18/11/15

Miedo, miedo, miedo

Es el miedo a perder lo que tenemos lo que nos convierte desconfiados y algo avaros. Nuestras dudas a la hora de abrir el corazón a desconocidos surgen del miedo a ser lastimados. El miedo al fracaso nos impulsa a no saltar los riachuelos de la vida y es el miedo a la desilusión el que contiene nuestros deseos. Miedo a comer lo que nos envenena, miedo a mirar lo que nos conmociona. El miedo al saber cierra los libros y el miedo a dudar es el que alimenta nuestros prejuicios. Tenemos miedo de casi todo: de la velocidad y de la quietud, de la poesía y de las Variaciones Goldberg en las noches de insomnio que las parieron, de la naturaleza en su expresión más pura y de la pureza cuando no está recubierta de prevención. Tenemos miedo a casi todas las horas del día: cerrar los ojos puede ser el preludio de una tormenta en forma de pesadilla y abrirlos a veces es tan doloroso como encarar la vida. Nos da miedo solicitar, con la luz prendida, el oscuro deseo sexual que amasamos en el silencio de una educación castrante; también nos da miedo no dominar, no ser capaces de rayar las paredes con el nombre de la persona amada o de gritar a mediodía que lo queremos entero… Tenemos miedo de los policías, de los jueces, del burócrata que nos ignora y del abogado que nos sojuzga. Tenemos miedo del padre violento y miedo a parecernos a él. Sin duda, nos da miedo la vejez, la podredumbre del cuerpo mientras la cabeza sigue procesando temores, y nos da miedo no ser suficientemente jóvenes como para cambiar de rumbo. Nos dan miedo las encrucijadas y los túneles, los aviones y las patinetas. Nos da miedo besar a la rana y nos da miedo el gluten o la lactosa. Nos da miedo el Estado Islámico, las bombas y las oscuras noches iluminadas por rayos. Los perros sin bozal, las rosas con espinas y los ladronzuelos de barrio nos dan miedo. Nos da miedo la piel de un color diferente al nuestro y nos da miedo lamer de la piel que nos provoca el sudor de su desconsuelo. Nos da miedo no pisar la tierra aunque nos den miedo los bichitos que en ella se esconden. Las arañas, las cucarachas y las serpientes unas veces nos dan asco y otras nos provocan miedo. Tenemos miedo a los comunistas y tenemos miedo a las listas de los escuadrones de la muerte en la que, por una torpe casualidad, podemos figurar (nosotros que nunca hicimos nada). Los agentes de frontera gringos nos dan miedo y también las gentes que atraviesan las fronteras desde la noche de los tiempos. Nos dan miedo los que viven sin dinero y los que saltan de tren en tren allá donde hace décadas no hay vías ni andenes. Nos da miedo el futuro de nuestros hijos y nos paraliza de miedo el presente de nuestros hijos. No hay espejo que no nos dé miedo en alguna mirada esquiva y es extraño el día que no sentimos miedo al cruzar la calle equivocada en la que se agazapa la enésima amenaza de nuestra historia. Nos da miedo la Historia porque de conocerla no seríamos lo que somos y nos gusta engañarnos sobre lo que seremos para no tener miedo a lo que vendrá. Las utopías nos dan miedo porque, en caso de creer en ellas, nos obligarían a caminar. El silencio nos da mucho miedo; por eso nos cobijamos de él en los centros comerciales y en los audífonos de marca. Nos da miedo la soledad, casi tanto como el aburrimiento, y fingimos seguridad con tal de no reconocer que tenemos miedo a la duda. Tenemos tanto miedo a la enfermedad que no preguntamos antes de empastillarnos y la vigilia es tan atemorizadora que utilizamos drogas de diseño para no mantener la cabeza despejada ni el corazón aterido por el gélido acontecer de nuestro tiempo. Es el miedoso el que pierde la partida en el recreo escolar y es el miedo el que permite que desperdiciemos horas y horas en video juegos que recrean la vida que nosotros sólo alcanzamos a imaginar. Nos da miedo imaginar porque entonces sacamos las patas del fango y volver a él es una perspectiva feroz. La memoria da miedo y ese miedo nos empuja a la amnesia personal y colectiva. Miedo a dudar de dios, miedo a vivir sin él, sin su juego de cartas trucado. Miedo a confiar en las personas y miedo a las personas.

El miedo es uno de los motores más efectivos de control de nuestras sociedades. Somos tan miedosos que un atentado más o un terremoto de menos no hace la diferencia. Suponen sólo momentos álgidos de esta vida atemorizada que habitamos. Somos tan extraños… que a lo que debería darnos más miedo le confiamos buena parte de nuestras vidas: al mercado, a los poderes políticos, económicos y religiosos, al azar. Vivir sin miedo da miedo. Pero, les advierto: una vez que se prueba, ya no se quiere volver jamás a ese estado de enajenación que provoca el pavor que nos enseñan desde que nacemos. Inténtenlo.