28/11/14

El problema de llamarse Pedro Sánchez

En este país los apellidos tienen una lectura, especialmente en la autodenominada izquierda del PSOE (Partido Sometido O quizá Español). Al ícono del mal José Luis Rodríguez Zapatero le volaron el Rodríguez porque eran tiempos de excepción y para que la Z provocara un efecto equivalente a la torcida ceja que representaba. Al Rasputín desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba le desaparecieron el Pérez para resaltar la fuerza de la R y animar a la rácana reorientación rasposa de sus recalcitrantes principios.
Pero a Pedro Sánchez… pobre Sánchez. Una vez superada la fase de aburguesamiento onomástico de los líderes socialistas, le han condenado a regresar a la vulgaridad impostada de aquel González, ya que no son tiempos de declaraciones más altisonantes en la línea de Guerra.
Pedro Sánchez Castejón no rima con presidente Castejón, pero quizá dé juego para “ciudadano Sánchez”. Eso parece intentar él: negar a su estirpe política, enmendarles el 135 (al menos de verbo) y reilusionar a un votante socialdemócrata y a otro de centro que ahora tontean con el nuevo líder de masas que pasea el nombre completo de Pablo Iglesias (aportando su gramo de originalidad en el cambio de Possé por Tuñón). Parece que la singularidad de los líderes socialdemócratas españoles reposa en la herencia maternal.
El pobre nuevo secretario general del PSOE ha aprendido que debe buscar un término medio entre la blandura mediática de Zapatero y la imagen decimonónica de Rubalcaba y, para ese viaje, el Sánchez ya le va bien. No le conviene que Pablo Iglesias le robe el programa y que, como señaló ayer, la propuesta económica de Podemos podría firmarla “cualquier socialdemócrata de los 80”.  Demasiados socialdemócratas para un país tan estructuralmente derechizado (para algo sirvió el golpe de Estado, le genoicidio y la dictadura posterior). 
Si Podemos vale para cualquier socialdemócrata y para el centro… ¿dónde busca los votos Sánchez?
Pues el ciudadano Sánchez le ha apostado a cerrar filas con el régimen y defender lo indefendible: el modelo económico surgido de los pactos de la Moncloa (así lo planteó anoche en los debates de TVE24 horas), la Constitución de transición que nunca ha dado el paso para transitar a otra cosa, y una unidad nacional que si bien tiene sentido desde el punto práctico desconoce la realidad de los territorios que comparten estado y frustraciones.
El ciudadano Sánchez deberá apelar, por tanto, a aquellos votantes con temor de lo nuevo y a los menos radicalizados, pero la mala noticia para este chico que suena tan poco natural es que en España ya hay pocos de esos. La mayoría está agotada y cansada y, como el dueño de preferentes, se ha dado cuenta que el banco de sus amores era el verdugo de sus pesadillas. Esos votarán a Podemos. El resto se reparte entre el voto talibanizado al PP y los resistentes a los cantos de sirenas que atomizarán sus pasiones en pequeñas formaciones residuales. EL PSOE seguirá teniendo su voto militante, que no es poco, pero el ciudadano Sánchez se está quedando sin espacio político y, por eso, le toca arremeter contra su propio ‘fundador’ (hay que joderse con el nombrecito de su opositor) y tratar de imaginar alguna propuesta que supere aquello de “deshacer lo que ha hecho el PP”.
Depende de cómo sean las elecciones de 2015 (no creo que se parezcan del todo al mundo paralelo de las encuestas), podremos ver al ciudadano Sánchez pactando con el PP para salvar la unidad nacional y los valores patrios de la Transición o pidiendo a Pablo Iglesias que comparta un poco del pastel socialdemócrata que promete a la ciudadanía en esta fiesta del travestismo político.
El problema de llamarse Pedro Sánchez es que tiene que arrastrar una mochila con demasiada historia dentro y que lo ‘bueno’ del PSOE ya lo ofrece el huracán de Podemos: un poco de política social y de cosmética democrática para que todo, todo, siga igual. Pobre Sánchez...


