27/4/10

En tu mar

Estoy con los pies en el borde de la arena, dispuesto a que mis dedos conozcan el sabor de la sal. Hay sol, poco, pero hay el justo para que la piel reconozca la vida y la sienta como suya. No quiero más... bueno sí, la certeza de tu presencia, la posibilidad de girar la cabeza, inclinarme y encontrar la humedad del verano alojada en tus labios y la esperanza del invierno cálido prendida en tu cuello. Me siento al borde, al borde de la arena de esta playa que hemos construido grano a grano, con la paciencia del tiempo y la sinceridad de los obreros, con la terquedad de las hormigas y con el destello de las luciérnagas. Aquí estoy, al borde, esperando esa ola que nunca ha de regresar.

22/4/10

La Historia, o aquella puta pobre de la familia

La Historia, así en mayusculas, o la historia, disminuida y vulgar, es compañera molesta. A los vencedores les gusta, porque repiten las mentiras hasta creer ellos que todo aconteció, que las gestas y los próceres fueron de hecho y hueso. A los perdedores les está vetado escribir esos libros y son condenados -junto a sus renuevos- a la lectura incesante de las páginas de la hegemonía -ya se sabe: si no te gusta, toma dos tazas-.

La Historia -elijan ustedes la altura de la hache útil- se gesta en los campos de batalla o en los tribunales, que cosa tan seria no puede quedar al viento que fustiga las plazas públicas o a la calma de los cafés de tertulia. Los mentideros, en un claro error histórico, quedaron excluídos del listado de fuentes confiables, y los prostíbulos, donde tantas historias se han cocinado, fueron relegados a la condición de Materia Confidencial. Y así es, la Historia es la puta pobre de la familia, la más interesante, divertida y nostálgica, la que ha puesto al descubierto varias veces las miserias de los conocidos, la que conoce las venéreas tendencias de los protagonistas que pasan por su cama y, casi más importante, de los que se han quedado sin pasar. Nadie la nombra en las comidas del domingo, todos se acuerdan de ella pero nadie habla de ella en un ejercicio amnésico preciso para seguir viviendo creyéndose limpio de tales "inmundicias".

Pero la puta pobre casi siempre tiene más dignidad y clarividencia. Inspira a escritores sin nombre que se refugian en sus pechos carcomidos por babas tristes y desdentadas, es el descanso de los revolucionarios sin camisa que se sienten arropados por las caricias casi sinceras de esa puta fiel a los amigos sin poder para comprarla, provoca la ira de las mujeres abandonadas en camas sin sábanas de amor y las hace mirarse en el espejo de la verdad... Así es la Historia, nunca reconocida, siempre por escribir, cada noche con un nuevo cuerpo, cada mañana con una resaca diferente.

En España, estos días, la puta se ha vuelto incómoda. Hablar de franquismo, de barbarie, de incivilización se ha vuelto una afrenta en el almuerzo de estos europeos de medio pelo que parece que hubieran inventado la democracia. Siguen vivas muchas de sus víctimas, siguen vivos muchos de sus verdugos, pero pareciera que se hablara de una memoria remota en la que nadie ha tenido que ver. Claro, que España es un extraño país donde se condecora a los franquistas y se hace referencias a los protagonistas de la transición, la puta mayor de la Historia, de la que jamás se puede sacar a relucir que adolece de verdad mientras la sífilis de lo encubierto la devora.

Desde Otramérica, observan los hechos -Garzón será un protagonista de telenovela hasta el final de sus días- con la sorpresa del que se siente decepcionado por la madrastra. Acá se aprendió a guardar bien los cadáveres en los armarios, tal y como enseñaron los conquistadores. Los bicentenarios se celebran imitando las Exposiciones Universales, vaciados de todo contenido, de toda reflexión, de toda memoria. Los próceres, casi todos manchados de sangre y de mentira, pasean orgullosos en procesión y algunos de los ignominiosos dictadorzuelos del siglo XX asisten a los cocteles encantados de haberse conocido y de saludar a los "vargasllosa", "felipegonzález" y "enriqueiglesias" del momento. Los intelectuales críticos brillan por su silencio y las tribunas son copadas por oradores de medio pelo que reparten elogios como quien escupe desprecio.

