24/8/09

Gotas


Caen persiguiendo el rastro de las huellas, siempre en la misma dirección, a veces jugando de lado, en actitud suicida cuando chocan contra tu piel o esquivan un mechón agitado. Las mando con el firme propósito de rodearte, con pequeños mordiscos de agua, con mis manos descoyuntadas de distancia, necesitadas de tu espalda, incluso de las trochas menos transitadas de la casa habitada ya por mi voz y mis pretéritos. Cuando resbalan en ti, lo hacen en una caricia que sólo termina al llegar al piso y, aún así, unidas otra vez en la masa húmeda que alguna vez fueron, juguetean con las plantas de tus pies, esas que se levantan con liviandad, apoyadas ora en los dedos, ora en tus talones, al ritmo de ese cuerpo tembloroso de contenernos y de secuestrar la voz que quiere gemir al mundo la hermosura de nuestra existencia.
Cuando estás con ellas, estás conmigo... y tan sola. Nadie puede invadir el espacio que construyen vos y ellas, sacrosanto altar de humedad y vapor, donde la desnudez es protectora y donde los viajes interespaciales están permitidos, sin límites, sin más tiempo que el que aguante el latigazo que enfila tu espalda cuando todos los poros se organizan para abrirse de par en par. En ese momento, tu cabeza tiende a hundirse en tu pecho; el antebrazo se hace fósil en la pared; una mano languidece trémula, aún latente, aún rebosante; las rodillas componen un rap dedicado a los planetas más lejanos; tus preñados ojales de piel abren tu cuerpo para invitarme a ser en él, y yo, en la incontestable distancia que nos obliga, viajo hacia ti dispuesto a no romper la magia del momento ni la laboriosa tarea de las gotas que ahora, si hacen bien su tarea, te abrigarán con el calor y la frescura que guardo para ti.

1 comentario:

amalia dijo...

Brindo porque te sigan inspirando estas palabras tan bellas! Besos