17/11/08

La cooperatio revolutum

Después de una semana sobre el terreno, no pude contener unas palabras.


Reflexiones sobre la cooperación, el mundo partidito en proyectos y la desactivación de lo político.



Paco Gómez Nadal
¿Cuál es la verdadera intención del sistema de cooperación internacional en caso de existir una?, ¿qué efecto han tenido los miles de millones de dólares ‘invertidos’ en países del tercer mundo en las últimas décadas?, ¿a quién sirven las élites profesionales que con chaleco en ristre reparten cheques y fórmula de desarrollo por medio planeta?

La cooperación internacional, y hasta la nacional, es uno de esos temas vedados para tratar en público. La buena intención que se le supone -como la valentía al soldado-, el principio del mal menor –mejor que esa plata llegue a que se dedique al hoyo financiero-, y hasta las formas de lo políticamente correcto impiden que se construya un pensamiento crítico serio acerca de la acción de las cooperaciones oficiales y de las ONG.
Llegaría así la primera pregunta: ¿son lo mismo? En un alto porcentaje sí. Son realmente pocas las Organizaciones No Gubernamentales que son realmente No Gubernamentales. La mayoría se alimenta de dinero público llegado de diferentes instancias. Las ONG, en su mayoría, representan el sector mercerizado de la cooperación, la buena cara de estrategias más complejas que tienen que ver con el mapa de la geopolítica y con ciertas formas novedosas de colonización económica, cultural y política.
Las pocas ONG que no obtienen la mayoría de sus ingresos de los estamentos públicos, tienen un mayor margen de libertad y se les nota, aunque en su caso la perversión pasa por la necesidad de recaudar fondos privados apelando a la misma sensiblería y marketing que una marca de chocolate. Durante un tiempo pude colaborar con una de las más reconocidas en su aparato de comunicación. Ahí aprendí como recaudan el 70% de sus ingresos en los pocos días de Navidad, “cuando la gente es sensible al mensaje”. Adoptar simbólicamente a un niño en Asia, pagar una cuota mensual para defender a los defensores de los derechos humanos, o donar un pírrico porcentaje de la compra semanal para engañar al hambre en Sudán son actos de compra, de consumo, al igual que lo sería comprar un pavo, un nuevo ipod o una moto. La diferencia es que al apoyar a una ONG se compra conciencia y una autoimagen complaciente y tranquilizadora. Luego entraré a analizar la acción de ONGs y Cooperación, pero no está mal un pequeño adelanto de realidad con las palabras de Femi Kuti, músico africano lenguaraz y directo como pocos: "Las ONG dicen estar trabajando, pero no se las ve. Las Naciones Unidas organizan conferencias inservibles. Los músicos occidentales promueven conciertos benéficos sin ningún resultado. ¿Recuerda aquella canción, We are the world? Han pasado más de 20 años y todo sigue igual".
Si hablamos de las cooperaciones internacionales oficiales la cosa es más evidente, excepto para los que trabajan en ellas. Diplomacia alterna disfrazada de corderito, canal de distribución de presiones e ideas vestido de novia simpática y solidaria, dinero y dinero derrochado en estructuras inservibles para que unas cuantas migajas lleguen a alguna comunidad que no pudo elegir en qué se invertía la plata.
Todas presumen ahora de sus métodos participativos, de tener en cuenta toda la listica de palabras de moda como sostenibilidad, incidencia, componente de género, productivo, evaluación y monitoreo, metas… un bla, bla, bla perverso que camufla la ineficacia y la necesidad de que la ayuda sea eterna para eternamente influir en realidades ajenas. ¿No les parece que si realmente se evaluaran deberían cerrar sus oficinas después de décadas de fracasos repetidos? ¿Es acaso este mundo mejor o más justo que el de hace 50 años?
No sé si estarán de acuerdo con la similitud en la acción de cooperaciones oficiales, cooperación intergubernamental (De la que la reina es la inoperante Organización de las Naciones Unidas) y la mayoría de ONGs, pero es fundamental para entender que en la siguiente relación de afectaciones que causa la misma no distingo entre unos y otros (cada cual sabe cuál es su grado de responsabilidad).

