11/6/13

El ropero de los impotentes

Los impotentes gozan de ejercer el poder. Parece lógico este torpe recurso para los que -sólo alzados sobre el pedestal de la falsa autoridad- logran parecer ser cuando sólo esperan que les dejen serlo.
Multan, golpean, presionan, mienten, ejecutan, ocultan, mienten hasta creerse sus mentiras.
Uno podrá instalarse en el teatrillo de la vida a observarlos y reírse de ellos. Solo eso. Una risa sarcástica que los sacara de quicio, que los enloqueciera por su capacidad de ignorarlos desde el desprecio. Pero no es así. No es así, porque sus zarpazos van contra nosotros, nos rasgan el alma que antes hemos descubierto para entregarla a la humanidad.
Hace unos días, una mUjer, de sonrisa tan tierna como convincente, nos contaba como la lucha por lo justo, la pelea desde la dignidad, le había "devuelto la vida". Somos más cuando somos con los otros; crecemos cuando nos olvidamos de las pequeñas necesidades del día a día, incluso de las inmensas angustias de la exclusión o del olvido, para convertirnos en parte de un todo más grande que busca y grita justicia.
Los impotentes están solos. Solos en sus desproporcionados despachos diseñados para su desproporcionada ambición; solos en el reino de los argumentos; solos en su miserable éxito, en su fracaso vital. Nosotros, nosotras, contenemos multitudes, nos tenemos las unas a los otros, sabemos que nuestras contradicciones son tan naturales como la sangre que brota tras el tenaz golpe del represor, que nuestras convicciones son más resistentes al tiempo que las impotentes multas y sanciones de los impotentes.
Los impotentes nunca serán mirados con admiración por sus vecinos, ni siquiera por sus hijas o parejas. Los miran con envidia, con temor, con sumisión. No con admiración. Yo, hoy, cuando nos llueve tanto desde los despachos blindados de estos cabrones, quiero hacer público que admiro a mis hermanas y hermanos de lucha vital, que los respeto, que soy ellos para ser yo. Estén en la Comarca, en los ríos fronterizos de los mapas que conozco, en las organizaciones que -sigilosas- cimentan el futuro, en la ciudad cercana del presente que es nuestro... ellos -yo, pues- son la digna resistencia que desnuda al impotente y muestra la futilidad de su ropero de (re) presiones.

La pluma

La pluma juega con mi vientre. Cuando está dichosa, suele encaramarse sobre mi, acaricia con sus bárbulas con huellas mi torso encalado por el tiempo. Su liviandad ocupa todo el espacio. La miro juguetear. Hay alguna lágrima que pide abismo. Mejor sonrío. Me recompongo y trato de sujetar a la pluma con mis manos. La verdad es que se deja... se deja rozar, contonea su cálamo adolorido con la alegría de quien en su interior siente la savia de la libertad y,
                                                                                       como
                                                                                          distraída,
deja que yo atrape el contorno de su alma sin vergüenza.
La pluma se hizo pluma al mismo tiempo que yo me hice agua. El mismo día en que yo encontré el cauce para ser caudal que fluye en vez de avenida tormentosa. Mi camino ayuda la pluma a suspenderse con referentes; su liviandad me permite huir sin mapa de la lacerante gravedad que domina en este planeta anémico ocupado por seres esperpénticos.