23/11/08

SABIDURÍAS II

Sigo con el encuentro con Víctor y todo lo que provoca


(...) Para Víctor, el occidental tiene un excesivo apego a la razón, una desconfianza patológica a todo lo mutante. De algún modo, la paranoia de los indígenas con las leyes naturales –a las que se aferran como para no perder el sur-, se reproduce en los occidentales con las leyes de la razón –la obsesión por llegar a paradigmas científicos inamovibles, a verdades absolutas que, a fin de cuentas, son sólo absolutas hasta que otro científico avanza en el camino del conocimiento y demuestra que hay otra hipótesis más sólida, más absoluta-.

También tiene que ver con la forma de aprendizaje del occidental, que transmite paradigmas sin potenciar lo que Estanislao Zuleta llamaba el “trabajo del pensamiento”. Zuleta, al igual que Víctor, critica la escuela y la esclavitud del aprendizaje, pero desde una perspectiva de la búsqueda de la libertad, de la “búsqueda del descoyuntamiento crítico de las nociones, los valores y los prejuicios (…)”.

“Así, una educación que transmite el saber en el mismo proceso con que refuerza las resistencias al pensamiento produce uno de los logros más nefastos de nuestra civilización: el experto o científico que hacen aportes y que, fuera del campo de su especialidad, son las ovejas más mansas del rebaño, se atienen a las ideas y valores más dominantes, y conservas incontaminadas por su saber las más extravagantes creencias con tal que sean lo suficientemente tradicionales y colectivas como para que no les planteen problemas con su medio”, concluye Zuleta.

Los indígenas no creen en la razón como único asidero para subsistir, para progresar. En su discurso, el pasado es presente necesario que construye el futuro anunciado. Lo terrenal necesita de lo espiritual, aunque la tierra sea su única referencia cierta. Para un murui muiname, como para la mayoría de los indígenas americanos, nada es posible sin la fuerza de un creador, de un padre de origen que dictó unas leyes naturales y un conocimiento que se conserva gracias a la palabra amanecida que se divulga a través de los caciques y de los sabedores.

Víctor cree que los occidentales tratamos de solucionar todo entre seres humanos y nos falta la energía de ese creador. “El problema es que sólo sienten la fuerza terrestre. Nadie con la fuerza terrestre hace, sino con la fuerza divina. Toca aprender desde un principio. Nadie nació sabio en este mundo. Nosotros aprendemos a través de otro compañero y lo que sale por su boca no es él, es la palabra divina. Muchas veces miramos los defectos de esa persona… no hay que mirar porque son iguales a nosotros, son humanos los que nos enseñan. No mirar, escuchar”.

Y para escuchar, los murui muiname se refugian en la noche, cuando todo está tranquilo, cuando los seres bajan la guardia y están frescos para escuchar y en sus sueños mascullan el eco de las palabras para ponerlo en acción al día siguiente. Quizá esta lógica tan efímera es lo que provoca la desconfianza de Víctor hacia las escuelas occidentales. Desde su mirada, el conocimiento comienza en casa y se fundamenta en el amor, en la práctica cotidiana del amor al otro.

“El amor de los occidentales yo lo que he observado, es que no más dicen de la boca, lo dicen por la lengua no más, pero no lo emplean, no lo cumplen. Para cumplir el amor hay que dar, hay que satisfacer, no sólo decir (…). Eso no vale. Mucha máscara, en vano.
“El amor primero hay que dialogar, de noche. Al amanecer el día, hay que poner mano a la obra. Hay veces que ustedes creen que el amor es sólo sexo. Va pasando de mano a mano, nosotros no, lo que uno consiga hay que dar vida, hay que educar lentamente. Porque si el amor no lo educa, dónde está. Nosotros no somos animales, somos humanos, somos gente.
Algunos saben quiénes son. Para saber quién es uno hay que reconocer la familia. Primero, en el hogar, papá y mamá esos son los maestros. Si uno en el hogar no les da esos brindis y piensa que en el colegio les van a brindar eso…. No, allí van debilitando, van quedando porque eso allá ya está planificado en los libros. Es importante saber quién es el abuelo, el bisabuelo, de dónde procedemos. Y eso nos lo tienen que contar papá y mamá…”.

Nos tocaría pues, volver a escuchar y a confiar. Ese valor se ha perdido, igual que se ha diluido la necesidad social de ser reconocido, no para recibir la palmadita en la espalda, sino para comprobar que nuestro esfuerzo, que la tarea de descoyuntar nuestro pensamiento sí ha valido la pena. Ambas cosas –escuchar y confiar- tienen mucho que ver. Uno escucha cuando confía en la honestidad intelectual y moral de su interlocutor. Cuando, aunque no se esté de acuerdo, incluso pensando que el que habla defiende planteamientos descabellados, siente que hay corazón, que hay tripas comprometidas en el discurso.

María Zambrano, esa mujer que encontró en la palabra el poder que puede alimentar al cosmos, la que nos salvó al decirnos que no hay desdicha para “aquel hombre que puede contarse su propia historia”, habría encontrado un filón de pensamiento si el concepto de ‘palabra amanecida’ hubiera caído en su mesilla de noche. “Forzoso es aceptar que al mirar a este último período lo encontraremos lleno de ciencia y conocimiento puro. Pero pobre, inmensamente pobre, de todas las formas activas, actuantes del conocimiento. Y entendemos como activas las que nacen del anhelo de penetrar en el corazón humano. Las que se encargan de difundir ideas fundamentales para hacerlas servir como motivos de conducta en la vida diaria del hombre vulgar que no es ni pretende ser filósofo ni sabio. Formas que no descubren ni inquieren, sino que transforman lo inquirido y descubierto en “ideas vigentes’”. Es decir, que al final Zambrano habla de conocimiento amanecido, puesto en práctica, vigente, pertinente, necesario, humano, soñado, completo, parte razón, parte emoción, parte humanismo, parte espiritualidad –diría Zambrano religiosidad-.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entonces, llegamos al origen de todas las creencias de la tierra,
de ayer y de hoy...la existencia
de un ser supremo que nos habla
a través de Krishna, Vishnu,Brahma,
Budha, Jesús, Mahoma, la Biblia,
El Corán, o sea que lo que sabemos
tiene origen divino... en suma, lo
que ridiculizan los ateos...
Estos indigenas basan su fuerza
en algún supremo hacedor quien
habla a través de la palabra
amanecida de sus caciques o de sus
hombres sabios...Y volvemos
a la base de todas las creencias:
la fé... La fuerza del ateo es
la razón, la del creyente, la
fé.