Maldice en nombre del dios que no tengo

En días como mañana querría tener un dios. Se añora uno a la hora de maldecir. Echarle en cara la podredumbre del cuerpo, la indómita somnolencia de las almas, la interminable mentira de los tiempos.
Un dios a medida, suficiente lejano y ausente como para dictar en su contra una cadena perpetua a (mal) vivir como humano; suficientemente cercano como para escupirle sobre la mejilla lo que la otra es incapaz de asumir.
Un dios en el que descreer, un dios al que deshonrar. Un dios, al fin y al cabo, tan dios como el vuestro: ese al que os encomendáis con tal de no asumir que estamos (que estáis) solos en este hueco de incertidumbre y hastío.

A los que estamos desendiosados solo nos queda resistir, amarrarnos fuerte a la vida a pesar de los dictámenes de batas blancas, pelear hasta el último aliento para poder bebernos el aliento de quien nos acaricia, reírnos de las tribulaciones de los feligreses antes de que sus velas prendidas incendien este templo desdentado en el que los ritos están reservados a los ciegos visionarios.

26/11/14

Postpodemos. El peligro de ser un fenómeno

He vivido en la distancia el último proceso de conversión de Podemos. Lo que nació, en teoría, como una propuesta democrática, abierta, desde abajo y, por tanto, contradictoria y compleja, ahora es un partido político de corte representativo, cerrado al disenso, con élites internas y con una propuesta lo suficientemente vaga como para ser un hit electoral. Podemos es una criatura de la democracia mediática que llevamos sufriendo ya hace décadas en la que los estrategas tienen más peso que los políticos y los consumidores de sueños más que los ciudadanos con criterio político.
No dudo de que dentro de 20 años, el ‘fenómeno’ Podemos se estudiará en algunas facultades de Ciencias Políticas, pero el hecho de que algo sea un fenómeno no lo convierte en positivo (véase Marie Le Pain en Francia).
Podemos sabe recoger el enfado de la mayoría silenciosa del electorado de clase media, cierta protesta infantilizada de algunos sectores juveniles poco o mal politizados e, incluso, la frustración de algunos sectores de la izquierda tan acostumbrados a perder que la leve posibilidad de victoria les provoca sueños húmedos. Podemos generó un estado de ilusión asamblearia intencionalmente sin estructura para poder cooptarla en cualquier momento. Y así lo ha hecho.