Quizá una manera de hacer Historia sea reventando actos tan inútiles y costosos como lesivos para la inteligencia. Boicotear todos los congresos y encuentros sobre los Bicentenarios y otras liberaciones a medias. Y si quieren empezar, pueden hacerlo con el V Congreso Iberoamericano de Nuevo Periodismo (nuevo ¿qué?) consagrado a los Bicentenarios y que reunirá en Comillas (Cantabria, España) a todos los que esconden a la puta pobre de la familia: Ernesto Samper, Enrique Iglesias, Felipe Calderón o José Luis Rodríguez Zapatero, los representantes de todas las empresas que han emprendido la violenta y silenciada reconquista de América (Telefónica, Repsol, Iberdorla, Banco Santander o BBVA, entre otros) y a todos los medios de comunicación que representan a la oligarquía y a la historia de los vencedores de uno y otro lado del Atlántico (El Universo de Ecuador, El Comercio de Lima, Folha de Sao Paulo de Brasil, ABC de España, El País y la agencia oficial EFE, entre otros).

Mientras nos sigamos mintiendo sobre lo que somos es difícil que podamos crear una relación difernte a la de tutelaje y desprecio. Pobre mi puta pobre, seguirá siendo el refugio de nosotros, los que preferimos caminar en la periferia de la Historia.

21/4/10

Los esclavos

Los verdaderos esclavos viajan en avión a resguardo de las cenizas (de sus vidas). Un blackberry marca sus pasos de corazón estancado por la necesidad de creerse gerentes de lo que otros poseen. Ellos, corbata triste y camisa ya arrugada al final de la tarde. Ellas, traje de sastre anodidno y la lívido en su portátil. Todos se conocen y repiten los ademanes. Gestos previsibles, vida previsible, hoy en Santo Domingo, mañana en Medellín, quizá en San José. ¿En qué hotel te quedas? ¿Muy insegura la ciudad no? ¿has cudrado el meetting del viernes?
Se creen en el poder y son meros esbirros de éste. Clase media mediocre que tontea en este juego de supuestos segura de ser. A veces, solo a veces, dan asco. En general, da pesar ver cómo estos exclavos modernos aplastan, sin saberlo, sus vidas y sus almas. El resto son víctimas periféricas, marginados del juego, escoria libre de exclavitud porque ni para eso son tenidos en cuenta. Una condición favorable en este mundo de agendas y desencuentros.

Postales desde una tajada de una isla partida en dos



Mi general

La nostalgia del dictador habita en las aceras. Placas de metal indelebles, inoxidables, inescrutables, cuidan su nombre y su memoria.
El himno petrifica a los viandantes y termina con un Viva mi general. Se habla de él a pesar de los años y la molicie de cuerpos ajenos. Las rostros gigantes de las víctimas compiten con el recuerdo distorsionado de los vivos. Como casi todas las malas experiencias, el olvido anida en ellas cuando se convierten en anécdota, difuminada, tamizada por las ruinas del presente.
Los pueblos gustan de la sangre… y sangre reciben. Padres volcánicos dispuestos a vomitar su lava sobre los estrechos andamios en los que hacen equilibrios sus vástagos.

El apostol
En el Pabellón Nacional hay vacantes. Se buscan próceres para rellenar la historia de mitos y medias verdades. Acá una costurera ascendida a heroína, allá un general que fusiló a la costurera tricolor en abierta discrepancia sobre el significado de la palabra más estúpida del diccionario. Un poco más adelante, la llama perpetua en la que se deben revolver los verdaderos héroes sin nombre.
Sin embargo, en este lateral, a la sombra de los flashes y del mármol pétreo endurecido descansa el “apostol de la verdad y del bien”. El peso de la responsabilidad hundió su féretro unos centímetros más de lo planeado.

