17/3/09

Una manera de verlo


Si alguien tiene el ánimo, Sala de Prensa, una de las webs a las que nos aferramos los periodistas acaba de publicar mi ponencia sobre periodismo, poder y tortura, presentada en Bogotá el pasado año. No la reproduzco acá porque es larga. Pero sería estupendo saber qué piensan al respecto.

reportaje publicado hoy

El Estado, ausente en disputa entre indígenas y multinacional

Goliat genera energía

Comunidades amenazadas por el megaproyecto hidroeléctrico de AES Changuinola


AVANCE. Los trabajos de construcción del dique principal de Chan 1 van a toda máquina. ESPECIAL PARA LA PRENSA/Paco Gómez1174592

Paco Gómez Nadal
CHANGUINOLA, Bocas del Toro

nacionales@prensa.com

Hay 112 escalones que separan a la comunidad de Charco La Pava del imponente río Changuinola. El aliento no alcanza para el caminante urbano, pero el empinado reto no logrará evitar que esta comunidad quede anegada cuando la represa que se construye a escasos 300 metros entre en operación.

Cuando esto ocurra, la comunidad habrá sido trasplantada a la loma de un cerro que alcanza a divisarse desde el caserío actual. Estará a unos 20 minutos a pie del agua y a una derrota de su tradición, de su forma de vida.

Alrededor de Charco La Pava, AES Panamá –la principal empresa generadora de energía en el país– avanza a pasos de gigante en su proyecto de Hidroeléctrica Chan 75 (Ahora Chan 1) y, a cada paso, las tensiones con y entre la comunidad crecen alimentadas a punta de salarios y discursos.

Algo más de 563 millones de inversión, unos 900 trabajadores, campamentos para sus técnicos que se parecen a los enclaves en la antigua Zona del Canal y… un “pequeño” problema: las comunidades indígenas ngöbe como Charco La Pava, Guayabal, Lazo o Valle del Rey, entre otras. Según los datos de AES, 159 familias con 800 miembros cuyas tierras quedarán dentro de las mil 394 hectáreas que serán anegadas.

Desde hace cuatro años, la empresa ha jugado a dividir la comunidad y desde entonces el pleito ha pasado de las palabras a los enfrentamientos violentos, por la represión policial [la empresa tiene un contrato de prestación de servicios de seguridad con la Policía Nacional] y llegando a la visita de James Anaya, relator especial de Naciones Unidas para los Derechos y Libertades Fundamentales de los Pueblos Indígenas el pasado 29 de enero. “Desde que vino Anaya, la empresa presiona un poco menos”, explica Bernardino Tera, de Guayabal. “Bueno, en realidad han cambiado la técnica, ahora utilizan gente de la misma comunidad para convencer y presionar a los que no le vemos el beneficio al proyecto”.

No opina lo mismo Thais Mejía, actual enlace de AES con la comunidad. “No se crean que ese señor [Anaya] les va a solucionar algo, es con nosotros con quien hay que negociar”. Sus palabras se escuchan en el precario salón de la escuela de Charco La Pava donde varios empleados de AES y funcionarios de diversas instituciones del Estado se reúnen con algunos miembros de la comunidad favorables al proyecto. La negociación se acaba cuando se trata de lo que AES denomina Reasentamiento Participativo. “Lo que sí les digo es que el reasentamiento va por que va. Vamos atrasados y no vamos a parar porque tres o cuatro personas no estén de acuerdo”. Concluye “la licenciada”.

A pocos metros de la escuela, Rafael Ábrego, uno de los que se enfrenta a AES mantiene otra versión de la historia. “Ellos nos desprecian, nos dicen que vivimos sucios, entre los animales y la basura, en casas feas… Nos quieren meter en casas de bloque, lejos del río”. Desde el lugar donde está sentado Rafael y Amelia Pineda –otra líder contundente en su posición– se pude ver el incómodo camino de piedritas hecho por AES como aporte a la comunidad. “Debe ser para no mancharse ellos cuando vienen, nosotros vamos con botas de caucho”.

