Por qué seguimos fingiendo que sabemos lo que hacemos. Por
qué nos empeñamos en tener razón cuando no atendemos a razones que no sean de
nuestra propiedad. Por qué estamos tan seguros de lo que tiene que hacer el
otro cuando nuestras vidas están llenas de zurcidos. Por qué fingimos paz
cuando caminamos con los ojos inyectados en rencor. Por qué nos decimos
conscientes cuando es la inconsciencia la única ciencia de nuestra precaria alquimia.
Por qué. Por qué respiramos mierda en lugar de vomitar lo que nos contamina.
Por qué vamos por ahí blandiendo las ideologías como cuchillos de cocina listos
a tajar sandías. Por qué lavamos el carro y dejamos sucia la memoria. Por qué
insistimos en sacar brillo a nuestras casas aunque dentro anide el silencio en
el lugar de la alegría. Por qué llamamos a amor a lo que quizá sea posesión.
Por qué insistimos en golpear con la cabeza las paredes en lugar de echarle
cabeza a cómo derrumbarlas. Por qué carajo somos tan bien portados, tan
respetuosos de la “legalidad vigente”. Por qué tenemos miedo de todo. Por qué.
Por qué nos da miedo el miedo, las heladas, el punzón de la pasión, las
cucarachas, la poesía o el helado de queso en lugar de protegernos de
burócratas, empresarios, gestores y predicadores. Por qué seguimos fingiendo
que nada de todo eso es lo importante. Por qué reciclamos, como obedientes ovejas,
la lata cargada de azúcar y veneno que nos hemos metido dentro para que allá
afuera alguien gane pata con su desperdicio. Por qué no me miras a los ojos.
Por qué la policía se “ve obligada” a golpearnos y nunca es violenta. Por qué
nuestros estallidos de dignidad son antisistema. Por qué el sistema no admite
anticuerpos tan inofensivos como nosotros. Por qué sistema de tres nos tenemos que bancar las primeras
comuniones y los últimos deseos cuando lo lógico es poner primeros los deseos
para después comulgar con lo último que nos convenza. Por qué has leído hasta
aquí. Por qué he escrito hasta aquí. Por qué. Por qué.
30/3/14
25/3/14
Somos lo que olvidamos
Han sido días de insulto. De insulto a la memoria y a la
dignidad. Dos países paralelos que no saben del otro, una mentira tras otra
alimentando la indolencia.
El país oficial se inventa héroes (de papel), consensos (que
podríamos llamar renuncias), transiciones (que son leyes del silencio),
democracia (que podríamos denominar enfermedad), progreso (que sería algo así
como la acumulación de AVES que no van a lugar alguno).
Mientras una parte mínima, pero grande, del pueblo se
manifestaba bajo una palabra en desuso (dignidad); otra, mucho más pequeña pero
muy crecida gracias al altavoz de los medios, hacía cola para ver a un país
muerto hace tiempo. Su entierro no es la señal de un nuevo tiempo, sino la
siembra de la cizaña nunca resuelta, la concatenación de una era de medias
verdades con otra de mentiras completas. ¿Y las mayorías? Las mayorías andaban
preocupadas de un duelo medieval y globalizado de tipos en pantalón corto que
les roban su dinero y su energía. Las mayorías son silenciosas cuando hay que
hablar y vociferan en masa cuando un silbato les ordenan que lo hagan.
Hay que tener mucha fe en esta especie de mastuerzos para
seguir luchando por y con ella, pero no hay mucha más salida.
En Europa, en la decadente y patética Europa se sigue
llamando crisis a no poder cambiar de carro mientras se anhelan los tiempos en
los que la plata salía de los grifos de las frías urbanizaciones de la clase
media. ¿Dónde estaban los indignados? ¿Qué preguntas se hacían sobre su
‘bienestar’, sobre los miles de millones de humanos desechables que eran
necesarios para que su ‘democracia’ funcionara?
Como en la Argentina del corralito, sólo hace falta un poco
de pienso para que se abandonen las calles y se vuelva al cálido onanismo en
espera de la jubilación. Ese miedo, a no tener jubilación, a no obtener el
‘merecido’ descanso del buen trabajador, nos tiene ahora asustados, atenazados,
viendo un abismo donde apenas hay un charca putrefacta alimentada de nuestra
escatológica historia.
Éramos fruto del olvido. Vivíamos cómodos arrastrando el
olvido de las víctimas de una guerra vil, conviviendo con la falsa historia que
nos hablaba de unas Corte de Cádiz, de generaciones de grandes escritores a los
que no hemos leído, con el olvido de la esclavitud y sus beneficios, de la
‘conquista’ y su terrorífica y vigente herencia… No hacerse preguntas es
convertirse en victimario; reclamar sólo cuando a ‘nosotros’ nos va mal es un
ejercicio de cinismo histórico y de intencional amnesia.
Los jóvenes ‘revolucionarios’ de esta España lloran por la
reducción en sus Erasmus; los jóvenes ‘revolucionarios’ subsaharianos se tiene
que conformar con dejarse la piel en unas vergonzosas vallas que no ha logrado quitar el sueño a los mismos que nos
decimos hartos del sistema, decepcionados de la ‘democracia’, dispuestos a
encabezar un cambio social. Nos mentimos más que nos olvidamos.
Y si somos lo que olvidamos, somos el Cid y Alfonso I, somos
Pizarro y el cardenal Cisneros, somos
Torquemada y e Solón Virreinal, somos López el Negrero antes de llamarse
Marques de Comillas y somos Primo de Rivera antes de ser Marques de Estella.
Somos el enano gris dictador del siglo XX y el reformista que ahora enterramos,
somos el aún vivo González renunciando al marxismo y el enano con peluca que
medró desde el estalinismo que ahora se nos olvida.
Ya sé, ya sé que nos gusta recordar a Cervantes y a Tirso, a
Ortega y Gasset y a Lorca, a Nadal y a Indurain, pero eso… el recuerdo
selectivo y hagiográfico es una trampa, una trampa que no logra burlar a la
historia de la verdad ni a los fantasmas que rondan este cementerio de lujo en
el que vivimos.
Somos lo que comemos y comemos mierda. Somos lo que
olvidamos y olvidamos la mierda de herencia que gestionamos. Somos la primera capa de una escombrera en la que no queremos escarbar. Somos nuestra propia mentira, somos indignos bramando dignidad.
Hoy llueve.
7/3/14
Cumpleaños
Hoy he abierto los ojos y los tuyos han permanecido
esperando el ritual vitalista de la pereza. Hoy he besado tus labios nuevos y
he sentido el cálido aliento de la costumbre. Hoy he mecido tu alma y su pálpito
ha cantado a un ritmo (des) conocido.
Hoy cumplimos 1.231 años juntos y aún nos quedan 1.321 para (re)
conocernos.
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