31/12/08

A pocas horas

A pocas horas de este final tan iniciático, solo un recuerdo para los hermanos y hermanas del Chocó, de Colombia en general -donde la mentira hace invisible el sufrimiento-, de Gaza -donde el sufrimiento arrasa con toda verdad-, de Cuba -donde la resistencia los obliga a ser héroes a veces en contra de su propia voluntad-, de toda África -órgano extirpado al mundo de lo posible para ser condenado a cantera de este primer mundo-, de los pisos atestados de inmigrantes -Nochevieja triste de quienes tuvieron que arrancarse de cuajo y trasplantarse donde anidan el dinero y la incomprensión-, de las maquilas de Asia -donde se fabrica la ropa que hoy vestimos y los regalos que le damos a los niños que tienen regalos-, de las calles del mundo -donde los fracasados arrastran su tristeza con la única revancha posible: la de mostrarla-, de los refugios solitarios -donde no entra todo el mundo por propia voluntad-... Es un brindis al sol, inútil y cobarde, pero necesario si se quiere que el olvido no sea tan persistente como la injusticia.
Salud.

30/12/08

El Malcontento del 30 de dic

EL MALCONTENTO

De buenos propósitos

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Es el momento. O ahora o nunca. No voy a prometer que voy a dejar de fumar, o que me voy a volver religioso, o que no voy a encontrar el placer en lo más mundano.

Tampoco es semana de imposibles. Sí parece cierto que el quiebre del año es una oportunidad única para hacer listados, proyectar sueños, hablar de lo que no vamos a hacer como si fuera oráculo infalible.

Por eso quiero cerrar este sinuoso 2008 con un listado de mis buenos propósitos que, a buen seguro, pueden ser imitados por hordas de lectores y lectoras dispuestos a inmolarse conmigo a punta de felicidad e intentos de coherencia. Esa, esa es la palabrita de 2009: coherencia.

Miren, se trata de un valor límite. Al igual que la honestidad o la bondad, jamás la coherencia es alcanzable al 100%. Cojeamos como humanos y esto no es grave. El propósito, de existir, consiste más bien en mantener la ruta hacia ese valor. Uno puede tener como sur, siempre, ser honesto, y esa actitud le empujará irremediablemente a mejorar sus estadísticas. Igual debería ocurrir con la coherencia.

Una de las preguntas más frecuentes cuando hablamos de lo mal que está Panamá, Latinoamérica o el planeta es… “¿y yo qué puedo hacer?”. Es más fácil escudarse en lo ingente de la tarea, en el tamaño del despropósito, para seguir repitiendo patrones sumamente dañinos para nuestros congéneres y para el suelo que pisamos. Pero… qué tal si comenzamos a ser más coherentes en el día a día.

Si yo, y es el caso, estoy preocupado por la pobreza y la explotación de los excluidos lo mínimo que puedo hacer es no reproducir el patrón. Es decir: si quiero tener empleada o empleado en casa, lo contrataré con todas las de la ley (como mínimo), si consumo todos los días puedo hacer de este acto algo casi reivindicativo premiando o castigando a los empresarios que, con solo seguir las noticias, considero positivos para mi sociedad o negativos. Tampoco le voy a negociar al vendedor de la calle que rebaje 25 centavos en un producto de 75 centavos, y, en un gesto más humano, le preguntaré su nombre y su historia al mendigo que me cruzo todos los días, o a la hormiguita que limpia mi andén como si fuera fantasma anónimo sin dolores ni alegrías.

Si yo, y es el caso, pierdo algunas noches el sueño pensando en el calentamiento global, en el brutal desastre ambiental que asola Panamá casi siempre asociado a la violación de derechos humanos, lo primero que deberé hacer en 2009 es modificar mis pautas de consumo (que es ya casi equivalente a decir comportamiento).

Políticas como comprar en el menor radio de distancia posible (no agarrar el carro y manejar hasta Albrook Mall o Multiplaza para comprar una libra de azúcar cuando la vende el chino de la esquina); consumir productos nacionales preferentemente (fomentamos nuestra economía y evitamos los altos costos económicos, ambientales y laborales de comprar un queso tajado llegado desde Grecia); estar informados de cuáles son las grandes multinacionales criminales ambientales y laborales (comenzando por Coca Cola y continuando, por ejemplo, por la Shell); no generar la cantidad brutal de basura que una familia media produce hoy en día (por ejemplo, al no cargar la compra del supermercado en decenas de cartuchos plásticos, sino en bolsa de tela); eliminar la terrible moda de que todo sea desechable (vasos, servilletas, manteles, cubiertos) y volver a la vieja tradición del tejido; colgarse artesanía local en lugar de collares de oro (que es lo que sale o saldrá de Petaquilla), o primar lo natural sobre lo industrial (un jugo sobre un refresco enlatado, o unos vegetales sobre un pollo congelado y procesado) son pequeños pasos que de ser repetidos en muchos hogares harían la diferencia.

Si fuera el caso, y lo es, de que yo considerara que las relaciones humanas se están enfriando hasta llevarnos a la esquizofrenia, mi propósito de 2009 será mudar el gesto torcido, priorizar la sonrisa, la pregunta amable, la caricia, el cuidado del otro, al fin: el respeto y la comprensión sobre la hipócrita convivencia forzada o la impostura social.

Verán que se avecina un año difícil si pongo toda la lista en práctica, pero les aseguro que voy a tratar que el esfuerzo sea sostenido. En el fondo, y si lo pienso, es más difícil dejar el cigarrillo que cumplir a rajatabla todo lo anterior. Feliz año.