Desde Charco La Pava se pueden ver las obras del dique principal de 99 metros de altura. La devastación es evidente. Ahora, unas 40 personas de las comunidades trabajan temporalmente para AES. Se pasean por el área con casco y chaleco, pero con muy pocas funciones. “Engañan a unos porque son analfabetos o no hablan español. A otros, los compran por un salario, aprovechando su pobreza”, se lamenta Ábrego.

El caso simbólico que muestra AES de estos reasentamientos “participativos” es el de Isabel Beker. De hecho, en su sitio web la ponen como ejemplo de mejora de calidad de vida. Cuando James Anaya visitó a la señora, el símbolo no cumplió con el guión y contó que quiere volver a Charco La Pava y cómo la forzaron abandonar el terreno en el área de la represa.

Valentín Pineda, administrador regional de la Autoridad del Ambiente en Bocas del Toro, cree que debido a lo “conflictivo” del proyecto la mayoría de las delegaciones provinciales del Gobierno central “no han sido suficientemente beligerantes”. En Chan 75 “se dejó la parte social para el final y tuvimos que jalarle las orejas a la empresa”, continúa Pineda quien al final reconoce que, en cualquier caso, sus competencias son limitadas. “Hay decisiones que se toman en Panamá”.

La ausencia del Estado en estos conflictos es evidente. Las comunidades deben negociar por su cuenta y eso las deja en clara desventaja. En el caso de Charco La Pava la desconfianza de los habitantes ante cualquier extraño es contundente. Llegar allá es difícil, porque la empresa controla la carretera pública y registra e interroga a todo aquél que quiera entrar a la zona. Ganarse la confianza de los habitantes es igual de difícil.

Los indígenas ngöbes saben que esta pelea les toca solos. En Charco La Pava, Ernesto López está seguro de que la comunidad tendrá que tomar otra vez “medidas de fuerza”. “El Gobierno está para ayudar a la empresa y en Changuinola todos los medios de comunicación están comprados… no quedan muchas alternativas”. Una mirada que confirma un periodista local en Changuinola, aunque pide el anonimato por miedo a represalias: “aquí casi todo el mundo recibe plata de esta gente”. Un único cabo suelto para Goliat: la diminuta población que sigue oponiéndose a reasentamientos o a compra de tierras.

El Malcontento de hoy 17 de marzo

EL MALCONTENTO

Mi crisis ergonómica

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Soy perverso. Cuando empezó este terremoto financiero internacional yo soñaba con que fuera un tsunami devastador, que dejara en cueros, en evidencia este sistema de locos en el que todo y todos parecemos tener precio y en el que el progreso o el éxito en la vida se cuantifica en cosas y plata. Ya ven… mi poder profético es bastante limitado. La crisis, que va a dejar muchos damnificados (y no hablo de los multimillonarios que están perdiendo unos millones, sino de los millones de desempleados y de deudores normalitos quebrados), va a durar todavía y por supuesto que afecta o afectará a Panamá (a pesar de lo que nuestros dirigentes insisten en decir). Pero no es el Nostradamus, no se acerca el fin del mundo o, al menos, no parece estar por venir el fin de este mundo.

En mi caso, vivo instalado en una crisis ergonómica, que no económica, por la incomodidad que me produce este mundo cosido de injusticias donde la mentira tiene forma de valla electoral, de anuncio de champú o de tarjeta de crédito. Es casi imposible cambiarlo de manera individual, especialmente cuando la ceguera es una enfermedad tan común e invisible.

Miren sí no. Una lectora me escribió muy indignada tras leer uno de estos estériles artículos pensando que mis comentarios sobre el alto precio de la canasta básica iban dirigidos contra el Super 99 (pobre confusión política la de la señora) y me comentaba, aleccionadora ella, que con sus propios ojos ella ha presenciado cómo hordas de pobres se gastan la quincena en Albrook Mall comprando panties y tonterías varias, en lugar de comer (que es lo único a lo que deben aspirar los pobres, le faltó decirme; nada de ocio, nada de estética, nada excepto arroz con porotos para los pobres). Tardé unos segundos en despertar de la pesadilla orgiástica consumista que me describía esta buena ciudadana (es verdad: los locos son mayoría) y darme cuenta de la ceguera de la que sufre: ni el mundo es un centro comercial ni los que van allá son pobres. Claro, para ella, probablemente, son pobres todos los que no tienen la piel blanca, el cuerpo perfecto y no visten de Ralph Laurent. Como no sentirse incómodo.

