Allí comencé a despertar políticamente. Las primeras discusiones largas sobre revuelta y liberación, el primer contacto con refugiados, con dignidad excluida, la primera decepción con una causa, la primera conciencia viva de que el mundo era tan perverso como lo intuía. Era un crío y quedó para siempre una conexión con el pueblo saharaui: vendido y abandonado por España, ultrajado por Marruecos, ninguneado por la ONU y olvidado por la mayoría del planeta.
En los campementos de refugiados, aprendí el poder de la palabra (y el miedo que da incluso al movimiento revolucionario), la fuerza de las raíces, la disciplina de la guerra, lo poco democrático que es resistir.
Hoy, viendo las imágenes del campamento de protesta saharaui arrasado a 15 kilómetros de la añorada El Aaiún, no es tristeza lo que me embarga, sino decepción. Décadas e negociaciones, décadas de sufrimiento en la hamada del Sahara no han servido de nada. Los intereses económios de España priman sobre la efensa de la dignidad humana y sobre la reparación de la injusticia histórica del patético final del franquismo. ¿No habrá nada que hacer? ¿Jamás ganarán los buenos? Seguirán saharuais, kurdos o palestinos obligados a la exclusión en sus propios territorios. O yo no entiendo nada o este planeta está gobernado por hijos de puta. Creo que es lo segundo.
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1 comentario:
Creo que hay dos formas de verlo, esta que es muy cierta y frustrante y la otra de que los pequeños actos de bondad que podemos ver a diario en la calle, en los lugares menos públicos, ojala y algún día esa bondad alcance hasta las altas esferas de poder. Sigo sus escritos en la prensa, ahora lo seguiré por acá. Saludos
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