Una ciudad pequeña, burguesa, adormecida por el vertiginoso y
cadente paso del tiempo. Una ciudad de un banquero a donde llega un poeta
seguro de que “no hace falta la promesa del triunfo para defender las
convicciones”. Luis García Montero, dice una asistente a la charla, parece “un
predicador”. Yo creo que parece un poeta.
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