También me escandalizo las pocas veces que, de manera torpe e irresponsable, visito uno de estos centros comerciales. No porque me parezca mal que la clase media baja gaste como lo hace la clase media alta (aunque en proporción, claro está), sino porque veo el resultado de la publicidad engañosa que nos convierte en ejército de consumidores de cosas innecesarias.

La crisis ergonómica también me asola cuando veo las decenas de ofertas de trabajo que se publican en los clasificados de este periódico y observo cómo los “generadores de empleo” (grandes salvadores de la patria: ¡oh, sacrosanto empleador!) buscan recepcionista de hotel, que sea bilingüe, aguante trabajar bajo presión y además haga piruetas en el mostrador por 450 dólares mensuales; sin embargo, es mucho más rentable ser chica de compañía por mil 500 dólares semanales (y no hay que hablar tantos idiomas) … ¿algo no me cuadra?

Este mundo está mal organizado y en la escala del desorden los países calificados como “en desarrollo” se llevan la peor parte: cero garantías para los derechos ciudadanos y la misma competencia leonina en el parqué mercantil.

Ante todo esto, nuestros candidatos presidenciales no tienen ninguna propuesta inteligente (ir en quimérico Metro con la mano bien dura y cargada de justicia debe relajar, pero no soluciona nada), las instituciones bondadosas internacionales (la ONU, por ejemplo) no se plantean por qué después de haber gastado cientos de millones de dólares en el desarrollo de nuestro país, la brecha de la desigualdad parece el Cañón del Colorado, y las instituciones nada bondadosas internacionales (BID, Banco Mundial, etc…) siguen prestándonos plata para que le paguemos a sus consultores y quedemos con la deuda…

¿Ya entienden el porqué de tanta incomodidad? Creo que se alborotó de manera abrupta el dolor de espalda asociado a esta crisis ergonómica cuando un taxista me aseguró que votará por Martinelli porque en los 100 primeros días de gobierno va a poner en marcha el Metro. Los analgésicos no sirvieron de nada cuando en otro vehículo público me enteré que el conductor votaría por Balbina “porque ella sí sabe lo que es ser pobre”. Con esta calidad de argumentos y ante la triste continuidad de este mundo, creo que el 3 de mayo me iré a Albrook Mall a gastar la quincena como poseso (quizá esa es la medicina que se aplica la mayoría de futuros desempleados).

14/3/09

Sala de espera

Ya no me enfadan las esperas, ni siquiera los paréntesis. Tampoco las conexiones perdidas, las oportunidades conjuradas o los tragos ásperos sin hielo. Para qué incomodar al alma en discusiones con el tiempo y con la quiniela del será si lo único asible es lo ya vivido...
Mientras yo espero un viaje aplazado, unos pies esquivos y un cuello clandestino, 11 almas flotan en un océano que creían conocer hasta que los engulló. Sin obituarios ni ceremonias de Catedral, solo esperan ser encontradas para engañar al duelo con cuerpos mordisqueados por peces y arrebatos. No cambió nada en este planeta, excepto el peso total de la masa de carne que se desplaza sobre él. O cambió todo pero somos incapaces de detectar la ausencia eterna de todos los seres que nos abandonan o que divagan como vivos mentirosos y, a veces, traicioneros.
La espera de la vida es un lujo de quienes tienen o de los que le apuestan a una vida de tener. Paradojas somos y por eso el patrimonio de los que no tienen es el 'no futuro'. Caras de la misma moneda, monedas de múltiples caras que engañan a apostadores, truanes y mojigatos. Si el futuro consiste en un álbum de recuerdos hay que dedicarse con empeño paranoico al presente. Si el presente no es más que un avión que te devuelve al punto de regreso, quizá sea mejor no tomar nunca el vuelo. O, mejor, equivocar intencionalmente la ruta para remover los destinos.

13/3/09

El último Malcontento


EL MALCONTENTO

Lo que vale un muerto (o 12)

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Que la muerte es algo relativo no es ningún descubrimiento. Que es aún más vaporosa e insignificante cuando la tratamos desde el periodismo, tampoco. Recuerdo mis primeros días en una redacción, hace ya 20 años, y cómo me impactaba que el teletipo (máquina ya en desuso) vomitaba en un breve instante 40 muertos ahogados en algún país de Asia, para que el editor experimentado nos diera una lección sobre el “interés” de nuestros lectores y botara el papelito al tinaco.