a. La cooperación como salida laboral
Todo es justificable. De hecho en nuestras vidas privadas así lo hacemos: tenemos razones para fumar y para dejar de fumar, para acumular y para no hacerlo, para reciclar o para decidir mandar todo mezclado al vertedero (hay que darle trabajo a los pepenadotes). En el mundo de la cooperación esto es un axioma. Cuando se comenzó a ‘profesionalizar’ la solidaridad el argumento era que había que tener a las y los mejores profesionales al servicio de la causa y que para eso había que pagar lo mismo que en una empresa privada, reconocer el valor del trabajo, no halar del voluntarismo.
Suena bien, para que negarlo. El problema es que con este argumento se eliminó de un tajo el compromiso político o, cuando menos, ético con el Otro. El recorrido es estándar. Como en una empresa, el joven cooperante entra en prácticas por un salario bajo, casi anecdótico. La baja remuneración se compensa por cierto heroísmo reconocido en el círculo social primermundista más cercano. Después, comprende el polluelo que hay una carrera por construir un largo recorrido de siglas que desmenuzan mejoras salariales considerables y una calidad de vida más que razonable sin perder mucho del halo heroico.
Al final, tenemos una élite cooperante, que habla varios idiomas, se desenvuelve como pez en el agua en lo étnico y que temblaría ante la terrible posibilidad de que el hambre y las guerras acaben porque tendrían que trabajar en el departamento de contabilidad de IBM y se perderían esta vida llena de ‘experiencias’. Son, sin duda alguna, la encarnación del flaneur de Bauman ["The flaneur is a witness, not a participant; he is in, but not of the place he walks; a spectator of the never-ending spectacle of crowded urban life; a spectacle with constantly changing actors who do not know their lines in advance; a spectacle of no beginning nor end; no unity of time, place or action" (Zygmunt Bauman 1992)].

b. La vida es un proyecto

Las organizaciones que gestionan los miles de millones de la cooperación no son especialistas en el pensamiento complejo: es decir, no saben que la vida es compleja. Como funcionan según las normas de las leyes de mercado tienen que diseccionarla en productos o en proyectos (que a la postre son lo mismo) que sena medibles, contabilizables, que permitan demostrar resultados según el esquema del libro de cuentas.
Resulta que la vida no es así, y menos en los países del tercer mundo, donde la distancia más corta entre dos puntos jamás es la línea recta. La fragmentación de la cooperación en proyectos ha fomentado la reorganización de los movimientos sociales de base para dar respuesta a esa estructura, ha desconectado las acciones antes concluyentes y ha desactivado buena parte de la fuerza de las comunidades.
Hay, por supuestito, un mercado de proyectos. Oferta y demanda, duplicación de acciones, repetición de las mismas. Un indígena colombiano relataba hace un tiempo cómo recordaba los primeros proyectos que llegaron en los años 80 de la cooperación holandesa. “Era de esos de hacer huertitas en las casas”. Según él, y de manera metafórica: “30 años después, todos los proyectos son igualiticos”.
Cambia eso sí, la moda, lo que vende en el momento. Hay años en que lo primordial es el género, otros en los que es la institucionalidad, la gobernabilidad, el cambio climático o la incidencia en políticas públicas. Si se quiere estar en el mercado de los proyectos solo hay que estar al tanto de las tendencias y adaptarse de manera pragmática a formularios, marcos lógicos y evaluación de metas.

