Había una vez, si es que la había, una organización no
gubernamental. Creo que les llaman ONG. Esta se dedicaba a proteger el medio
ambiente. Ya saben eso que es medio porque nos hemos comido más de la mitad.
Esta ONG hacía reuniones mundiales cada tres años para
decidir las mejoras en su estrategia de sensibilización –advocacy le llaman-.
El tema, y no era fácil, era encontrar el animal más efectivo para cada
momento.
¿El animal? Sí, el animal. Porque los ciudadanos y los
donantes no se sensibilizan con objetos
inanimados, como piedras o árboles, aunque dentro habite la vida, y menos con
cosas demasiado grandes, como océanos o parques nacionales.
El experto en marketing repetía: “tenemos que buscar un
animal concreto del que la gente se pueda enamorar o compadecer. No nos sirve
nada intermedio”.
“Se me ocurre una ballena”….
“Eso ya no funciona”
“¿Y qué tal un delfín?”
“Muy visto”
“¿Y un oso polar?”
“A ver, a ver un poco de imaginación”, estimulaba el
consultor que cobraba 500 euros la jornada para facilitar la reflexión.
En realidad, la reunión estaba muy bien planificada para
llevar a los participantes a donde el fa-ci-li-ta-dor quería: las abejas…
“¿Las abejas?”, preguntó un activista de la ONG que venía de
un territorio en Oriente Próximo.
“Sí, claro, las abejas y la polinización.. vean si no.
Cualquiera puede matar a una abeja en verano, y eso significa que cualquiera
puede salvarlas. La polinización es un símbolo de la fertilidad y de la
reproducción y eso siempre genera empatía entre los humanos”.
“¿Las abejas?”, seguía preguntando en voz alta el activista
de Oriente Próximo… “¿cómo convenzo a la población de que hay que donen dinero
para salvar las abejas?”
“Es fácil. Uno puede matar muchos insectos al cabo del día,
pero eso no mueve conciencias. Unas cientos de moscas aquí, unas hormigas
laboriosas pero egoístas por otro lado, unos ciempiés allá, los molestos
mosquitos… Pero… ¿las abejas? Aunque nos molestan podemos entender que son
necesarias y, además, acabar con una pobre abeja que poliniza tiene muy mala
prensa. Tenga en cuenta que la gente no dona por convicción sino por
vergüenza”.
“¿Y salvaremos a las abejas?”, preguntó un noruego casi
albino preocupado con sinceridad por la polinización y su relación con el
futuro del planeta-
“No sea ingenuo. No creo que las salvemos, pero eso nos
fortalecerá como organización y nos dará tiempo para pensar en la siguiente
campaña de sensibilización. ¿Acaso salvamos a las ballenas en su momento? No,
hay demasiados intereses en juego ,pero logramos que la gente sepa lo que los
japoneses hacen con ellas”.
Al volver a Palestina, nuestro activista se encontró con una
situación compleja. Israel había decidido hacer pagar a toda la población por
la muerte de tres de sus ciudadanos y no había forma de parar la masacre. “No
puedo hablarle de las abejas a mis hermanos”, reflexionaba el activista.
Sin embargo, encontró la manera de aprender los nuevos
conocimientos de marketing social. Trató de hacer un paralelismo. Los edificios
en ruinas por los bombardeos eran equivalentes a piedras o árboles, aunque
dentro de ellos contengan un universo vital. Los estúpidas muertes de decenas
de vecinos que caían cada día bajo los obuses inteligentes no parecían conmover
al planeta. Hormigas y moscas morían como personas y sus cuerpos mutilados eran
sólo parte del recuento que la ONU hacía cada día. No tenían nombre, no
provocaban ni enamoramiento ni compasión. Además, no parece fácil que
cualquiera pueda matar a 20 personas de una vez tumbando un edificio.
El activista no se atrevía a aplicar la lección, aunque
intuía la manera de hacerlo. La realidad, sin embargo, suele ser terrible
maestra y ayer por la mañana, cuando abrió los oídos y escuchó las noticias,
entendió que había sido Israel la que había ayudado a encontrar las abejas
palestinas: Mueren cuatro niños y otros diez resultan heridos en un ataque
israelí a una playa de Gaza. Los niños estaban jugando al fútbol. Israel
declara una tregua humanitaria de cuatro horas.
Nuestro activista, después del desayuno y con el alma
bombardeada, asiste a la reunión prevista a media mañana con gente del barrio.
El líder más político resalta la cobertura mundial que está teniendo el suceso
de la playa. “¿Esto servirá para frenar la agresión y salvar nuestras vidas?”,
pregunta aún acongojado nuestro activista.
“No seas ingenuo. No creo que pare ni que salvemos a todos,
pero eso nos fortalecerá como pueblo y nos dará tiempo para pensar en la
siguiente campaña de sensibilización. ¿Acaso han servido las campañas de las
últimas décadas? No, hay demasiados intereses en juego pero al menos logramos
que la gente sepa lo que los israelíes hacen con nosotros”.