16/9/08

Texticos del Insomnio VI

La utilidad de las palabras

Las palabras son huecas cuando no están al servicio único de arrancar de raíz este sistema de perversiones, cuando camuflan y no desvelan, cuando perpetúan y no alteran. Las palabras, señor, deberían nacer para rasgar sin contemplaciones la venda de la ceguera. Habamos demasiado para hacer tan poco. Y, teniendo en cuenta el poder devastador de algunas palabras preñadas en esta corta historia de la especie, debería darnos vergüenza conjugar verbos que no movilicen, utilizar adjetivos que no hagan convulsionar, osar a situar conjunciones que no nos unan contra los verdugos de la vida o adverbios que no nos sitúen a la vanguardia de la esperanza.

Mañana


Las alucinaciones me persiguen en esta noche cerrada donde el sol me abruma. Hay una luz que quiero cegar. Soy otro cuando sueño en este insomnio y me imagino mudado de cuerpo y de ánimo. Como niño caprichoso, deseo otras vidas y las gozo sin pedir permiso. Las noches, tradicionalmente traidoras, son ahora buenas aliadas.

Caos

Latigazos de adrenalina para que las cosas sucedan. Verbo conjugado en frases vacías que mañana envolverán aguacates. Inversión e inmersión para que nada de lo que ocurra tenga sentido. Tengo que parir un periódico en cada cagada y sé que es sucio el resultado. Sin embargo, la esperanza me asiste y me presenta las mieles de tanto esfuerzo. El caos es un orden en chiquitico, solo hay que mirarlo bien de cerca para descubrir sus simetrías.

Yo no sé

Yo no sé para qué vadeamos las quebradas, cuál es la razón para evitar que los pies se mojen, que el barro rellene nuestras uñas. Si estos días los parimos para sonreír cuando el sol se pone, no hay razón para que mis párpados pesen como persianas de hierro oxidado, ni para tantear tu perfil con el miedo que producen los fantasmas. Somos invitados y nos tomamos esta fiesta donde el trago y la verde puerta nos permiten mirarnos a los ojos sin llorar, sin recordar que hay un océano y dos planetas separando nuestros cuerpos temblorosos.

Las otras formas


Nos leyeron la cartilla. Muchas veces.. De diferentes formas. Aparecía en forma de maestra, de profesor, de locutor, de cantante, de madre o padre, de cura, de amiga, de hermano, de amante e incluso de enemigo. La cartilla nos fue leída tantas veces que permeó en nuestras entrañas. Nos creímos que el amor solo tiene una forma, y un fin. Parafraseando a una poeta y malversando sus versos, diría pues que la cartilla insistió en que las cicatrices son para toda una vida. Y si nacimos para ser –y no solo para estar- parece razonable que el amor sea mutable, caprichoso, múltiple, azaroso en su plenitud. Suena entonces posible que necesitemos de amores paraguas –para protegernos de las inclemencias-, de amores precipicio –para no abandonar la sana costumbre del hormigueo en el estómago-, de amores perros –para que nuestras perversiones no se escondan en la sombra-, de amores racimo –esos que explotan sin avisar de dónde depositan sus esquirlas-, de amores paréntesis –para que nuestra memoria encuentre cuevas donde refugiarse-, de amores fraternales –para que la ausencia de deseo nos entregue la libertad de amar sin exigencias-, de amores universales –para conectarnos a ese caudal llamado humanidad-, de amores imposibles –para que la amargura compense el edulcorante de nuestra vida-, de amores platónicos –para seguir deseando sin resultado-, de amores traicioneros –para aprender a cuidar la espalda-…
Las otras formas del amor, todas menos una, la de la cartilla, son las que nos permiten ser y negarlas suena a suicidio preñado de cobardía.

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