Enriquillo
Pobre el indio pobre. Muerto, eliminado de la tierra y reducido a ser anécdota, pintura para turista, des-memoria. Enriquillo fracasó si su guerra era la de salvar a su pueblo. Hoy se restauran los conventos dominicos para recordar la Historia. Nada se puede ya recuperar de una cultura de paja y palma, de viento y palabra. Nombre cristiano para “el primer guerrillero de América”. Olvido cristiano para su gesta marchita.

La distancia
Los turistas recorren miles de kilómetros para no llegar nunca a este lugar. Es una decisión extraña: hacer las maletas, pagar los pasajes, sortear la jaula tecnológica que durante horas los mantiene sobre el mar para, finalmente, quedarse lejos de todo y de todos. Edificios opacos de cristal los alojan y vomitan sus cuerpos blancos en playas acotadas a la vida. El acontecer tiene uniforme de empleado y solo las putas que preñan esta isla permiten a los más tristes viajeros pensar que son titanes, presumir de haber cogido tierra y de haber pisado local.
Los turistas viven en una distancia imposible, se niegan a doblar la esquina, se arremolinan en sillas y mesas dispuestas para ellos, a precios de ellos, lejos, lejos de los otros.
Sin embargo, poco más allá de ese acá, en La Cafetera Colonial, pieles negras comparten café y abanicos. Aquí la vida está en suspenso, pero no aplazada y las distancias, de existir, son ausentes.

20/4/10

Si gana el miedo, perdemos todos

Paco Gómez Nadal

paco@prensa.com

No es nada nuevo. Los arquitectos del poder descubrieron en la segunda mitad del siglo XX y, especialmente después de la caída –o tumbada- del Muro de Berlín que había que cimentar la catedral del miedo: miedo a los terroristas, miedo a la crisis económica, miedo a perder “lo que tenemos” –aunque lo que se tenga sea un cable pelado-, miedo a la delincuencia común y a los comunes que delinquen, miedo a la izquierda, miedo a Chávez y a sus palabras, miedo a la gordura, miedo a la soledad, miedo la fealdad, miedo del vecino, miedo de los desconocido, miedo de las profecías mayas y miedo de los besos sin mascarilla, miedo a la enfermedad, miedo al miedo…

En Latinoamérica, hasta bien entrados los 90 el principal miedo era a los comunistas: seres que comían niños, que querían quitarnos todo lo “bueno” que los dictadores de derechas y el Departamento de Estado nos había dado. Sigue inoculada esa paranoia entre nuestra gente, que confunde izquierda con comunistas y comunistas con barbarie. Pero en Panamá, el Ejecutivo de Martinelli está consiguiendo, con cierto atraso, lo que algunos de sus próceres del norte han cuajado con el tiempo: ha provocado miedo antes de que nada ocurra.

Con excesos verbales bien pensados, un par de leyes tan estúpidas como trogloditas y el nombramiento de unos cuantos gorilas acá y allá (como el que califica de poesía todo lo que no le gusta –se nota que no ha leído en su vida nada más que los manuales del Perfecto Fascista Latinoamericano) ha logrado que una buena parte de la sociedad tenga miedo. En los pasillos de la ciudad de Panamá y en las veredas del Interior se habla de dictadura civil, se baja la voz para expresar la preocupación por la represión venidera, se huele el miedo a kilómetros. El sindicato come niños está agazapado en los cuarteles de verano y la sociedad civil se esconde en renqueantes justificaciones dejando que el poder desvíe la atención sobre los asuntos importantes: una corrupción desmedida, una ineficacia en la gestión de lo público monumental, unos delincuentes que asaltan negocios a la luz del día porque saben que la Policía es de mentira y una Asamblea y un Orden Judicial que parecen más bien una reunión de patio y un desorden inmoral.

El miedo está ganando la partida antes que la realidad. Y ese es el mejor triunfo de estos arrogantes gobernantes de la miseria. No podemos ceder al miedo, hay mucho margen de actuación, de defensa de las esquirlas de esta democracia defenestrada antes de haber madurado. La sociedad civil, ese término ambiguo para definir el todo y la nada, es más amplia que un par de clubes de empresarios y un par de asociaciones más o menos acomodadas. En los barrios hay organizaciones poderosas de base, en el interior cientos de comunidades están organizadas y luchando. Su voz debe ser escuchada pero, para eso, unos cuantos medios de comunicación deben limpiarse los oídos y hacer de altavoces de la dignidad.