Después, el teletipo entraba en un tremor y salían varias versiones de la muerte de dos noruegos en un accidente en un túnel de Suiza, y el editor, otra vez aleccionador, encargaba una nota de alcance para mantener a nuestros lectores informados de lo “importante” y de lo “cercano”.

Como periodista, uno acepta a convivir con esta relatividad de la muerte, con la diferencia de peso real de los 21 gramos que se supone pesa cada alma cuando ya el cuerpo no bulle. Sin embargo, la pregunta es quién alimenta esta relatividad, cuáles son las actitudes que hacen que unas almas tengan más valor que otras.

Unas veces, sin duda, es el dinero o el poder. No es lo mismo que se mate un diputado o un empresario reconocido en un accidente de tráfico, a que atropellen a un vendedor de raspados. Otras veces es la fama la que hace que los espectadores lloren frente a la pantalla al conocer de la muerte por sobredosis de un actor renombrado. Mediáticamente, el momento o la cantidad es de suma importancia: no es lo mismo la lenta hilera de muertes que se producen en nuestros centros sanitarios por mala atención o por falta de medios de tratamiento, que el envenenamiento de cientos con dietilene glycol.

Hoy, sin embargo, quiero hablar del efecto periferia: cuando se da el componente de cantidad, de drama, de presencia de menores… es decir, todos los factores mediáticos que suelen valorizar la muerte pero ésta se produce en la periferia de la periferia. ¿Se imaginan que en lugar de morir 12 personas en las costas de Darién procedentes de Jaqué, la parca se hubiera encaprichado de seis gringos o europeos en una lancha en isla Bastimentos? ¿O que en lugar de haber ocurrido en Darién, el suceso se hubiera registrado en Calidonia a bordo de un diablo rojo?

En las primeras 48 horas después del suceso de Punta Caracoles, no se escuchó a una alta autoridad del Estado referirse al tema. Estaban demasiado ocupados inaugurando Expocomer en la orgía de las cifras y los éxitos. Es más, las primeras tareas de rescate, las únicas útiles en ese mar bravo y en ausencia de chalecos salvavidas, fueron desorganizadas y claramente insuficientes. El presidente Torrijos no perderá el sueño por este asunto; tampoco los responsables de la AMP, demasiado ocupados en dar concesiones a dedo, o los de la Policía se han preocupado hasta ahora de que en el muelle de Jaqué, además de tratar a los habitantes de la zona como delincuentes, los agentes del flamante Servicio Nacional de Fronteras vigilen la seguridad en las lanchas suicidas que encaran la peligrosa boca de río Jaqué y el océano Pacífico sin la más mínima cautela.

En fin, no habrá honras fúnebres, ni investigación (aunque se asegure que sí), ni casi consecuencias (quizá las próximas semanas se exija el chaleco salvavidas)… por desgracia las víctimas son pobres panameños y pobres refugiados de cuyo destino nadie se preocupa. Conozco bien la zona del suceso y conozco el valor y la calidad humana de las gentes que allá subsisten, pero siempre he tenido la sensación de que si un día un tsunami hace desaparecer estos pueblos la mayoría de las panameños y panameñas no sentirá una pérdida terrible en el suelo patrio. Eso me aterra y me escandaliza de ciudadanos, periodistas y políticos. Será divertido escuchar si los candidatos presidenciales han incluido en sus planes de gobierno estas zonas de la periferia donde la exclusión y el olvido es bastante más lacerante que la pobreza económica.

Desde acá, mi pésame, mi tristeza y bastantes de los gramos de mi alma, para mis hermanos de Jaqué y tantos otros que ven morir a su gente (de parásitos, de mala atención médica, de tristeza…) ante la indiferencia de este Estado racista y clasista y de los otros compatriotas (a veces tan cruelmente individualistas y urbanos).