Podemos es un fenómeno en varias dimensiones:
-       La droga de la ensoñación para los despolitizados. Ya saben que una parte importante de la sociedad española se dio cuenta que no vivía en una democracia real justo el 14 de mayo de 2011 por la noche. De ahí un 15 M de jóvenes y adultos que los últimos años habían vivido la sopa boba del estado del bienestar que compraba su indolencia a cambio de salarios inflados y adosados a las afueras. Un día nos dimos cuenta de que no era oro lo que hacían relucir de la Transición y entonces levantamos las manos y, preñados de ingenuidad política, dijimos aquello de “no nos representan” o “lo llaman democracia y no lo es”.  Para una parte de esa gente el que salgan unos jóvenes profesores hablando de casta y de democracia es casi narcótico. Da igual que no se cuestionen las estructuras o que haya que jugar con las armas del enemigo. Lo importante es participar en ese Juego de Tronos que tanto gusta a Pablo Iglesias y compañía. Da la sensación de que Podemos ofrece un papel en la serie y, como actores primerizos, nos lanzamos al casting sin reflexionar demasiado en cómo afectará a nuestra carrera.
-       El sueño erótico de la derecha. La derecha española se había quedado sin enemigo. Una vez desaparecido Zapatero, el leviatán que todo lo justificaba; autodinamitado el PSOE y automarginada IU, no había un enemigo claro con el que desviar la atención de las propias miserias. Los catalanes no parecen ser suficiente aglutinador de las filias españolistas de la rancia derecha y Podemos cumple mejor el perfil del enemigo interno-externo con capacidad de llevarnos al caos y de instalar un protochavismo cañí que nos sumerja en una profunda crisis poco bolivariana. En este país donde mantenemos los ecos de la posguerra y la dictadura enterrados en fosas comunes hay que remover poca tierra para llamar a la batalla.
-       El postmodernismo ya tiene siglas. Dudo que podamos encuadrar a Podemos en el populismo clásico. Es cierto que con un uso del lenguaje brillante han logrado cautivar a parte del electorado de centro, de la izquierda y de la derecha. Discípulos del postmarxismo de Ernesto Laclau y de la teoría de las hegemonías de Antonio Gramsci, los cachorros de Podemos pueden mostrar el perfil que el electorado quiera ver en cada momento porque ellos buscan el “pluralismo agonal”. Todo cabe, todo vale… una posición también del postmodernismo en el que todo es líquido y no hay por qué encasillarse. Buena lectura de las flácidas sociedades en las que nos movemos.
-       El fin de los tiempos. Podemos ha acelerado algo, pero no el fin del régimen del 78, como gustan de presumir. En realidad han empujado con decisión la crisis de la socialdemocracia española (que ya jugó a renunciar al marxismo y a los principios sólidos) y de la izquierda tradicional. En el primer caso, ha evidenciado la profunda inutilidad de la socialdemocracia para un régimen capitalista radical en el que ya no es necesaria una fuerza de medias tintas (como el PSOE) para calmar las ansias revolucionarias. Esas son historia y el enemigo lleva turbante. En cuanto a Izquierda Unida y, consecuentemente, el Partido Comunista Español, Podemos acelera su descomposición porque, al margen de los históricos errores del PCE, lo cierto es que en esta sociedad de consumo, entretenimiento y caminos fáciles, las militancias o los debates complejos no tiene cabida.
-       El reino de las dicotomías simples. En consecuencia, Podemos sincera al electorado español y lo trata como un aficionado radical al fútbol en el que no caben más de dos ideas antagónicas (mi equipo/el contrario). La formación dominada ahora por el trío Iglesias-Errejón-Monedero lo traduce en casta/gente, en democracia/dictadura, en ellos/nosotros. No hay matices. Ni falta que hacen. En épocas de polarización lo mejor es tensar la cuerda. Tampoco son tiempos de ideas que requieran de demasiada elaboración. Podemos aprende del fracaso de Equo y su apuesta por el decrecimiento y propone más crecimiento (que eso si lo apoya el electorado); aprende del derrotismo histórico de la izquierda minoritaria y lo traduce en triunfalismo infantil y contagioso; aprende de la automarginación de muchos de las y los mejores pensadores de este país y le apuestan a la sobreexposición mediática…
-       El despotismo ilustrado. El nacimiento de Podemos, apoyado en Círculos acéfalos de generación espontánea, fue brillante porque logró crear el espejismo de la democracia directa. En realidad, como se ha demostrado en su congreso fundacional, la propuesta pasa por un despotismo ilustrado, uno más, en el que unos cerebros privilegiados piensan lo que es bueno para el resto y los que tengan ordenador, internet, el tiempo y las habilidades necesarias, que aplaudan con un ratón.

El fenómeno tiene muchas más aristas, pero estas son algunas de las más llamativas. Yo, personalmente, he decidido escribir algunas de mis ideas porque me niego a caer en el error de que “no se debe cuestionar a Podemos” porque eso es darle alas a la derecha sociológica española (la inmensa mayoría del país, por otra parte). El peligro de no hablar, el peligro de no mostrar que hay otras alternativas desde abajo, que se cocinan a fuego lento aunque sean menos espectaculares, es que Podemos puede enterrar a la izquierda española por un par de lustros, así como hizo el PSOE tras su abrumadora victoria de 1982 y posterior traición a sus propios postulados.
No se trata, pues, de buscar los tres pies al gato, pero sí de develar algunas de las falacias y meandros en los que se mueve esta nueva casta política que homogeneiza al resto de la sociedad y pide la adhesión sin condiciones. Hasta ahora sólo han demostrado gran capacidad estratégica y publicitaria. Será interesante verlos moverse en la realidad. Mi sueño erótico es estar errado y que Podemos logre empujar un cambio real en esta sociedad tan cansada, tan dormida, tan hastiada.