Los análisis simplones de la realidad solo alimentan el miedo y la ignorancia. Se sataniza a los maestros, se estigmatiza a los campesinos, se trapea el piso con los ambientalistas, se ignora a los indígenas. Quizá, si le damos la vuelta al argumento, esto ocurre porque el poder le tiene miedo a la gente y eso es esperanzador. Miedo contra miedo, luz contra oscuridad, poesía frente a tongos, palabras contra afrentas, ciudadanía contra carcelazos, ríos libres frente a muros de cemento, alzamiento en almas contra las armas de la torpeza.

[Si nos apegamos a la ley, hoy debería comenzar la condena de monseñor Ulloa y su combo. El sábado y el domingo cerraron las calles del Casco Viejo de Panamá de forma violenta, con vallas de ciclón, policías hasta en la sopa y requisas. ¿La Iglesia católica también le tiene miedo al pueblo? Lleven cuidado con hasta dos años de cárcel por cerrar así las calles. Me gustaría saber si la Policía y el SPI harían lo mismo ante un evento evangélico, de la comunidad indostán o de los afrodescendientes… no creo. El poder siempre ha cuidado a sus aliados]

19/4/10

¡Qué se yo!

No sé si seré yo, pero
intuyo que el olor que irrumpe
a gritos
en esta mansedumbre debe brotar
de impotencias o madreselvas.
No sé si seré yo, pero
parece que los tiempos eran entonces
caprichosos,
sucesión de horas que
torpemente trababan conversación
sobre la nada.
No sé -te insisto- si seré yo, pero
eres tu la que has instalado
en mi
esta fiesta inesperada,
este susurro avasallador,
este empeño de amaneceres.
No sé a dónde dispararán
las brújulas
no de dónde provienen estas cosechas.
Si seré hombre será en
ti,
dejando que en el bosque de mi pecho se
refugien tus lágrimas y
tu dicha.
Yo ya soy en ti y
la fragancia de este regalo es
liviana y persistente.
Pero no demores. No tardes en sembrarme
-aprovechando las lluvias- de frases escritas
çen tu piel,
de prometerme, aunque
fuese mentira, uqe
ya nada
podrá ser
de otro
modo.

Aquí, al lado

Qué extraño es estar alojado levemente en las goteras del infierno. Allá, paleadores del destino tratan de contener el aluvión de la podredumbre. Acá, pieles resecas de aburrimiento toman el sol en el agua limpia a fuerza de químicos y murallas. Mientras las insignificantes cenizas de la tierra representan la fragilidad del desarrollo humano, a milímetros de aquí no hay aviones ni esperanza: tierra baldía de ilusiones apenas cosechada de huesos y fracasos.
El infierno solo es para los condenados, para los que han osado a desafiar al orden de los galeones, para todos aquellos que no tienen color ni rubor para seguir nuestro ritmo. En estos dias de paro forzado -para otros-, los otros continúan habitando las dunas rojas de la muerte.

16/4/10

La esencia

Perturbados por la indiferencia de los justos, de los biennombrados, sombras de dignidad se reúnen cobijadas por la noche. La palabra dulce, la indignada rabia, la verdadera incompostura se revelan ante los aullidos de lobos votados a quien no hay quien bote. La esencia de los resistentes combate contra la apariencia de los victimarios. Nadie es capaz de verbalizar el horror, de ponerle nombre al espanto, de identificar los rostros que se esconden bajo los pasamontañas del poder. La esencia es lo único que nos salva, la bondad de las intenciones que ya, en estos momentos sin historia, tienen que manifestarse con dientes de sangre. Desde los vientres vacíos nace una inconsolable necesidad de gritar la verdad de los desechados mientras en las vitrinas se exhiben cuerpos de cera rebosantes de turgencias falsas y vestidos de lentejuelas.
Perturbados por la indiferencia de los justos, de los biennombrados, los malencarados están girando la esquina del ensueño para despertar a un nuevo mundo: violento, peligroso, temerario, quizá, incluso, necesario.