9/3/09

Bocas del Toro, detrás de la postal

Publicado en La Prensa


TEMOR. Las condiciones de vida son infrahumanas para estos niños que transitan entre tablones para evitar el contacto con la basura y las aguas contaminadas. LA PRENSA/Paco Gómez

Paco Gómez Nadal
ESPECIAL PARA LA PRENSA
ISLA COLÓN, BOCAS DEL TORO

nacionales@prensa.com

La escuela El Paraíso está de camino al barrio de Saigón, en Isla Colón. Allí enseñan español a turistas extranjeros que llegan a Bocas del Toro en busca de la postal perfecta. No deben pasar de El Paraíso si quieren retener esa imagen.

Si se sigue caminando se llega al Istmito de Saigón, donde varios hoteles y residencias de extranjeros salpican una costa que lleva hasta los manglares de El Higuerón.

Si los hotelitos tienen carteles de propiedad privada, en El Higuerón son algunos escuálidos perros más chillones que agresivos los que indican que hay que entrar con cuidado a la zona. Hay que caminar entre fango, charcos de aguas fétidas y tablones de madera que sirven para brincar de una casa a otra evitando males mayores.

Saigón es ya denominado como sector rojo en Bocas y ahora los habitantes de El Higuerón temen que los saquen de sus precarias residencias de hacerse el proyecto de marina de lujo que se está tratando de impulsar en el Istmito. Es la historia del contraste en uno de los puntos más turísticos de Panamá.

El Higuerón no es el único lugar que no coincide con la imagen proyectada por Bocas. La tierra se ha encarecido en los últimos cinco años y los locales ya no pueden pensar en vivir en las calles “nobles” de la isla. Así les ocurrió a cientos de isleños que han ido llegando a La Solución, un barrio precarista a solo cinco minutos del aeropuerto internacional donde entre enero y octubre de 2008 pasaron algo más de 6 mil turistas. La Solución se concentra alrededor de la planta de tratamiento de aguas negras de Bocas y bajo las casas -construidas en equilibrio imposible y cosidas con madera reciclada, trozos de zinc y cartones- lo que fluye tampoco se podría describir de otra manera. “Llevamos acá cinco años y de aquí no nos movemos… ¿a dónde ir?”.

El alcalde del distrito de Bocas del Toro, Eligio Bins, confirma la sentencia del morador precarista. “Eso va a seguir, no hay ninguna solución para ellos”. Bins, que fue conocido por la opinión pública por el llamado desesperado que hizo hace tres años para evitar el caos en el archipiélago turístico, suena ahora más frustrado que nunca: “El futuro es terrible. El Gobierno nacional desaprovechó una oportunidad histórica de ordenar este caos. Bocas está peor que nunca. Nuestras infraestructuras son de mentira, nadie está mirando el problema social, el desempleo juvenil tan grave, las instituciones no funcionan…”. A pocos meses de salir de la administración local, Bins ve una mano negra en el hecho de que el Plan de Ordenamiento Territorial no esté terminado (en teoría debe estar el borrador a finales de marzo) y critica con dureza a Rubén Blades, el ministro de Turismo: “Ni una vez nos hemos reunido formalmente. Realmente, no ha sido una ayuda para el desarrollo del país”.

En la isla, algunos de los ciudadanos más activos en la defensa de lo poco que queda consideran que el alcalde no terminó su mandato tan combativo como lo comenzó. Uno de ellos es Feliciano Santos, un líder ngöbe que trata de ayudar a su comunidad, sometida a desalojos arbitrarios y un arrinconamiento a espaldas del paraíso. “Aquí aparecen títulos de propiedad fantasmas, los inversionistas hacen lo que quieren… Es un desastre ecológico, cultural… y la ciudadanía está desprotegida porque la seguridad jurídica no es para nosotros”.

La ciudadanía del distrito, según el mapa de pobreza publicado por el Ministerio de Economía y Finanzas en 2005 vive en el lugar más desigual de Panamá (con 0.591 en el coeficiente Gini) y mientras el 69% se puede considerar pobres, el 53% del total cae en la categoría de pobreza extrema.

Que el modelo Bocas no funciona es evidente apenas se sale de las calles principales o se camina en Carenero o en Bastimentos más allá de las casitas de postal que salpican la costa. El propio administrador regional de la Autoridad del Ambiente de la provincia, Valentín Pineda, con la boca pequeña reconoce que “la capacidad de carga del archipiélago está superada”.