[En homenaje a vos, C. busca a Alfonsina Storni: “Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,/sujeta entre tus manos esta cabeza loca;/dame a beber veneno, el malvado veneno/que moja los labios a pesar de ser bueno./Pero no me preguntes, no me preguntes nada/de por qué lloré tanto en la noche pasada (…)”]

29/12/08

Cuando sólo se puede solo

Plagado de aristas, a veces mis recovecos parecen preñados solo de dolor, o solo de desmemoria, de desagradecimiento. No es así. Mi vida ha sido, es, una vida buena, llena de amor, de segundos para acumular en el haber de la dicha. Acontece, y de ahí la confusión, que los que suelen apretar son los zapatos de uno, no los ajenos. Uno los eligió, los probó y le gustaron, caminó con ellos decenas de pasos, caminos venturosos, otros menos plácidos, y los disfrutó. Y, un día, el talón empieza a ampollarse por una pequeña imperfección que en el todo es nimia y en la parte es universal.
Esa incomodidad es la que a mi me atosiga, la de no sentir que calzo los zapatos con los que quiero habitar este mundo. Es tan difícil... es tan complicado cuando has aprendido a hacer (te) preguntas dejar de hacer-(te)-las, es tan difícil convivir con unas respuestas tan vagas, tan cobardes, tan insatisfactorias, que parece más fácil sobrellevarlas en soledad. Hay un momento en que la felicidad duele. La misma que te ha colmado, la misma que te ha dicho lo hermoso que eres al amanecer, la misma que te ha releído, acompasado, acompañado, besado, amado... Hay momentos en que sólo puedes solo.
En mis aristas solo hay buenos recuerdos. Hace días escribí contra la nostalgia y me reafirmo en mi batalla. pero reivindiqué la memoria y me aferro a su melodía de percusión y manos limpias. Ahora, que acaba este año confuso y demoledor, solo recuerdo la miel y la hierbabuena e, incomprendido quizá o malinterpretado siempre (como no puede ser de otra manera ante mis laberintos personales) descarto los breves instantes en que no-hemos-sido-felices.
No hay ruta, ni modelos que funcionen, solo hay desasosiego para los que, desprovistos de un sentido práctico que guíe nuestros pasos, rompemos los zapatos cuando apenas están comenzando a acomodarse a vereda.

Vidas paralelas

Todo es válido, a pesar de que al primo Ratzinger le moleste el relativismo. Sin embargo, a veces, parece una maldición que vidas tan disonantes compartan el mismo planeta. Gaza o El Corte Inglés, un bus con internet inalámbrico o una cena de empresa donde rebosa el champagne, una solitaria bóveda celeste a la espera de mejores vientos o un cuchitril donde comartir colchon y pulgas. El mismo planeta, la misma mierda habitual. Y, sin embargo, todo plagado de pequeños heroismos, de grandes gestas chiquiticas en las que la dignidad o dos palabras de amor hacen la diferencia.
Salud y buen cambio de año en este pedazo de tierra que a veces paraciera no girar.

25/12/08

Dónde andas, Colón

La Plaza Catedral está vacía hace meses y a nadie le importa. Cuándo pregunto por Colón, todos suponen que está muerto y si lo está importaba tan poco que tampoco su muerte conmovió a nadie. En otras navidades, en otros años, cuando la Plaza dormitaba su hastío del 24 de diciembre con el aburrimiento de las farolas, el único que permanecía sentado ahí, en una banca, o en el murito del palterre era Colón. Solo como solo podía estarlo él. En la memoria sus tiempos de gloria, de pasador de droga, hasta sus glamurosos años de cárcel en el país que esnifa.
Ahora, la Plaza está sola de verdad y a mi me asola un sentimiento de vacío. ¿Cómo se puede desaparecer cuando ya se es un fantasma? A veces pienso que Colón en realidad no estaba solo, que el chino de la tienda o la portera del hostal donde dormía cuando tenía con que pagar el camastro lo echan de menos como yo. Los hommo sacer pululan a nuestro alrededor, fantasmicas con espíritu pero sin existencia. Su pérdida no resta, su esencia si debería sumar. ¿Desaparecerá así Vielka?, ¿se marchitarán así las sombras que esta noche asaltaban los faros de mi estúpido carro?, ¿Dónde andas, Colón?

23/12/08

Menos mal que hay pobres

Hoy en El Chorrilo están de fiesta... ¿están de fiesta? El honorable representante Chello Gálvez está entrgando los regalos de navidad hechos comida a una comunidad que no pasa tanta hambre como exclusión. Es la manera de comprar pobres, darles algo gratis, que sientan que alguien piensa en ellos.
Las colas, bajo este sol tropical a veces tan inconveniente, eran kilométricas y rodeaban lo que antes fue el cuertel general de Noriega,bombardeado y arrasado (junto a cientos de vecinos) por los gringos en 1989. Hoy es un parque peligroso de transitar por la guerra territorial de las pandillas de El Chorrillo. Es simbólico que una vez más el epicentro del barrio esté ahí. A pocos metros hay una casa pintada con publicidad política de Gálvez que, por supuesto, quiere reelegirse: "Vive aquí, no ha robado y no es corrupto". Ese es el lema de quien no puede decir después de años como diputado: "El barrio ha mejorado, ustedes ya no son la escoria de esta ciudad de vidrio y vivo acá porque me gusta".
A unos cuantos kilómetros, en Albrook Mall, también hay cola... de compradores. Miles de ciudadanos y ciudadanas de clase media-baja y baja compran compulsivamente en los baratillos mientras turistas venezolanos cumplen con el principal objetivo de su viaje: consumir como poseidos y regresar a casa con cuatro iPods, 3 Wii y fotos de recuerdo tomadas frente a pingüinos de cartón piedra de 5 metros.
Y yo, acá, mirando por mi ventana el espectáculo y preguntándome en qué momento este mundo con capacidad y dinero para ser un lugar habitable, se convirtió en un infierno de seres mutantes sin voluntad ni conciencia. Una pregunta retótica. No más.