c. Adiós política, adiós conciencia
Si hay una energía irreemplazable en las comunidades esa es de la conciencia política. Un movimiento social fuerte es una organización donde el motor nunca es la plata, sino la conciencia y la conexión con las bases. Para que sea así, deben confluir dos factores: tener base real (algo de lo que casi ninguna ONG puede presumir) y formar a la misma en la reflexión crítica y la formación política.
Al escribirlo ya me doy cuenta de que suena anticuado. La cooperación fomenta la existencia de movimientos sociales semiprofesionalizados que canalicen recursos y ejecuten proyectos fiscalizados por ONG y financiados por la cooperación.
Los parámetros de la cooperación no permitirían, además, una partida que explícitamente dijera: “formación política de las bases populares” (se consideraría políticamente incorrecto) o una que hablara de “gastos de transporte y alimentación para asambleas políticas”. Sin embargo, se multiplican los fondos para talleres y capacitaciones tan inútiles como costosos gracias a los cuales los expertos tenemos trabajo y los ahora funcionarios de los movimientos sociales comen bien durante un par de días y gestionan nuevos fondos para su organización en los corrillos informales del mercado de proyectos.
El resultado es pavoroso. Tenemos movimientos sociales en otro tiempo aguerridos y fuertes, debilitados al extremo, tan preocupados en mantener la estructura funcionando que olvidan su objetivo inicial. Y, del otro lado, vamos convirtiendo a las comunidades en ejércitos de pedigüeños a la espera de un nuevo proyecto que alimente la precaria economía formal de la cooperación (y las corruptelas que comporta).

d. La falsa participación
El discurso democrático occidental de la cooperación contempla, por supuesto, la participación de las comunidades en el diseño de su modelo de desarrollo. La realidad demuestra que, al igual que en la democracia, esto es solo un requisito formal o, en todo caso, estético.
La verdad es que en las oficinas de Naciones Unidas en Nueva York o en Ginebra o en los corredores de la Comisión Europea sesudos expertos en cooperación internacional, derechos humanos o desarrollo humano definen las tendencias y las prioridades.
Daría igual lo que una comunidad considere prioritario so esto no está alienado con los Objetivos del Milenio o con las prioridades estratégicas de la UE. Las ONGs saben qué vender a cada cooperación, conocen lo “que les gusta”. En el fondo, y a pesar de los esfuerzos por disimular, el eurocentrismo y el gringocentrismo siguen mandando en la relación entre la cooperación y los movimientos del tercer mundo. Los primeros disimulan y se comportan horizontalmente. Los segundos se aguantan la verticalidad porque es equivalente a dinero fresco.


Cualquier reflexión como esta debería comportar alguna propuesta de solución. O eso se supone que es lo constructivo. No la tengo. O la que tengo no les gustaría. Yo refundaría todo porque creo que el sistema está tan viciado que no puede ser reformado desde dentro (véase el fracaso del intento de reforma conservadora de la ONU). De momento, creo que no se puede ser cómplice, o que si se es por necesidad (de trabajo, de recursos o de acompañamiento) hay que ser muy conscientes y trabajar para su propio fin -y no para su reproducción infinita-. El regreso al compromiso, a la solidaridad entendida como hermanamiento y no como tutela, a cierta militancia de lo civil (no de grupos o sectas como hace unas décadas), podría ayudar a reconducir las relaciones. Sé que no he dicho mucho, pero prometo volver sobre el tema. Desde que constato sobre el terreno el terrorífico efecto de la cooperación tenía la necesidad de, primero, vomitar esto para los amigos y amigas más cercanas. Pero le daré forma, trataré de construir, partiendo de estas palabras, un texto que se pueda compartir y que, con un poco de suerte, pueda construir.




7 comentarios:

Anónimo dijo...

La justificacion liberal burguesa a la cooperacion es perfectamente clara:

Aqui esta:

La solución Singer a la pobreza mundial

Peter Singer

New York Times, 5 de septiembre de 1999

Traducción de Alberto Supelano, asupelan@etb.net.co

El filósofo australiano Peter Singer, que a finales de este mes empieza a enseñar en la Universidad de Princeton, es quizás el pensador ético más controvertido del mundo. Muchos lectores de su libro “Liberación de los animales” fueron impulsados a abrazar el vegetarianismo, mientras que otros rechazaron su esfuerzo de situar a los humanos y los animales en el mismo plano moral. Así mismo, su argumento de que, en algunos casos, los infantes inválidos deberían recibir la eutanasia ha sido elogiado como valeroso por algunos y denunciado por otros, incluidos los activistas contra el aborto, que protestaron por el nombramiento de Singer en Princeton.