Él, como la mayoría de los que se muestran preocupados, estaba a favor de una moratoria en la aprobación de los proyectos que desde ciudad de Panamá nunca fue apoyada. “Con la basura ya no podemos, las aguas negras van al mar, en el archipiélago no hay agua [el 53% de la población no tiene acceso a agua potable y para los que tienen, el servicio solo llega dos horas al día]… y aun así se están aprobando proyectos como Casi Cielo en Bocas del Drago o la Marina en el Istmito de Saigón. Nosotros, desde acá, no estamos de acuerdo”.

El rejuego de los proyectos y, por tanto, de la tierra está descontrolado y la especulación está haciendo un daño incalculable. Así lo considera también Alfredo López, coordinador de fortalecimiento institucional del Plan de Desarrollo Sostenible de Bocas. “Es mucho desorden y ha pagado la gente de la isla”. “Todo depende hacia dónde mire. El paraíso solo está en esta calle”, concluye un lugareño que apura un café en uno de los pocos restaurantes criollos que aún quedan abiertos en el centro de Isla Colón.

3/3/09

Cortos desvaríos


















Tras naufragar se dieron a la tarea de buscar el agua en ese mar desecado. Nadie se ahogó esa vez en que los peces más parecían colibríes picando sus cuellos quemados al sol. Nadie sobrevivó a esa orgía de secano y ausencias.

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Decidido a cortar por lo sano, localizó la única zona de su cuerpo que no había sido contaminada y la seccionó en diez partes. Se dio cuenta de que sin dedos es difícil dar el siguiente paso cuando trató de envolverlos.

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Hay políticos que se entregan a su pueblo de manera sincera. Nunca cuentan con que el pueblo, una vez recibidos, los utilizan como pasto para el ganado.

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Si la verdad está sobrevalorada y el amor es un invento de la cultura, solo nos queda mentirnos y jurar que estamos enamorados.

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"Donde comen dos comen tres", "donde comen dos comen tres", "donde comen dos comen tres"... y la tercera vez que se lo repitió con convicción se dio cuenta de que la paila estaba vacía y de que sus dos hijos la miraban como ñame en su punto.

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Cuando revisamos demasiado la bandeja de entrada es que los mensajes enviados sufren de anorexia.

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Hay verdades tan cercanas que se tornan mancha de aceite en la corbata.

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Cuando descubrió las fotos de su marido teniendo sexo con otra mujer las observó detenidamente y descubrió que esa piel cobriza y ese cuerpo prieto era suyos.

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Al perder la vista agudizó los sentidos y todo le olió a podrido.

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En un camino fangoso la clave de la supervivencia está en no portar zapatos, ni botas, ni pudor... ni prisa.

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Firefox le miró de frente, pinchó en Archivo y le ordenó cerrar las pestañas. Con ellas, se fueron los párpados y la vigilia.

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2/3/09

Martí vigente (regalo para empezar el mes)

Las crónicas de José Martí desde Estados Unidos son joya literaria y mirada certera. En la que escribe sobre Coney Island hace una descripción magistral sobre la diferencia de espíritu de los pueblos del sur respecto a esa nación libre que lo descrestaba tanto como lo asustaba. Les doy un regalico que deberían leer atención mis amigas exiliadas en ese norte extraño que se autodenomina centro del mundo.

"Otros pueblos -y nosotros entre ellos- vivimos devorados por un sublime demonio interior, que nos empuja a la persecución de un ideal de amor o gloria; y cuando asimos, con el placer con que se ase un águila, el grado del ideal que perseguíamos, nuevo afán nos inquieta, nueva ambición nos espolea, nueva aspiración nos lanza a nuevo vehemente anhelo, y sale del águila presa una rebelde mariposa libre, como desafiándonos a seguirla y encadenándonos a su revuelto vuelo.
No así aquellos espíritus tranquilos, turbados sólo por el ansia de la posesión de una fortuna. Se tienen los ojos por aquellas playas reverberantes; se entra y sale por aquellos corredores, vastos como pampas; se asciende a los picos de aquellas colosales casas, altas como montes; sentados en silla cómoda, al borde de la mar, llenan los paseantes sus pulmones de aquel aire potente y benigno; mas es fama que una melancólica tirsteza se apodera de los hombres de nuestros pubelos hispanoamericanos que allá viven, que se buscan en vano y no se hallan; que por mucho que las primeras impresiones hayan halagado sus sentidos, enamorado sus ojos, deslumbrado y ofuscado su razón, la angustia de la soledad los posee al fin, la nostalgia de un mundo espiritual superior los invade y aflige; se sienten como corderos sin madre y sin pastor, extraviados de su manada; y, salgan o no a los ojos, rompe el espíritu espantado en raudal amarguísimo de lágrimas, porque aquella gran tierra [en referencia a Estados Unidos] está vacía de espíritu".