El Malcontento de hoy


Fechas secuestradas

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

He conseguido superar la prueba navideña con una sola botella de ponche y una agenda, cero fiestas en el haber y ni una sola lucecita cerca que maree los pocos sentidos que me quedan. Ya sé, algunos de los lectores dirán: “ahí está el amargado otra vez”. Pero créanme que no es así.

Soy un fanático de la Navidad, un auténtico entusiasta de posadas, villancicos y pavos insípidos. Incluso, mi aspecto de Papá Noel en su juventud preciada me favorece para transmitir buenos sentimientos a niños y otros seres ingenuos.

Me parece lo máximo que durante un par de semanas todo el mundo quiera tener un árbol en su salón que tape un poquito el televisor de plasma en lugar de talarlos, que es lo que se hace el resto del año; me llegan a emocionar las felicitaciones que se reciben deseando paz y amor y firmadas por los mayores canallas del país; puedo entrar en una fase orgásmica cuando descubro que comprar decenas de regalos inútiles es un acto de amor eterno.

El único problema de todo este cuento es que es mentira. Así: mentira. Esta es la celebración de la doble moral, aunque pueda destilar algunos síntomas de encuentro y hermanamiento excluyente que aparentemente ablanda los corazones. Miren ustedes que locura.

En estas fechas a todos les da por echarse al monte a dizque celebrar la Navidad con los pobres (es como si se tratara de campaña electoral masiva cada fin de año) y hasta Lucy Molinar se va cargada de regalos para repartirlos entre los sinzapatos y acostarse mucho más tranquila con su conciencia. Las empresas, en uno de esos arranques de Responsabilidad Social Corporativa, ven la cara sonriente de sus empleados cuando le regalan la bolsa tipo Compita (si que somos sumisos los humanos ¿no?).

La mayoría va a fiestas o tiene cenas de amigotes en las que se harta de comer y beber en nombre del Niño Dios y de la paz y la igualdad. Lo bueno es que al salir le den propina al guardacarros o al harapiento que extiende la mano. La cosa es tan loca que hasta en El Chorrillo aprovechan la luz robada a Unión Fenosa (un buen favor a la patria, lo de robarle luz, digo) para poner sus adornos navideños antes de que una balacera funda la operación bombillo.

La ciudad se engalana por obra y gracia de una nueva compañía de telefonía celular que tiene el color de la Navidad y de la Coca–Cola (casi lo mismo) y solo nos falta que Odebrecht consiga que los renos y el gordito de tierras gélidas lleguen sudando por la cinta costera que está llenando la ciudad de puentes que ocultarán la luz y afearán más a Gotham City. Hasta tenemos la suerte de que Martinelli nos felicite la Navidad a punta de reguetón hermanándose con el gueto y con el campo, dos lugares que ha conocido gracias a esos zapatos marca Palacio de las Garzas.

La Navidad suena bien, como suena bien la prédica de aquel Jesús que debería volver a sacar a los mercaderes del templo. El problema es que el templo se quedaría vacío porque en estos tiempos nuestros la gente solo va donde está el mercado. Esta fecha, una más en el calendario de celebraciones secuestradas por los jefes de marketing, si alguna vez tuvo un significado ya lo perdió.

Hoy, los devotos seguidores de mentiras, se rasgan las vestiduras en nombre de un Dios que, de existir, debe estar avergonzado de habernos creado, de habernos dado la libertad de equivocarnos. Hoy, los que no comulgamos de este circo, tenemos que soportar el aluvión navideño sin tener derecho a la tranquilidad de una vida sin tanta hipocresía.

Mi única esperanza es que un día las mayorías cambien y que la solidaridad y el amor no sean palabras víctimas de este secuestro express practicado en nombre de la buena voluntad; mi estúpida esperanza es que llegue el día en que nos echemos al monte o al barrio para compartir un sancocho en hermandad con amigos campesinos o vecinos que vivan dignamente y que no tengan que aceptar el pinche regalo de Navidad para ayudar a limpiar las conciencias de quienes el resto del año no piensan ni un segundo en la miseria ajena.

[Juan Luis Panero se lamenta con C. de la calma rota, del hastío perturbado: “¿Qué puedo hacer? Si todo este aquelarre, ansioso de venganza o justicia, / irrumpe en el ocio merecido de un domingo, / y nada quiero reprocharles, aunque algo podría”.]