15/4/10

M-I-E-D-O

El miedo corre más rápido que sus secuaces. En los pasillos de la ciudad la gente habla de miedo, de represalias que aún no tienen forma, de persecuciones ficticias y de algún empujón real. El miedo tiene un poder real, brutal, efectivo. Llevamos años de política del miedo y solo con la valentía de los imprudentes se puede hacer mella al miedo imaginario, mucho más dañino en estos tiempos que el miedo real.
El miedo, como alguien me dijo hace años en un territorio de miedo, es uno de los pocos patrimonios individuales que nos resta. Nosotros decidimos cuánto y cuándo, aunque los sacerdotes del poder traten de inflarlo como globos sin boquilla.

14/4/10

Te busco

Y ahora las horas tienen estirpe de segundos. Se multiplica el tiempo para reducirse a un instante, el de encontrarte cerca, tanto... que la respiración se dificulte; tanto... que el único oxígeno rescatable sea el de tu aliento, el de tu boca de mariposas que aletean para darnos aire en la espera.
El desasosiego, de existir, tiene que ver con la imposibilidad de que mi piel se confunda con la tuya; con la certeza de ir a estar y de no estarlo en este instante en que empeñaría alma y conciencia con tal de escuchar junto a mi el ronroneo de tus sábanas, el tibio desperezo de tu pelo, la inconfundible melodía de tu mirada. Busco, te busco, para poder seguir respirando en este universo hostil en el que los amantes y la justicia son especies en peligro de extinción.

9/4/10

Cuento de humo

Paisaje con hombre fumando en un balcón

Todo empezó como empiezan las historias, por una casualidad o por un resbalón. En este caso se combinaron los dos factores. La casualidad hizo que alquilaras un apartamento desde el que podías ver sin mucha exposición el balcón interior que aliviaba la oscuridad del mío. Un resbalón hizo que golpearas el marco de tu ventana con la contundencia de un saco de cemento y que yo te pillara fisgando, husmeando mi humo, viendo mi perfil no ensayado.