La inclinación de Singer a la provocación se extiende a asuntos más mundanos, como la caridad cotidiana. Un reciente artículo acerca de Singer en The New York Times reveló que el filósofo dona la quinta parte de su ingreso a agencias que tratan de aliviar el hambre. “Desde cuando vi por primera vez en los periódicos imágenes de personas hambrientas, desde cuando la gente pedía donaciones del dinero de la mesada en las colectas de la escuela”, reflexionó, ''Siempre pensé, ‘por qué tan poco, por qué no dar más?’”
¿Es posible cuantificar nuestra contribución caritativa? En el siguiente ensayo, Singer presenta algunas reflexiones no convencionales sobre las obligaciones del norteamericano común y corriente con los pobres del mundo y sugiere que incluso su norma de la quinta parte puede no ser suficiente.




En la película brasileña “Estación central”, Dora es una profesora de escuela pensionada que consigue ingresos adicionales en la estación escribiendo cartas para personas analfabetas. De repente, tiene la oportunidad de echarse al bolsillo 1.000 dólares. Todo lo que tiene que hacer es persuadir a un muchacho sin hogar de nueve años para que la siga a la dirección que le dieron (le dijeron que lo adoptarán unos extranjeros ricos). Ella entrega al muchacho, recibe el dinero, gasta una parte en un televisor y se dedica a disfrutar la nueva adquisición. Sin embargo, su vecino estropea la diversión diciéndole que el muchacho ya tenía mucha edad para ser adoptado, que lo asesinarán y venderán sus órganos para transplantes. Quizás Dora ya lo sabía desde el principio, pero después del franco comentario de su vecino, ella pasa una noche tormentosa. Por la mañana, Dora decide recuperar al muchacho.

Suponga que Dora le hubiese dicho a su vecino que este es un mundo difícil, que otras personas también tienen un lindo televisor nuevo, y que si vender al muchacho fuera la única manera para que pudiera conseguir uno, ¡qué vaina!, sólo era un niño de la calle. Ella se habría convertido entonces, a los ojos del público, en un monstruo. Ella sólo se redime disponiéndose a asumir grandes riesgos para salvar al muchacho.

Al final de la película, en los cines de las naciones opulentas del planeta, las personas que rápidamente habrían condenado a Dora si no hubiera rescatado al muchacho vuelven a su casa, a lugares más cómodos que el apartamento de Dora. De hecho, la familia promedio de Estados Unidos gasta casi una tercera parte de su ingreso en cosas que no les son más necesarias que el nuevo televisor para Dora. Va a buenos restaurantes, compra ropa nueva porque la vieja pasó de moda, veranea en hoteles de cinco estrellas con playa privada; así, gastamos gran parte de nuestro ingreso en cosas que no son esenciales para preservar la vida y la salud. Si lo donáramos a una de las diversas entidades caritativas, ese dinero podría significar la diferencia entre la vida y la muerte para los niños necesitados.

Todo esto suscita una pregunta: Al final, ¿cuál es la distinción ética entre una brasileña que vende a un niño sin hogar a los traficantes de órganos y un norteamericano que ya tiene televisor y compra uno mejor, sabiendo que podría donar el dinero a una organización que lo usaría para salvar la vida de los niños necesitados?

Por supuesto, entre las dos situaciones existen varias diferencias que pueden respaldar juicios morales diferentes acerca de ellas. En primer lugar, para enviar a un niño a la muerte cuando está frente a nosotros se requiere frialdad de corazón; es mucho más fácil ignorar una solicitud de dinero para ayudar a unos niños que nunca conoceremos. Sin embargo, para un filósofo utilitarista como yo –es decir, que juzga si los actos son buenos o malos por sus consecuencias– si el resultado de que el norteamericano no done el dinero es que más niños mueran en las calles de una ciudad brasileña, esa acción es entonces, en algún sentido, tan mala como vender el niño a los traficantes de órganos. Pero no es necesario abrazar mi ética utilitarista para ver que hay, al menos, una incongruencia problemática en condenar tan rápidamente a Dora por entregar el niño a los traficantes de órganos mientras que, al mismo tiempo, no se considera que el comportamiento de los consumidores norteamericanos plantea un grave problema moral.