21/12/08

El agradecimiento

Atrapados en la añoranza nos olvidamos del agradecimiento. Añorar es cosa de poseer. Se añora lo que ya no se tiene, lo pasado por no ser presente, lo grato por ser ya solo una mancha de café diluida en la mañana que toca afrontar. Añorar, extrañar, echar de menos, tener saduade... todos sentimientos de la posesión que destilan amargura y rabia por no haber podido perpetuar lo que, como todo, es fugaz. Una caricia, un muñeco roto, una tarde de invierno con paso firme sobre la Gran Vía, la pobreza compartida, la riqueza prometida... añorar estanca y desvirtúa la memoria -que otra cosa es recordar, rememorar, guardar en cajitas acolchadas los buenos recuerdos de esta vida llena de malos augurios-.
Si fuéramos capaces de sacudirnos esa mala relación con el pasado ya pasado, entenderíamos que lo justo es agradecer a la vida esa caricia, ese muñeco que un día gozamos, ese caminar sin miedos, aquel amor, aquel instante. Agradecer el hecho de que podamos recordar y que, al hacerlo, se nos tornen los sentimientos del ayer y el alma se acomode en la memoria de lo hermoso.
El salto cósmico que se requiere para transformar la añoranza en agradecimiento en realidad es solo un pasito bien humano en el que despojarse de lo poseído se convierte en un acto de amor hacia la vida.
Gracias pues.

19/12/08

Estas palabras y esos montoncitos

Los montoncitos de palabras van dejando una sombra que permite seguir el camino. Desde esquinas diversas, desde ángulos de la vida que no se dejan ver, hay otras palabras que llegan a sumarse a este ejercicio de mirar. La red ha permitido que de nuevo las palabras cobren sentido, que sirvan para trenzar puentes tan frágiles como necesarios. Una vez liberadas, las palabras tienen efectos imprevisibles, traducciones sin control en las que los propios sarpullidos matizan el tono de esta epidermis que es lo que nos atrevemos a contar.
Hoy, como nunca, soy palabra y es ésta la que me conecta al mundo exterior que parece, a cambio, el más interior de los mundos. Tras las ventanas, otras ventanas; tras la sonrisa, miles de lágrimas; tras mi rastro, algunos momentos únicos.
Los montoncitos de palabras me atan a la vida. Bueno, y este mar imponente, y este viento de verano que ya mece los pies del caminante, y un par de sonrisas que, lejanas, identifico con precisión. Las palabras me conectan a Mallorca, a Quito, a Potosí, a Paitilla, a Santander, a Las Torres, a los universos donde hay cariño esperando, un trago servido, hasta, en algunos casos, caricias acumuladas y por entregar.
Benditas pues las palabras en el mundo del ruido. Eso sí, las palabras escritas, que a las otras se las lleva la brisa, las deforma el momento, no dejan de ser música de temporada. Escribir si sirve para algo es para desenmarañar los nudos que acumulamos en partes insospechadas de nuestro cuerpo. Leer, ritual tan necesario como esquivo, es la oportunidad de asomarme a vuestras ventanas.

18/12/08

Amaneceres y Flor de caña 7 años

Trampas

¿Estás feliz? Claro, claro… ¿Eres feliz? ¿No es lo mismo? No, no es lo mismo. ¿Cómo sabe uno cuándo es feliz? Es como cuando sientes que la partida está en tablas, ese silencio suspendido en el que no es necesario hacer nada para sentirse bien. ¿Estás seguro? Quizá. Pero debería ser más bien como cuándo ganas. No, eso se llama euforia y es fugaz como las burbujas de una soda recién abierta. ¿Y qué bebida es la felicidad? Se parece más a un jugo de guanábana sin más azúcar que la de la fruta. ¿Por qué? Imagina esa textura suave de la guanábana, ese color blanco de nube enredada en tus alas y el carácter aleatorio del dulce que cada fruta contiene; si la felicidad no es eso, entonces estamos jodidos. Pero a mi me dijeron que era un jugo de naranja en la mañana, junto a mi marido y a mis hijos, mientras ordenamos el día y sonreímos sin saber por qué. Claro, pero ese es un anuncio de televisión y la vida, querida, es un lío mayor que no se puede apagar cuando cansa. Ya no estoy tan segura de estar ni de ser feliz. En todo caso, la solución es tan sencilla como cambiar de fruta, mirar al lado del estante y no repetir el gesto habitual, la rutina de la no elección. Pero elegir duele. La vida duele.


La mina

Mientras la mayoría anda preocupada por regalos y fiestas vacías pero llenas de rostros vagamente conocidos, tú entras a la mina ajena, te fumas un cigarro con el demonio y buscas la veta de la historia olvidada. Esta noche me siento orgulloso de ti. No por lo que pueda resultar de tu bajada a los infiernos, sino por la tenacidad de vivir y sentir y emocionarte y llorar como siempre has llorado y estar con la gente, con la gente de verdad y no con esta caterva de impostores de centro comercial y tarjeta de felicitación. Al entrar a la mina, hermano, penetras profundamente en mi corazón sin metales preciosos y lo conviertes en órgano gozoso de conocerte, de haberte abrazado mil veces en tu interminable cuerpo de caminante. Qué más da que este mundo se esté estrellando permanentemente si hay almas como la tuya dispuestas a encararlo. Nada sería igual sin tu existencia.



