25/8/09

El espejo patriarcal

EL MALCONTENTO

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

¿Cuál es la profunda raíz de la injusticia? Cada cual tiene una respuesta a esta preguntan tan abierta como abrumadora. Para tratar de intuir los orígenes buscamos en los estudios sociales (que si la redistribución de la riqueza…), en los políticos (que si el secuestro del poder…), en los económicos (que si la acumulación de capital o el modelo instaurado con el inicio de la agricultura…), en los esotéricos (que si la mala vibra que genera el pinche jarrón chino ubicado mal en la entrada de la casa…) … mil y una explicaciones para lo no justificable, para lo lacerantemente vulgar de esta injusticia obviada por la minoría y que afecta a las mayorías.

La única explicación que me ha sorprendido en los últimos años tiene que ver con la gestión del poder y, especialmente, con la gestión patriarcal del poder y la dominación que se ejerce a través de la coacción sexual.

Al leer los textos de mujeres como Victoria Sau, Casilda Rodrigáñez o de la mismísima Hannah Arendt, me vi obligado a sacar el espejo –el que escondo para evitar encontronazos conmigo mismo– y mirarme a la luz de la tradición patriarcal para ver si, como yo ingenuamente creía, había borrado de mi el machismo –mera representación cosmética del patriarcado– o si seguía siendo un gorila–macho que se cree superior a la mujer.

Confieso, ahora que no me lee nadie, que perdí la prueba. Sí, quizá había avanzado algo en lo cosmético, en las formas machistas, pero, en el fondo: mi genética incorporaba –incorpora– los modos patriarcales de entender la vida, la relación con los otros y las otras, la forma de amar patriarcal, incluso la manera de odiar…

Lo que podría haberse quedado en una reflexión personal, individual, íntima, se transformó en una mirada crítica sobre la sociedad, sobre nuestros mundos, sobre la manera de ser y de dejar de ser.

El patriarcado está instalado en el fondo de nosotros y nosotras y nada hemos avanzado en realidad. Hace unas semanas, escuchaba a una amiga andina comentar cómo, en su opinión, la “liberación de la mujer occidental era una farsa”. Siempre he pensado esto, aunque decirlo en voz alta o en artículo público es provocar un posible linchamiento de mis amigas.

Socialmente –igual que en mi caso personal– damos pasitos en la limpieza cosmética de la desigualdad pero no hemos avanzado ni hacia la equivalencia (concepto mucho más interesante que el de igualdad) ni mucho menos hacia un contexto donde las formas del poder abandonen el cruel patriarcado para reinventarse desde una asunción de la sexualidad natural y desde roles no condicionados por la superioridad de género.

La mujeres entran al universo masculino, pero no hay una revolución cultural que nos sitúe en equivalencia. De ahí lo que Sau denomina como Mujer Función Hombre en el hogar, o la Mujer Coartada en el terreno profesional (“el tipo de mujer que, por circunstancias diversas, se abre camino en áreas profesionales o políticas tradicionalmente reservadas a los hombres, y que al hacer el análisis de una insólita situación atribuye su éxito a la ayuda y cooperación recibida de aquéllos, pasando por tanto a defender la tesis de que las mujeres que no llegan a sus mismas cotas de éxito es por culpa de ellas mismas”). El hombre, en todo caso, no abandona su posición de supremacía a pesar de dejar un pequeño espacio público a mujeres que consienten las reglas del juego patriarcales.

El tema es muy amplio, imposible de evacuar en un artículo de periódico, pero mi intención es provocarles a sacar el espejo. Los hombres en especial, porque son mis compañeros de ruta; las mujeres con capacidad crítica, porque hay que revisar si estamos removiendo o no los cimientos de este poder patriarcal que nos lleva a las guerras, al instinto de dominación, a un universo político y mercantil caníbal, a la intensa y perversa represión de la sexualidad femenina –reducida a “dar placer al otro”–, a la representación fálica y animalizada de la sexualidad masculina y, entre otras cosas, a la educación troglodita de nuestros hijos e hijas que siguen creyendo que la virgen María quedó preñada por un viento alisio, que la mujer es emocional y variable, que el hombre es decidido y no se complica, y que, con estos antecedentes, entran a una vida plagada de traumas y frustraciones.

1 comentario:

Victoria Sau dijo...

Dice Casilda para aclarar:
La socialización patriarcal exige que la criatura se críe en un
estado de necesidad y de miedo; que haya conocido el hambre, el
dolor, y sobre todo el miedo a la muerte, durante el parto por asfixia
y luego por abandono, miedo este último que psicosomáticamente
siente cualquier cachorro de mamífero cuando se rompe la
simbiosis. Por eso la sociedad patriarcal se ha ocupado a lo largo
de estos milenios de romper la simbiosis madre-criatura (Michel
Odent) (6), para que nada más nacer la criatura se encuentre en
medio de un desierto afectivo, de la asepsia libidinal, y de las
carencias físicas que acompañan a la ruptura de la simbiosis, para
las que su cuerpo no estaba preparado. Desde este estado, que es
el opuesto al de la simbiosis, se organiza su supervivencia a cambio
de su sumisión a las normativas previstas por la sociedad adulta,
a cambio de ser ‘un niñ@ buen@’, es decir, que no llora aunque
este sól@ en la cuna, que come lo que manda la autoridad
competente y no lo que la sabiduría de su organismo requiere; que
duerme cuando conviene a nuestra autoridad y no cuando viene el
sueño; que se traga en fin los propios deseos para, ante todo, obtener
una aceptación de la propia exitencia que ha sido cuestionada
con la destrucción de la simbiosis; complaciendo a l@s
adult@s y a nuestras descabelladas conductas, sometiéndose inocentemente
a nuestro Poder fáctico, se acorazan, automatizan y
asumen las conductas convenientes a esta sociedad de realización
del Poder -llámese dinero etc.- Así comienza la pérdida de la
sabiduría filogenética de 3600 millones de años y el acorazamiento
psicosomático.
Es decir, que a la espiral de la carencia--miedo a carecer--miedo
al abandono--miedo a la muerte, reaccionamos con la espiral del
llanto--resignación--acorazamiento--sumisión.
El acorazamiento tiene dos aspectos básicos: 1) la resignación
ante el propio sufrimiento (condición emocional para la
sumisión) y 2) la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno (condición
emocional para ejercer el Poder).