- ¿se ha hecho daño?
- No tranquilo, solo en mi dignidad

El sarcasmo y esa sonrisa de medio lado entre disculpadora y enmascaradora, bueno y el enrojecimiento de tus pómulos y tus hombros descubiertos y tu cuello interminable y el timbre de tu voz y la comisura derecha de tu boca y la mano con la que sujetabas el codo golpeado, de dedos alargados, de venas marcadas, de promesas y delirio enredados… confieso que te deseé casi de inmediato. Claro, yo te dije luego que me había enamorado de ti en el momento, pero debo ser sincero: te desee en el momento… lo demás no sé si llegó a suceder, si solo quise que sucediera o si ahora lo niego en venganza.
No sospeché nunca de la importancia del balcón ni siquiera cuando aquella nefasta decisión me hizo abandonarlo.
El hecho es que te deseé e hice lo imposible por trabar conversación contigo para así dejar que mi imaginación jugara con tu blusa, que tuviera tiempo de visualizar tu ropa interior –a estas alturas ya sabes que soy fetichista-, que pudiera decidir si te gustaba el vino o el trago fuerte, si fumabas o no, si leías poesía o ensayo, si follabas rico o no. Decidió mi imaginación, habituada a tomar la iniciativa por mi, que bebías vino tinto solo, que fumabas pero marihuana y exclusivamente en la noche, que hacía años que solo comprabas ropa interior negra, que hacer el sexo contigo era una operación delicada y firme en la que yo sería devorado respondiendo a tenues órdenes susurradas al oído y que había un libro de poemas esperándote en la cocina, en el baño y al pie de la cama.
Cuando por fin te animaste a invitarme desde tu ventana a abandonar mi balcón y tomar en tu casa un aguardiente de la vecina y malencarada república –ese que siempre me ha dado arcadas- no presté atención al pequeño error de cálculo. Pero sí me empecé a preocupar cuando pude ver tus bragas blancas de deportista sobresalir por encima del pantalón suelto de colorines mientras te agachabas a apagar el televisor y me contabas que la final de Canta Conmigo te tenía enganchada al aparato ese del que yo no tengo recuerdo.
Acababa de pasar la Semana Santa y yo creía que mi Vía Crucis particular se traducía en la racha de fracasos amorosos sexuales que llevaba a cuestas. No me puse muy exigente. Me seguía gustando tu cuello y tus labios seguían teniendo el efecto imán de aquel primer resbalón. Así que seguimos encontrándonos a tomar “el aguardientito” (yo que lo odio fingí como se finge en esa extraña fase de enamoramiento en la que se niega la evidencia con tal de no ser evidente). Otro trago. Un trago más hasta aquel día en que me atreví a deslizar mi mano debajo de tu camiseta (nunca vestiste blusa). Tu no la retiraste. Tampoco es que fueras muy activa: cerraste tus párpados como quién hecha el cierre metálico al negocio diario y ye dejaste hacer, abandonada a mi activismo sexual ya desengrasado, torpe por instantes.
Ahora, armado de esta sed de venganza más dulce que cualquier anhelo de amor, te confieso que me aburrí desde esa primera caricia y desde aquella primera noche en tu cama. No fumabas marihuana –tampoco- y al pie de tu cama sólo había otra pantalla de televisor en la que te empeñaste en sintonizar MTV –“para llevar el ritmo” alcanzaste a susurrar-. De hecho fue lo único que dijiste. Ni órdenes susurradas ni un carajo. Sumisa, entregada a una patética pasividad que no va ni con nuestro tiempo ni con mi esquiva actitud de macho latino, mucho más tendente al disfrute mutuo que a tomar posesión del terreno conquistado.
Pero.. bueno, como son las cosas, el juego duró un par de meses. Yo, en seguida, evalué pros y contras y consideré que me convenía esta relación sin sal pero con bastante como para mantenerme aceitadito, fácil, casi escurridizo a los sentimientos. Tu no pedías mucho –solo que de vez en cuando siguiera saliendo a mi balcón a fumar-. Yo no pedía nada, excepto una excusa para salir del hueco triste en donde los espejos me devolvían una imagen grotesca, a penas humana, y dejar de aspirar cada noche el humo de mi tristeza en ese balcón plagado de hormigas y tan enjuto que debía acomodarme con medio cuerpo dentro de la sala.
¿Nos amamos? No creo, pero yo decidí hacer cambios en mi vida para responder a la supuesta relación incipiente. Quería que te dieras cuenta de que detrás del pesimismo crónico que destilaban mis palabras en las conversaciones que solían dormirte se escondían unas ganas terribles de vivir, de tener razones para hacerlo.
Me corté el pelo porque de alguna manera esa melena desarreglada era reflejo de mi alma y, ante todo, decidí dejar de fumar: un evidente gesto de amor para demostrarte lo que me importabas, para dejar de colgarme de la ventana de tu habitación para fumar el cigarro en las postrimerías del sexo sin apestar tu apartamento.
Tu humor también cambió, la parca simpatía que destilabas conmigo se convirtió en frialdad calculada, las cuatro caricias que de vez en cuando me regalabas en un despiste desaparecieron del repertorio repetido cada noche. Tus caderas, habitualmente la única de parte de tu cuerpo que jugaba conmigo, frenaron en seco para convertirte en momia egipcia siendo violada por un pelón pesado.