El valle de la niebla

Y recuerdo hoy la niebla. Ese valle en el límite de la ciudad, esa cuesta imposible donde el oxígeno no existe, esa cerveza infinita que no debimos dejar de beber, esa sonrisa tuya, ese miedo mío. Y hoy estás allá, con tu rebeca de lana y tu alma engripada de dudas y certezas en la misma proporción. Y yo estoy acá, dispuesto a dejarme llevar por el mar negro de este trópico sin luminarias, sin ropa que me proteja ni sueños a los que asirme. Ese valle, si es que es un valle, debe llevar nuestro nombre y el olvido que ya somos. Este istmo, sin embargo, ha perdido nombre y definiciones, sus contornos cada vez son más vagos y me permiten surfear sobre las obras del desarrollo, sobre las mentiras de las pocas luces que recuerdan la mentira coyuntural. Y recuerdo hoy lo que aun no ha ocurrido, lo que nunca ocurrirá. Así las cosas, es mejor dejar que la niebla nos cubra y permita que en el silencio blanco todo sea posibilidad, futuro.

De insominio y razones

Lo razonable

Lo razonable en estos tiempos es vivir. Y vivir es tan poco razonable que las amenazas a ese ejercicio sin sentido son bíblicas. ¿Será que vivir consiste en alojarse en tu piel para que el invierno pase sin gélidos minutos que paralizan el alma? ¿O podrá consistir en un encierro voluntario en tu sexo para que, pasito, me susurres palabras guardadas durante 15 años para nunca ser pronunciadas? Es probable que solo de estas formas logremos que la vida parezca un útero de clima controlado, un espacio lleno de riesgos buscados y de laceraciones de miel y hierbabuena. No hay pruebas científicas de que lo razonable sea enterrase en la rutina, ni prender el televisor para desconectarse de la realidad roñosa, ni tan siquiera acumular metales preciosos para guardarlos en la caja fuerte de los miedos. Sin embargo, hay hechos que avalarían la teoría de que vivir, en todo caso, es jugársela, es buscar segundos de emoción salpicados de siglos de espumas. Lo razonable, te digo, es vivir sin plan de desarrollo y sin metas que evaluar.

Azul

Esta ventana es extraña. Dividida en dos partes, la inferior es como la de una celda de preso enmarañado. Permite ver cinturas y escuchar voces sin rostro. Borrachos que chocan contra sus rejas y turistas despistados ignorantes de lo que se cocina en el interior de sus rutas. La parte superior permite que el azul de este cielo único se agarre en mis pestañas. Una lata que suena recuerda las pisadas ajenas, unas hojas de palma laterales llaman a los pájaros que no vuelan. Una flauta amarra a esta ventana al piso y evita que se mueva en busca de visiones delirantes, divagantes. Esta ventana parece extraña, pero es la mía y uno le debe fidelidad a su propia mirada.

16/12/08

Insomnio y miserias

Dignidad

No sé si este sol es tan terco como estos rostros. Hay arrugas profundas como surcos en la tierra. Hay también voces rudas, amasadas a punta de Seco herrerano y cantadera. Los versos desentonan pero apuntan certero. “Que se vayan los mineros”. Grita otro líder: “se equivocaron de región, se equivocaron de gente”. Y los campesinos se rascan el bolsillo para pagar el alquiler del sonido rasposo en un acto de protesta en el que no hay nadie para escuchar que no sean ellos mismos y la dignidad que los preside. En estas tierras de tierra fértil nadie quiere el aruñón de la retroescavadora ni el brillo del oro. El sol rebota en la cara de Pedro Vidal y en el de Kuni y en el de Luis y en el de Arturo… y es la luz de la resistencia demostrada y comprobada durante los últimos 11 años. No habrá mina o habrá muertos. Y eso sería redundante.



Quincena

Una fila interminable de hombres recién peinados sobre ropas de segunda da la vuelta al edificio falso del banco. De ahí saldrán dólares goteados con los que ahogar en trago la quincena o con los que comprar lo que no se puede para la navidad. Dentro, son empleados repeinados y perfumados sobre el uniforme de lo que no son los que irán soltando el tesoro a los que no se pueden arruinar en la crisis financiera, a los que viven balanceándose en la pirámide de la miseria. Pero hay empleo, tranquilos, este sistema nunca deja que se mueran de hambre para no sufrir de déficit de mano de obra. Todo recomenzará mañana. La vida resumida en una escuálida quincena a la que cuesta sumar un día más. O una esperanza.


Lo que se sabe

Saber que la revancha era inevitable no hace menos doloroso presenciar el fusilamiento de los que un día se levantaron para nunca más doblegarse. El resto, sentados en el sofá de la noticia diaria, nos conformamos con mover la cabeza en un vaivén fingido para airear el dolor ajeno. Se sabe que los casos de extrema dignidad son malos ejemplos en la escuela-de-la-democracia. O se controlan rápido –y con bala- o puede cundir el pánico en esta sociedad tan poco dada a excesos que-no-sea-de-consumo.

7/12/08

El camino a la SABIDURÍA

"El pasado que me espera" trataba de buscar a Jaime en Google. He aquí la prueba de que no todas las sabidurías están en red. Reproduzco acá como fue el encuentro con Jaime.



La televisión de Jaime Jumí es inmensa. La pantalla mide unos tres metros por un metro y medio. A través de ella, Jaime puede ver el mundo que en parte ha perdido y mostrarle a sus hijos de dónde proceden. En la familia Jumí, de algún modo, están obsesionados con esta inmensa pantalla de plasma verdoso que sólo sintoniza un canal. La mantienen prendida 24 horas al día y suelen comer frente a ella. Los hombres forman un semicírculo respetuoso en sillas de plástico de diferentes colores. Los pies descalzos, pantalones cortos de tantos colores como las sillas, torsos desnudos, imberbes, piel tierra, ojos tierra. Las mujeres se mantienen a una prudente distancia, sentadas sobre las tablas de madera que forman el piso levitante del tambo familiar. La madre es el centro geodésico de este grupo presente por encima de las jerarquías. Junto a ellas, los más pequeños apuran con el tenedor que forman los dedos la pequeña ración de huevo con plátano frito.