1/3/09

El cerco

“Bueno pues, así es que comienzan las vainas”. El gringo miró a Genaro con cara de “why don’t you speak in english?”. Y Genero le respondió sin voz y para sus adentros algo sin traducción que dejaba a Spencer haciendo compostaje humano dentro de su estómago.
Así comenzaron las vainas y ya son cinco años de matazón por esos cuatro palos mal sostenidos donde Genaro vive con su esposa, su suegro, un primo llegado de la comarca y carpetas llenas de documentos legales que sustituyen al machete con el que hace tiempo Anastasio hubiera solucionado el altercado.
“La vida es una vaina”. Por si faltaban vainas en el asunto, el suegro de Genaro, don Feliciano Stone no podía creer cómo se paraban los botes de turistas frente al rancho a tomar fotos mientras él utilizaba la letrina y se cagaba en ellos y en el agua en el que se iban a bañar después. “¡Chuso..! ahora somos atracción de feria”. Era el precio de ser los únicos locales con una casa en el frente de mar. “¿Una casa..? ¡chuleta! Esto ni así se puede llamar”.
Genaro había invertido hasta el último centavo ganado en los camarones “humanitarios” en abogados y asesoría y ni la madera ni las viejas planchas de zinc habían tenido la oportunidad de airearse o de tener un relevo de caridad. Pero a los turistas les gustaba la precariedad, el viaje al tercer mundo… “la vaina”, insistía Feliciano… “la vaina de ver pobres…. ¿cuál es la aguevazón de estos gringos?”.
Feliciano había nacido en Neredi, lejos de allá, en las espaldas de la península de Valiente, cuando allá no había colegio ni nada que se le pareciera. Era una espalda tersa, de piel de oro, acariciada con bravura por espumas llegadas desde el norte, por verdes no cultivados que empujaban desde el sur. Allá murió su mujer en el parto de Anastasio, allá nació el espíritu indomable que a este viejo lo enderezaba cada vez que la vida le recordaba que la riqueza de los suyos era pobreza en este mundo de locos… “de vainas”, habría precisado él.
Cometió Feliciano el error de emigrar para darle estudio a la crianza y para enterrar sus pies en la arena fangosa del desarrollo. Pensaba él que era un homenaje a Amelia, esa india bella que siempre le decía que de los blancos se podía aprender algo. El algo no era gran cosa, pensaba el viejo, pero ya no había vuelta atrás. Quizá, con los reales que le ofreció Spencer al principio podía haber regresado, organizar un tambo lindo junto a esa playa ruidosa de mar que la naturaleza había regalado a su pueblo y gastar el resto de sus años jugando dominó bajo el uvo retorcido desde donde veía pasar a los barcos que llegaban a comprar coco y banano cuando aún era un niño y la verdad tenía sonrisa y caminaba descalza.
“Indio, pero no pendejo”. Esa fue la respuesta de Feliciano cuando el gringo le ofreció tres mil dólares por su tierra: cinco mil ochocientos metros donde cada huella del viejo estaba estampada, donde hace 10 años las noches se peleaban por hacer brillar las estrellas para darles la luz que el Estado les negaba y les niega, donde su hija se enamoró de Genaro mientras el pelao buscaba las excusas más peregrinas para visitar a la familia Stone. Spencer subió la oferta, eso es cierto, llegó a los veinte mil… y a esas alturas al viejo Feliciano ya se le había atragantado la dignidad y había decidido que su tumba no estaría en Neredi, bajo el uvo, sino acá en esta isla de mentira donde esos “pinches gringos vienen a dejarse el pelo largo, a oler a muerto y a joder a cuanto chombo o indio se encuentran”.
La horma de Feliciano era Genaro. El joven ya no lo era tanto y a punta de liderar la resistencia de su gente, sus ojos ya tenían una cortina de sangre; su ánimo, un motor de arranque potente y sin freno.