Hasta hace una semana. Volví de ese viaje de trabajo cargando una estúpida muñeca de trapo que pretendía regalarte y con un singani para ver si te apartaba de la nociva influencia del aguardiente. No me abriste la puerta. Miré por la ventana de la cocina y me pareció ver el apartamento vacío: de ti, de muebles, de vida. Le pregunté al cuidador del edificio y me confirmó que te habías ido sin dejar la nueva dirección y sin ningún mensaje.
Me senté en el área social, esa donde los niños se mean en la piscina y las madres hablan con sus amantes aprovechando que el papá está follándose a Messi con la vista delante del televisor. Abrí el singani y lo apuré con la calma del que no tiene otra cosa que hacer que morir con la lentitud de los días.
Al llegar a mi apartamento encontré, deslizada bajo la puerta, la estacada final:
“Querido, la verdad, la mera verdad es que solo me excitabas cuando fumabas en el balcón. Verte haciendo malabares con tu cuerpo y con el humo, imaginarte diferente a lo que eres, pensarte pensando otras cosas que las boludeces que me has contado. Esa renuncia a lo único que te hacía valioso, o quizá solo atractivo, para mi fue definitiva. By”

Busqué en el cajón de los escondidos, saqué un Piel Roja sin boquilla, me fui al balcón con mi libreta de anotaciones y garabateé:

“Qué extraño morir un poquito, un instante, como si fuera para siempre. Qué desconcertante morir así estando vivo. Apuro la quietud para que me confirme el espacio en el que soy. El humo quiere colarse todo en el laberinto que parezco ser. Cuando se le prende fuego a este hilo todos los tejidos se hacen innecesarios. Desnudo de mi en esta pequeña muerte, de pie en este balcón ya sin vistas, plagado de goteos y de enmohecidos canales, no miro nada. Solo espero que el destino, ese que juega a ser esquivo, algún día me reintegre este órgano cuyo tejido pavonea su necrosis para solaz de tus recuerdos. En este instante solo tengo humo para cerrar este paréntesis”.

Ojalá que este incendio de cenizas prenda tu cama y tus miserias. Te amo.

6/4/10

Un mal negocio para Panamá

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Vamos a mirar al mundo, a este sancocho de países donde se apiña la humanidad y por cuyas banderas matamos y vivimos como si el azar no tuviera que ver con el cómo y el cuándo. Lo vamos a mirar para aprender de desarrollo, de las bendiciones de las inversiones en grandes proyectos de explotación de los recursos naturales, de cómo las multinacionales mineras han mejorado la calidad de vida de todos los lugares donde desembarcan con su canto de sirena (casi siempre, como acá, ayudadas por los prolijos gobiernos locales cuyos funcionarios terminan siendo accionistas o beneficiarios del negocio).

Ejemplo 1. Perú, una de las mecas de la minería en Latinoamérica. Grandes beneficios –para las multinacionales, grandes inversiones –que se recuperan con creces–, cero desarrollo. El sector minero en Perú da empleo a menos del 1% de la población trabajadora del Perú, es decir, casi nada. La tecnificación de la minería ya ni siquiera permite malmorir en la mina.

La Oroya, una de las poblaciones mineras con 70 años de explotación es la octava ciudad más contaminada del mundo; en Cerro de Pascua, otro lugar de minería, ocho de cada 10 niños están intoxicados con metales pesados. En total, se calcula, que unos 250 mil peruanos están intoxicados con metales pesados. Gran desarrollo.

Ejemplo 2. República ¿Democrática? del Congo fue bendecida con una maldición: el coltan. Este mineral negro, del que Congo tiene el 64% de las reservas mundiales, es el que se utiliza para fabricar las baterías de todos los celulares o los computadores portátiles que utilizamos en el resto del mundo. También es la razón y la financiación de las guerras en centro África. La ONU asegura que con la “explotación mineral en Congo” se financia a la guerrilla ruandesa y deja grandes cantidades de dinero a los militares de alto rango de Uganda. Las minas de coltan son lugares de esclavitud en pleno siglo XXI. Congo se desarrolla gracias a la minería y a la inversión de empresas multinacionales, en su mayoría norteamericanas.

Ejemplo 3. Cerca del 40% de los bosques indonesios están siendo explotados por compañías mineras, entre ellas la todopoderosa británica Río Tinto. Decenas de miles de personas han sido desplazadas de sus comunidades y un ejército de paramilitares, con la anuencia del Estado, mantiene el control de las áreas concesionadas. Las multinacionales acumulan denuncias que van desde el delito ambiental a la violación de mujeres. La cosa no es muy diferente en la India, donde la población tribal se ha armado en una guerrilla para defenderse de los ataques paramilitares financiados por las empresas mineras. Estos deben ser ejemplos de minería sustentable.