Todos miran a la pantalla como si la programación fuera siempre interesante. Gracias a ella pueden seguir distinguiendo los centenares de tonalidades verdes de la selva, imaginan a los jai jugueteando o provocando enfermedades aquí y allá, recuerdan la infancia feliz junto al río Tolo y afinan el oído para que los sonidos de las aves marquen el ritmo del tiempo interrumpido hace siglos.

La televisión de los Jumí es un roto en la pared curvada de su tambo y cuando llega el extraño todos saludan sin quitar la vista, sucesivamente, del plato donde se dispersa el huevo revuelto y de la inmensa ventana que contrasta con la ausencia de similares en el resto de la casa y con la puerta autista que existe sólo para pasar a través de ella.

Un indígena emberá en la ciudad es como un caimán en el desierto: nada que hacer. La naturaleza es su alimento, su origen y lo que da sentido a sus vidas. La naturaleza empieza a doscientos metros de la casa de Jumí, donde el sonido de la ciudad se apaga en el colchón de labia.

Para llegar acá, el desvencijado taxi ha recorrido cinco barrios de Quibdo, pasando del centro repleto de edificaciones de un cemento humedecido hasta perder su esencia, a unas aglomeraciones de casas de madera que repletan los cerros suaves que rodean la ciudad. El taxista ha pasado por encima de 1.500 baches con tal naturalidad y mutismo que se hace evidente la costumbre. Cuando el coche se acerca a la casa de los Jumí, la neumonía terminal del motor es silenciada por los picós, los elefantiásicos equipos de sonido que se agolpan sin norma ni sentido en los barrios más empobrecidos habitados por los afrocolombianos olvidados en esta esquina del universo.

Bostezo sin parar porque, de hecho, la noche estuvo marcada por un picó. Los vecinos del lugar donde trataba de dormir, a pesar del calor y gracias a los tragos de ron comprometidos y compartidos con dos buenos amigos, habían empezado su silenciosa fiesta a las siete de la tarde del sábado y hoy, domingo, a las siete de la mañana seguían igual: sentados uno al lado de otro, sin hablar, con unos altavoces más grandes que ellos a menos de 20 centímetros de los anestesiados cuerpos, transpirando aguardiente y gastando así las pocas horas de amnesia que pueden permitirse cada semana. La música rascante de los picós siempre me ha inquietado. Nunca he sabido si los chocoanos la escuchan para alegrarse o para entristecerse. Quizá es a mí a quien le produce una inmensa tristeza no digerida. Es mi problema, no el de ellos.

El sonido de dientes afilados del picó me hace aterrizar de sopentón en el sentido de mi viaje de dudas y me doy cuenta de que hemos llegado al destino. Los parlantes están pegados a la casa de Jaime Jumí, el aprendiz de Jaibaná que ha accedido a hablar con este blanco porque, por una vez, el tema de conversación no son las costumbres indígenas. No se trata de hacer una radiografía antropológica-etnográfica sobre su etnia, ni sobre su familia, ni sobre sus mitos, ni sobre sus cantos, ni sobre sus jai. El blanco es el blanco por fin. El juego consiste en cambiar los papeles, en que, al menos por esta vez, Jaime sea el antropólogo y el intruso un representante de la etnia a escrutar: la occidental.

Los jaibanás son chamanes, pero no corresponden al imaginario occidental de lo que es un chamán. No son designados por ninguna entidad supranatural, no son los jefes de la comunidad, no son médicos, no son yerbateros. Puede ser todo esto o una sola cosa a la vez, o ninguna de ellas. Extrañamente, el jaibaná lo es porque lo quiere ser. Es posible que el jaibaná sepa que lo es por revelación, pero son los casos más escasos. Normalmente, como en el caso de Jaime, se trata de una decisión personal. Este paso llega después de un proceso difícil y doloroso en el que las amenazas de los jai (que una traducción simplificada los llamaría espíritus) obligan a la víctima a convertirse en jaibaná para tener una familia de jai bajo su control, con los que se comunica y que pueden defenderlo de los jai que lo retan.

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Jaime ha llegado a este punto por una convicción que va más allá de lo espiritual. Intentó ayudar a su amenazado y disperso pueblo desde los movimientos sociales, después desde la política y, tras comprobar las amenazas de una y otra vía (nada espirituales por cierto), consideró que la mejor manera era aprender este rol social en vías de extinción debido a las décadas de ´blanqueo´ que sufrieron los indígenas en los internados católicos en los que estudiaban.
Los primeros minutos en el tambo de los Jumí son difíciles. Noto, clavada en mi espalda, la mirada de la esposa del aprendiz de jaibaná, Herlina Cabrera. La de su hija de 10 años y hasta las del niño de 3 años y el nieto gateador. En el teatro de sillas plásticas, donde me han abierto un espacio, el desayuno aún marca el ritmo de una mañana todavía fresca en esta sofocante ciudad que siempre merma mi voluntad a punta de grados y de humedad conforme avanza el día. Cuando no hay más que rascar en el plato, el hijo mayor de Jaime y otro indígena, desaparecen de escena. Quedamos los dos. Si Jaime desconfía de mí, la sensación que yo tengo no es diferente. Para romper el hielo le entrego el regalo que traigo para la familia: una caja de dulces artesanos del departamento de Santander.