En su libro de 1996, Living High and Letting Die, el filósofo de la Universidad de Nueva York Peter Unger presentó una ingeniosa serie de ejemplos imaginarios concebidos para probar nuestras intuiciones acerca de si es equivocado vivir bien sin dar grandes cantidades de dinero para ayudar a las personas hambrientas, mal nutridas o que mueren de enfermedades fácilmente tratables, como la diarrea. Esta es mi paráfrasis de uno de esos ejemplos:

Bob está cerca de pensionarse. Ha invertido la mayor parte de sus ahorros en un automóvil viejo, muy raro y valioso, un Bugatti que no pudo asegurar. El Bugatti es su orgullo y su alegría. Además del placer que obtiene manejando y cuidando su automóvil, Bob sabe que el aumento de su precio de mercado significa que siempre podrá venderlo y vivir cómodamente después de pensionarse. Un día que Bob sale a manejar, estaciona el Bugatti al final de una vía férrea abandonada y se baja a caminar. Ve entonces un tren desbocado, sin nadie a bordo, que se precipita por la vía férrea. Un poco más lejos, ve la pequeña figura de un niño que muy probablemente morirá aplastado por el tren desbocado. No puede detener el tren y el niño está demasiado lejos para advertirle del peligro, pero puede jalar el cambia agujas que desviará el tren hacia la vía abandonada donde estacionó su Bugatti. Así, nadie morirá, pero el tren destruirá su Bugatti. Piensa en el placer de poseer el automóvil y en la seguridad financiera que representa, y Bob decide no jalar el cambia agujas. El niño muere. Durante muchos años, Bob disfruta la posesión del Bugatti y la seguridad financiera que representa.

La mayoría de nosotros responderá inmediatamente que el comportamiento de Bob fue gravemente equivocado. Unger está de acuerdo. Pero nos recuerda que nosotros, también, tenemos oportunidades de salvar la vida de los niños. Podemos hacer donaciones a organizaciones como Unicef u Oxfam America. ¿Cuánto daríamos a una de estas organizaciones para lograr una alta probabilidad de salvar la vida de un niño amenazada por enfermedades fácilmente evitables? (No creo que sea más valioso salvar a los niños que a los adultos, pero puesto que nadie puede argumentar que los niños han provocado su propia pobreza, centrarse en ellos simplifica los problemas). Unger convocó a algunos expertos y empleó la información que le proporcionaron para presentar algunas estimaciones confiables que incluyen el costo de conseguir dinero, los gastos administrativos y el costo de entregar la ayuda donde más se necesita. De acuerdo con sus cálculos, 200 dólares en donaciones ayudarían a transformar a un niño enfermo de dos años en un niño saludable de seis, ofreciendo un paso seguro por los años más peligrosos de la niñez. Para mostrar cuán práctico puede ser el argumento filosófico, Unger dice incluso a sus lectores que pueden donar fondos fácilmente usando su tarjeta de crédito y llamando a uno de estos números telefónicos gratuitos: (800) 367-5437 de Unicef; (800) 693-2687 de Oxfam America.

Ahora usted también tiene la información que necesita para salvar la vida de un niño. ¿Cómo debe juzgarse si no lo hace? Piense de nuevo en Bob y su Bugatti. A diferencia de Dora, Bob no tenía que mirar a los ojos el niño que estaba sacrificando por su propio confort material. El niño era un completo extraño y demasiado lejano para relacionarlo de manera íntima y personal. A diferencia de Dora, tampoco engañó al niño ni inició la cadena de eventos que lo pusieron en peligro. La situación de Bob se parece a la de las personas que pueden donar ayuda al extranjero pero no están dispuestas a hacerlo, y difieren de la situación de Dora.

Si aún piensa que Bob se equivocó gravemente al no jalar el cambia agujas que habría desviado el tren y salvado la vida del niño, es difícil entender porqué podría negar que también está muy equivocado al no enviar dinero a una de las organizaciones mencionadas anteriormente. Es decir, a menos que haya alguna diferencia moralmente importante entre las dos situaciones que yo haya pasado por alto.