Estos pequeños ejemplos ilustran perfectamente el futuro de Panamá, gracias a la política de “cambio” promovida por Ricardo Martinelli. Cambio de las leyes para permitir la inversión directa de gobiernos en el sector de minería; cambio en la visión de un Panamá verde y ecoturístico gracias al botín de cobre que hay entre Cerro Colorado y Petaquilla; cambio de caciques porque después de recuperar el país de las garras del imperio del norte ahora se lo vamos a entregar a las empresas del norte, del este o de donde vengan…

El beneficio económico no es para Panamá, los daños ambientales y sociales sí. Un informe de Danny Kennedy, de la organización Proyect Underground señala que “los países industriales consumen más de dos tercios de la producción anual de los nueve minerales más importantes. Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón y Europa Occidental, con el 15% de la población mundial, en conjunto consumen la mayoría de los metales producidos cada año: aproximadamente 61% de todo el aluminio, 60% del plomo, 59% del cobre y 49% del acero. En un cálculo per capita, los distintos niveles de consumo son especialmente marcados: el estadounidense promedio utiliza 22 kilogramos de aluminio al año, el ciudadano promedio de la India usa 2 kilogramos y el africano promedio apenas 0.7 kilogramos”.

Es decir, los minerales son como la cocaína, se producen en el sur, dejan su rastro de muerte y devastación en los llamados “países en desarrollo” con la promesa del “desarrollo” y el beneficio es para los consumidores y las empresas del norte. Bueno, y para los rentistas y comisionistas locales. Nada nuevo en Panamá (cuyas élites, como señala Julio Manduley) siempre han vivido de las sobras de los inversionistas extranjeros, sin hacer nada, excepto daño. Terrible negocio para los panameños.

3/4/10

Vista al atardecer

En la terraza habitan palabras esquineras, de esas que ruedan y se aferran al recodo para no ser barridas junto a polvo y desmemoria. En esta terraza, habitada ya por múltiples espíritus y escasas desesperanzas, el mar arriba en las tardes. Se asoma, prudente, sobre la pared y prueba con la puntita del pie la temperatura del piso. Le gusta a este Pacífico remolón echarse en la hamaca tejida de palabras también, mirarse en el espejo y soñarse limpio, sereno en el albor, furioso en los amaneceres, contenido cuando alguna niña lo mira de reojo desde el malecón.
Las paredes de la terraza comienzan a teñirse de vida, de pies apoyados para no perder el equilibrio de la dignidad, de rumor de cerveza y besos no dados. Manos para acariciar, labios para respirar-te en la interminable vereda de tu cuello, frases desprevenidas para cautivar a los visitantes, contundentes gritos para convocar a las olas.
En la terraza, el tiempo ya no es de nadie.

1/4/10

Para no esperar

Y tus palabras son cobija. También me descobijan cuando los poros necesitan que entres por ellos, poco a poco, con la calma del no tiempo, de este amor que me conmueve y me parte en mil pedazos dispuestos a distribuirse por tu cuerpo sin apelaciones. Tus palabras en esta distancia, en este verano interminable en que nos sobran ropas y prevenciones, en el que ya eres y yo empiezo a ser cada amanecer de trenes y augurios.

Parpadea la pantalla y yo cierro los párpados, me traslado a ti con suma urgencia, necesitado de algunas preguntas o, mejor, de algunos teamos para comprobar que sigo vivo y que el pellizco de las provocaciones me deja una huella permanente.

¿Cómo pudimos vivir sin este aliento, sin este imprescindible querernos sin hipotecas, sin más condiciones que la rendición de lo predecible?

La respuesta llega en tus palabras, en ese abrazo que desbordó la vida, en este rozar las nubes permanente en el que no hay dudas ni certezas, solo vida. Te espero, te espero para no esperar nunca más.