- ¿Y los espejitos?
- ¿Qué espejitos?
- Hombre, con los que nos han engañado siempre- me escupe Jaime con una sonrisa medio esbozada.
- ¿Y el oro?, le respondo sin dar tiempo a la guasa.
- ¿Qué oro?
- ¡Ah no¡ Si no queda oro me largo…

El sarcasmo mutuo hace que el ambiente se relaje y que podamos mirar juntos el televisor de Jumí. Mi eterna sorpresa por la grandeza de la selva chocoana no sorprende a Jaime, lo que lo inquieta es nuestra incapacidad para escucharla.

6/12/08

SABIDURÍAS VI

Otra perla de Jaime Jumí. Este embera contundente y clarito que juzga la escuela occidental con precisa dureza.


*Los embera, Jaime especialmente, desconfían de lo que ahora aprenden sus hijos en las escuelas estatales, occidentales. Mi interlocutor siente como un fracaso personal haber enviado a su hijo mayor al colegio. Las palabras de su padre, de su jaibaná particular, rebotan ahora en el hijo de 28 años y los choques culturales son una herida en el orgullo étnico de Jaime. “El estudio [occidental] es para nosotros una enfermedad. Es malo porque lo que uno aprende ahí es sobre buenos y malos, sobre cómo robar… y eso no es de indios. Yo tengo que explicarle a mis hijos cómo somos nosotros, cómo vivimos los indígenas, para que no vivan como los negros o como los blancos. Ellos se interesan por lo que les digo, pero los hijos mayores… a ellos les dio muy duro el colegio. Para los blancos son muy importantes los cartones (títulos), pero no tienen mucho valor, son sólo como requisitos”.

Los títulos se muestran a los ojos del indígena como papel mojado que no avala destrezas. Para un autodidacta, que bebe de la observación y de la asimilación de los saberes de los que le llevan un trecho de ventana, la formalidad es una camisa de fuerza que castra mentes. Y algo de esto hay en nuestra sociedad, aunque parezca un tópico. La escuela indígena es la de la pregunta, la escuela occidental la de las respuestas. Me explico. En el proceso de formación de nosotros, los occidentales, las respuestas están escritas antes de que el alumno haga la pregunta. Como dice mi viejo maestro Vicente Romano: “Es probable que los autores de los libros de historia que se leen en las escuelas no supieran lo que escribían. Se han limitado a copiar fielmente lo que durante muchos años aprendieron como alumnos. Y al copiar no se les ocurrió hacer ninguna pregunta. En la escuela no aprendieron a hacer ninguna pregunta. (…) El conocimiento es siempre activo y exige esfuerzo” .

Nosotros no conocemos a los autores de las respuestas. Jamás los vemos, jamás podemos cuestionar lo que imparten ni lo que representan. En la educación indígena, sin embargo, el proceso parte de la pregunta del alumno, que más que un escuchante, es un aprendiz que recoge conocimiento de diversos maestros cotidianos y los tamiza en el embudo del crecimiento personal. Los maestros responden a las preguntas rebuscando en el canasto del conocimiento de la comunidad y adaptan el recorrido de los mitos a las curvas de las inquietudes del aprendiz. Son modelos antagónicos.

“Yo los mando a la escuela para que se defiendan, pero también los llevo a la comunidad. Mire usted, si yo le digo lo que pienso… pues se lo digo: para nosotros el estudio enferma, la oficina mata y la plata entierra. La plata es la muerte, se lo aseguro. La mayoría de muertes que ha habido, la mayoría de guerras que hay en el mundo son por plata. Si no hay plata, no hay guerra, no hay muerte. A ustedes, los blancos, les gusta tener más y más. No se conforman con lo que tienen. Cuando el oro estaba aquí, se llevaron todo y aún siguen buscando. Ya, como no lo ven con la vista, se inventaron aparatos para buscarlo. Los blancos no tienen conciencia de compartir con la gente, de vivir con los demás”.

4/12/08

Insomnio con helada tropical

El frío

Cuál es el frío que entumece tu piel de fumar. Cuál es el calor que necesitas en esta noche que para otros sería refrescante, apenas una rumba, dos tragos caros con música en directo. Te conformas con un cigarro para calentar esta pinche vida cuesta arriba en la que peleas con los carros de los que tenemos carro y con la malparidez de los hombres que siempre cuidaron carros. Ajustas tu gorra y me cuentas del borracho que te insulta y de tu madre que se muere. La vida se acaba hoy mama y da igual que yo saque el sobrante dólar del bolsillo o que te dé conversa o tiempo. Yo miento y tu también porque este teatro no se inventó para que nos amemos. Ni tan siquiera para que nos respetemos. Morirás antes que yo si el destino no se encarga de ponerme en mi sitio. Y a nadie importará mucho. Ni siquiera a tu madre si te sobrevive porque su próximo delirio tendrá forma de pañales gigantes a 32.50 y deberá concentrarse en buscar alguien más que la lave y que despiste sus yagas. Qué frío da esta puta injusticia. Qué miserable soy, somos, al calor de nuestras miserias.


Cónclave

Reunidos alrededor de una estúpida y coherente charla, hemos decidido seguir caminando sin decisión a la espera de que alguien decida por nosotros reventar este estúpido y coherente sistema.


