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Cochabamba se parece a Cochabamba. Parece bastante ahora que Panamá se quiere parecer a Dubai, Bogotá a Buenos Aires, Buenos Aires a París y París a una postal de sí misma.
Cochabamba huele, respira y come en boliviano. Trenzas negras de ceniza de mina cerrada llenan las calles, a la altura de los pies ajenos o a la altura de los contrabandistas de casi todo. Una voz me dice que ahora ya no da tanta vergüenza ser indígena. Otra, entre la prudencia y el miedo, teme la revancha de los aborígenes. El miedo, al fin y al cabo, siempre lo es a perder lo que acaparamos. Los que no tienen, no temen.
En la Plaza Principal una pancarta gigante recuerda a los despistados que la cosa va de “cambio”, la palabra mágica de políticos tradicionales, políticos populistas, consultores de empresa y psicólogos. Este es un cambio hacia atrás, un desandar el camino forzado. Eso parece.
Unos 30 hombres ven en un pequeño monitor rayado las imágenes de los sucesos de Pando. El terror se mueve. Los gestos son concentrados, la brisa hace pensar que no estamos a esta altura, a estas alturas de la historia.
A menos de 20 metros un humorista popular hace su show encima de una caja tan precaria como esta vida. Hay más gente. Unas 50 persona se arremolinan. Quizá han parado de camino a casa. Quizá no. Quizá solo vivan el espacio público del que ahora parecen ser dueños.
¿Alguien se habrá fijado en sus ojos achinados que no miran a ninguna parte? Sus nalgas, sus piernas, sus pequeños pechos pegados sin simetría al torso delgado… todo mira, se mueve, provoca, lleva las miradas hacia el sexo insinuado primero y fríamente desnudo después.
Los ojos de los habitantes del Colonial sí buscan lo que para encontrar hay que pagar. Colonial es un nombre perfecto para la fábrica de carne donde ese top sintético y brillante trata de disimular las lágrimas de los senos más discretos del local.
En la pantalla los anuncios de la campaña electoral vomitan sonido distorsionado e imagen como traída de otro ayer. “Capacidad y liderazgo”, “Sigue con el cambio”, “Somos obras”… minutos después la imagen temblorosa busca Santa Cruz, la ciudad que se cree blanca y hace cosas de blancos: un festival de belleza acá, una feria económica allá, unas mentiras reiteradas hasta el cansancio…
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Cuando la amabilidad toma cuerpo, cuando la hospitalidad agarra forma… puede haber peligro para un paseante descuidado. No-estamos-acostumbrados-ya a estos excesos humanos, a la pregunta interesada, al interés manifiesto.
¿Será un rasgo cultural o eso mismo combinado con un universo menos ‘desarrollado’ y, por tanto, menos individualista. Dos cervezas más. Otras dos, Otras dos y estaremos soñando, inventando proyectos, creyendo –sin ingenuidad- que lo que hacemos tiene sentido y que el universo nos necesita.
El Plato de la Tarde se cocina con un ánimo de fiesta que no conocía hasta ahora. Son 300 o un poquito más los que beben, bailan, tontean y gastan tiempo y bolivianos a una hora tan poco habitual como extraña es La Felicidad. Ahí, en ese boliche, donde parece que no hay cover para que entren las estupideces que habitan el tiempo éste, nuestro, tan ajeno.
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