El día que el gringo Spencer apareció con un rifle, Feliciano estaba sentado en la hierba con las manos sosteniendo su cabeza y el torso caliente y con gotas de sudor y sangre. Había salvado lo poquito que tenía dentro de su casa antes de que el fuego se ensañara con la humedad de los tablones. Su hija Marilín lo consolaba. “Padre, te vienes con nosotros, no pasa nada”. Y “nosotros” era a tan solo unos metros, en ese palafito milagroso que aguantaba la suave marea del Caribe. “Bueno pues, así es que empiezan las vainas”. Genaro solo alcanzó a espetarle esa frase al gringo, pero fue porque nadie había mirado en la parte de atrás del rancho. Spencer se regresó con su rifle gacho pensando que a esos desgraciados no los entendía nadie. Nadie sabía aún que Anastasio, el hijo menor de Feliciano, estaba chamuscado, comenzando a ser parte de la madre tierra incumpliendo las leyes naturales, quemado por las llamas que lo sorprendieron durmiendo en la hamaca que siempre colgaba bajo el tambo y donde gustaba pasar la noche.
Hace cinco años y mil recursos de ese día tan estúpido en el que todo se torció, en el que Feliciano dejó de pelear, renunciando incluso a las cuatro cosas que le gustaban: la chicha fuerte, las estrellas colgadas sobre Carenero y que lo conectaban con Amelia, el dominó y las revistas Readers Digest en las que le gustaba conocer lo que no querría vivir. A Genaro la pelea le había arqueado la espalda. A Marilín la había convertido en la frontera de la vida, en el único abrazo que a Feliciano y a Genaro les devolvía el calor que el fuego de Spencer les había robado.
Jair llevaba solo once meses y trece días en el terco palafito. En las noches escuchaba a Feliciano relatar la cronología de la desgracia y las bondades de aquel Anastasio imparable, fuerte como un gigante, indio hasta el tuétano. El viejo le contó del día en que su hijo menor, con solo 12 años, arrancó del mar a cuatro gringos a los que las olas sorprendieron en su imprudencia. O como, recién cumplidos los 16 logró, con ayuda de Genaro, plantar en el Municipio a 90 indígenas que instalaron su cansancio en la escalera del edificio de madera hasta que el alcalde aceptó olvidar todas las órdenes de desalojo que la corrupción y la angurria habían gestionado en su contra.
Había algo genético emparapetado en la sangre de los Stone y aunque Jair llevaba el apellido de algún hombre que se dejó la borrachera en la pieza de su madre, se sabía pétreo por historia y urgente por nacimiento. Los sábados por la noche, el primo lejano de Genaro, cuando en el palafito todos dormían, salía al caminito de madera que los conectaba con la tierra sagrada y se sentaba en la oscuridad a ver de lejos al gringo Spencer en su borrachera semanal, bailando solo como solo vivía con el rifle en cuarentena por el trago y la guardia baja por la nostalgia de quien optó por ser esbirro y victimario. Y fue en la madrugada del domingo 16 de noviembre de 2008 cuando Jair rompió el cerco legal y vital que había convertido al palafito en una isla.
Los periódicos locales describieron el suceso como la consecuencia del alcohol y de los odios acumulados. No entendieron que Anastasio había rematado lo que el fuego no le dejó prever. Sacaron el cuerpo del gringo por el muelle morado del resort Caribean Paradise y Feliciano nunca dejó de arrimarse a la isla de las luces y las chicas blancas de sandalias para pasarle al muchacho un pote de chicha fuerte entre las roídas rejas del calabozo local. Genaro ocupa buena parte de su tiempo en organizar al grupo de indígenas que ocupó el resort para recuperar la tierra usurpada. Marilín es ahora la vocera de un movimiento que nació de las llamas y se expande con el suave viento de estas costas bendecidas por el desarrollo.