Quizá
Hay una llamada y la voz transmite el afecto que de manera tan esquiva repartimos en las auroras. Quizá, solo quizá, estemos a la espera de un despertar plagado de alientos y de besos, de esquirlas de todo lo soñado esparcidas en las sábanas prestadas, de ese apretar de cuerpos que aleja el abismo y burla a la muerte. O, tal vez, solo tal vez, lo que estemos esperando sea una simple llamada que nos recuerde que en alguna esquina del olvido hay una voz que nos ama. Suficiente. Quizá.

3/12/08

Insomnio y coordenadas

O nada

Ya no quedan mapas que desplegar. Donde los marcadores hicieron su trabajo solo hay cuartos vacíos, televisores prendidos, gestos rudos que terminan en eyaculaciones tardías. Viajo sin moverme en el radio de tu recuerdo, imposible por desconocido. Pienso, cuando logro hacerlo sin más trascendencia que esa, que la vida, si es algo es mapa. O nada. Mapas de nada que dibujo, que dibujamos, con cada extraña decisión, con cada movimiento. La geografía es así. Unos nacen mojón, señal inamovible de lo que ubica. Otros, seguros de su destino, son punto cardinal. Algunos son apenas veleta movida por los vientos sin más objetivo que constatar su dirección. Y, finalmente, existimos los que somos trazo, movimiento fluctuante que se borra con el tiempo para volverse a dibujar.
Las líneas las uno como los hitos. No es sino la posibilidad de creer en un final.

Chocó

En la Asociación de Microdesempleados del Chocó venden licor a deshoras para que los que nos empleamos en no doblar la espalda tengamos razones para seguir respirado.

Al cuidado

Dos hombres se mueven sobre sus chancletas. Agitan trapos sucios desde sus manos mugrientas. Con silbiditos irritantes ayudan a los torpes propietarios a ubicar sus pertenencias en el tapiz de asfalto. Las próximas horas ejercerán de guardianes de lo ajeno. Pobres defendiendo a los propietarios de los pobres. Mientras, los propietarios estarán gastando en engullir y comentando las asperezas de la vida. Dos monedas. Un portazo. Aire acondicionado para tomar distancia.

1/12/08

Texticos del insomnio y las olas

Pellizcos

Miramos al cielo y pensamos que no es más que el techo de zinc que nos cobija. Ora con agujeros imprevistos que provocan goteras divinas, ora con calor irradiado desde ese sol tan lejano. Pero el cielo tiene otro cielo encima y allí las manos del capricho, a punta de pellizcos azarosos, construyen una ciudad blanca e imposible, pero tan real como los ojos que se desentumecen mirando ese milagro tan poco divino.
Acá, te cuento, se acumulan edificios sacados del ensueño, pequeños lagos que permiten ver, a través de sus aguas transparentes, esos campos dibujados en el verdor de la sabana, esos barcos luminosos que esperan su turno para naufragar. Las azoteas son informes, como tubérculos nacidos desde las alturas. No hay librerías ni prostíbulos, ni hombres vomitando ni carros bailarines. Está todo, con otro color único. Un estruendo silencioso acompaña a los peregrinos de la ciudad intermedia que no llega a tender escaleras al mundo de arriba emberá. No hay dioses ni vendedores de raspaos y, sin embargo, te veo rondar las esquinas redondas de esta ciudad mutante. Me miras levantando las tapas de las alcantarillas de sal, me buscas sin saber que el tren al que subí abandonó a su hembra y a los rieles. Te esperaré al llegar y allí, en el subsuelo de los pellizcos, tendrás para mi un abrazo y algo de miel de abejas, una queja y un diccionario, dos mapas y una trenza. Con todo esto, podremos sobrevivir en caso de que se desplome este cielo y tengamos que enfrentarnos, al fin, a las inclemencias de la vida.

Paredes

Fueron pocos pero contundentes. Los necesitaba para expulsar la mala hora, el mal día en el que trepé por las paredes del desencanto de nuevo. Me miré al espejo que no tengo para abofetear mi estampa. Dos tragos y las paredes se hicieron curvas, más amables. Uno más y las paredes comenzaron a encogerse. Un cuarto y no había paredes en las que apoyar la malparidez. El quinto y fue una cama la que recogió mis restos. Temprano, como toda muerte. Más temprano de lo que debería ser toda muerte. Hoy, sin ganas de renacer, muevo mis pies en dirección al mar. Donde ni paredes ni ventanas enmarcan el territorio de lo posible.

Guardados

La muerte, la repentina más, es una traidora. Pone al descubierto secretos que el vivo quería que fueran eso, nada más. Pequeños, insignificantes a veces, inmensos otras, reveladores siempre. El Mono guardaba las galletas prohibidas en la mesilla de noche. Y la botellita de guaro. Colás, entre los libros de ensayos aburridos, barajaba las cartas de amor prohibido a una desconocida. Los dibujos incipientes de Rodrigo o las deudas estelares de Daniel. A los hombres nos agarra la muerte los secretos más fácil. Nuestra torpeza en vida suele delatarnos en segundos una vez muertos. ¿O será que buena parte de nuestros secretos los ubicamos en la zona confusa para que sean descubiertos? Como el asesino múltiple que en las noches sueña con ser atrapado para descansar de tan laboriosa tarea, los guardados pesan al ser humano tanto como las letras que no ha sido capaz de escribir.
A veces pienso qué sorprendería de mi íntima y vacía vida a los conocidos cuando los secretos aflorasen. Solo oculto 14 mil palabras que sin esfuerzo se acurrucarían en mi muerte. Nada más.