos en los que las palabras están gastadas y las melodías han sido condenadas a ser ruido, tratamos de combatir el aturdimiento apenas con torpeza. Pero es difícil cuando habitamos en centros comerciales infinitos, donde los escaparates y los ambientes artificiales son lo más natural.

No es cosa de un lugar (y esto despista sin remedio a los primitivos nacionalistas, ahorcados de bandera y símbolos infantiles varios). Tampoco de espacio (ahora que los lugares han sido anulados a favor de la multirrealidad y sus paralelismos). Se trata de este sistema tan perversamente refinado que ya no valen análisis simplistas ni reducciones demagógicas.

Los trabajadores han sido convertidos en consumidores, motores fundamentales de este tardocapitalismo tan furibundo. Los capitalistas se han convertido en nuevos políticos en el nombre de la eficacia. Los dueños de la jugada, las élites de antes y las nuevas del ahora, se han retirado a los “palacios de invierno”, desde donde se ríen de nuestras minucias y del éxito de su estrategia.

La fiesta es más exclusiva que jamás en la historia. Mientras Obama hace malabares para no pasar a la historia como el presidente “quebrado”; los presidentes de Europa fingen que son presidentes; algunos mandatarios latinoamericanos están felices de haberse conocido (porque no están sufriendo más crisis que las habituales), y otros, ¡ay pobre Piñera!, hacen malabares para que sus pueblos no los saquen de patitas a la calle.

Ningún político está invitado a la fiesta y tampoco los expertos –consultores, mercenarios a salario que adaptan teorías y análisis al mejor postor–. Los que hasta hace dos días alababan el modelo educativo chileno están ahora escondidos bajo las piedras. Los otros, los que se llenaban la boca con Uribín y su gran visión, ahora le hacen la pelota a Santos y no reciben en sus despachos a los imputados de corrupción, espionaje y violación de derechos humanos.

Tampoco participan como protagonistas los salvadores de la ONU y demás supuestas instituciones globales. Una ONU que no tiene injerencia en el mundo de las finanzas es una ONU fuera de este mundo, sin capacidad real de incidir, de controlar, de mesurar al glotón mercado ni al anoréxico estado de derecho.

La fiesta parece carnavalesca, pero no hay máscaras. Los cuatro gatos invitados a veces tienen que salir en cayuco de sus hoteles de seis estrellas porque la realidad se empeña en inundarles la islita de la fantasías, pero –a pesar de los amantes de la teoría del complot– ellos son como son, sin ambages, y nadan en las aguas sucias del desarrollismo con la misma dignidad que si estuvieran en el paseo de la fama. Ni Martinelli ni su ralea mienten. Son así y son transparentes. A veces les toca guardar las cartas a ratos por cuestiones tácticas, pero son estratégicamente como se muestran. La soberbia, el silencio no medido, la rabia, la furia machita, la arbitrariedad forma parte de su ser esencial como es parte de la mayoría de la población el apocamiento, la genuflexión, la desmemoria.

Los que no estamos invitados a la fiesta y sabemos las razones podemos estar de mal humor, enfadados con la arquitectura del sistema y sus pocas salidas de emergencia. Los que se creen con la razón, aun estando excluidos del festín, son tan ignorantes como su enciclopedismo les permite. Por eso, no gastar palabras en responder sandeces debería ser, a veces, la norma (por ejemplo ante los despropósitos de la pila de homófonos y radicales que buscaron rofear hace una semana).

Mientras, para los que gustan de la libertad de pensamiento, del disenso, del pensamiento algo más complejo que las simplificaciones de “los buenos”, los cito este jueves 11 de agosto, a las 6:30 p.m., en la Biblioteca Nacional. Allá estaré, junto a un buen número de gente pensante, en la presentación de Dos Años de Locura, un recuento analítico de estos últimos 24 meses de orgía, fiesta y bulimia del poder. Esa fiesta de la que la mayoría solo ha sido espectadora lejana o salonero de segunda (eso sí, reformado de pandillero a salonero en algún taller bienintencionado de alguna ONG europea pagada con los reales de la crisis global). Ya no tenemos ni fiesta ni globos para engalanarla, pero no significa que en la periferia de la exclusión dejemos de bailar y de sonreír. Bienvenida sea la “irresponsafelicidad” de los que no tienen futuro.

7/8/11

Vergüenza

Cómo se escribe la palabra vergüenza, con qué vocablos se puede describir el profundo dolor de ver una realidad que parece una ficción, de qué manera se compone la crónica de la realidad verdadera –no la de los mitos fundacionales, los cuentos de gnomos o la historia del amor universal…-…

Me ha recorrido un latigazo la ver las imágenes de las descargas policiales frente al Ministerio del Interior de Madrid; he vivido la ubicuidad de este sistema tan igual en todas partes y tan mentiroso en éstas. Soy de la generación de la tierna democracia, de los que tuvimos que escuchar de los “compañeros” del PSOE que no había que tomarse la calle, que en democracia todos importábamos, que “siempre” hay cauces democráticos para expresar el desacuerdo, el disenso. También soy un periodista que en febrero, junto a otra colega, fue detenido, golpeado, esposado y procesado sin garantías por cubrir una protesta y por ser observador de la violación de derechos humanos. El Gobierno, para justificar nuestra arbitraria detención dijo que “extranjeros estaban instigando” protestas que ponían en riesgo la seguridad nacional.

¿Les suena? Pues no fue en Madrid, el comunicado no es el de la Confederación Española de Policía (CEP) y los protestantes no eran indignados con las manos arriba y lemas que rozan la inocencia, sino indígenas en defensa de sus casas y sus tierras en un país tan antidemocrático como Panamá. Lo que está ocurriendo en España no difiere. Y quizá, solo quizá, sea bueno para mostrar el verdadero rostro de esta “democracia” ideal, que vendimos en dosis generosas a los países del Este y a Latinoamérica –“la Transición española es modélica”, decían-, que se permite dar lecciones a diestro y siniestro y que presume de ser inclusiva.

Una buena parte de los españoles son ajenos a estos procesos tan alarmantes. Veranean en el eterno estío del bienestar sin sospechar si quiera que quizá se les acabe a todos. Así suele ser: la exclusión y la violencia institucional sólo tiene éxito cuando la mayoría de los ciudadanos considera que el asunto no va con ellos. Así pasó durante el franquismo, así pasó en Chile, así pasa en Libia o Israel, así acontece en China o en México.

La palabra “democracia” ha sobrevivido a todas las turbulencias de esta globalización mentirosa. Es lo único sacrosanto que nos queda. No es cuestionable, no es matizable… no hay nada que hacer. Los miembros del 15M, en innumerable entrevistas, llevan cuidado en aclarar que “no son antisistema”, que “no cuestionan la democracia”, por si acaso pisan el callo sagrado.

No es democracia y no lo va a ser. No es democracia porque no hay un sistema político que la sustente. No es democracia porque nadie nos ha preguntado. No va a ser democracia porque, si lo fuera, los que mandan a los policías a hacer el trabajo sucio perderían el poder.