¿Se trata de la incertidumbre práctica acerca de si la ayuda llega realmente a las personas que la necesitan? Nadie que conozca el mundo de la ayuda extranjera puede dudar que existe tal incertidumbre. Pero Unger llegó a la cifra de 200 dólares para salvar la vida de un niño después de hacer supuestos conservadores sobre el porcentaje del dinero donado que llega realmente a su objetivo.

Un diferencia auténtica entre Bob y quienes pueden hacer donaciones a las organizaciones de ayuda extranjera pero no lo hacen es que Bob es el único que puede salvar al niño que está en la vía férrea, mientras que hay centenares de millones de personas que pueden dar 200 dólares a las organizaciones de ayuda extranjera. El problema es que la mayoría de ellos no lo está haciendo. ¿Esto significa que está bien que usted no lo haga?

Suponga que había más propietarios de automóviles clásicos invaluables –Carol, Dave, Emma, Fred, etc.– todos exactamente en la misma situación que Bob, con su propia vía abandonada y su propio cambia agujas, todos sacrificando al niño para conservar su precioso automóvil. ¿Sería correcto que hicieran lo mismo que Bob? Responder afirmativamente a esta pregunta es avalar la ética de seguir a la multitud, el tipo de ética que llevó a muchos alemanes a hacer la vista gorda cuando los nazis estaban cometiendo atrocidades. No los disculpamos porque otros no se comportaran mejor.

Parece que nos falta una base sólida para trazar una línea moral clara entre la situación de Bob y la de cualquier lector de este artículo que pueda ahorrar 200 dólares y no los done a una entidad de ayuda extranjera. Parece que estos lectores están actuando al menos tan mal como actuó Bob cuando eligió dejar que el tren desbocado se lanzara hacia el niño desprevenido. A la luz de esta conclusión, confío en que muchos lectores tomen el teléfono y donen esos 200 dólares. Quizás usted deba hacerlo antes de seguir leyendo.

Ahora que usted se ha diferenciado moralmente de las personas que pusieron a sus automóviles clásicos por encima de la vida de un niño, ¿qué se puede decir acerca de que usted y su pareja cenen en su restaurante favorito? Pero espere. ¡El dinero que usted gastará en el restaurante también podría ayudar a salvar la vida de niños extranjeros! Es cierto que usted no planeaba dilapidar 200 dólares esta noche, pero si renunciara a cenar fuera tan sólo durante un mes, ahorraría fácilmente esa cantidad. ¿Y qué es un mes de cenar fuera en comparación con la vida de un niño? Allí está la dificultad. Puesto que existen muchos niños desesperadamente necesitados en el mundo, siempre habrá otro cuya vida podría salvar por otros 200 dólares. ¿Está entonces obligado a seguir dando hasta que no le quede nada? ¿En qué punto se puede detener?

Los ejemplos hipotéticos fácilmente se pueden tornar ridículos. Piense en Bob. ¿Cuánto mas fuera del Bugatti debería perder? Imagine que Bob tenía un pie atorado en un riel de la vía férrea abandonada, y que si desviara el tren, antes de que aplastara el automóvil también amputaría su dedo gordo. ¿Aún debería jalar el cambia agujas? ¿Y si amputara el pie? ¿Y toda la pierna?

Por absurdo que sea el escenario del Bugatti cuando se lleva al extremo, el problema que pone de relieve es grave: sólo cuando los sacrificios llegan a ser realmente considerables la mayoría de las personas estaría dispuesta a decir que Bob no hace nada malo cuando decide no jalar el cambia agujas. Por supuesto, muchas personas podrían equivocarse; no podemos decidir acerca de problemas morales haciendo encuestas de opinión. Pero examine por sí mismo el nivel de sacrificio que exigiría a Bob, y luego piense en cuánto dinero tendría que donar usted para hacer un sacrificio aproximadamente igual. Es casi con certeza mucho, mucho más de 200 dólares. Para la mayoría de los norteamericanos clase media, fácilmente podría ser más de 200.000 dólares.

¿No es contraproducente pedir que las personas donen tanto? ¿No corremos el riesgo de que muchas se encojan de hombros y digan que la moralidad, así concebida, está bien para los santos pero no para ellas? Acepto que es improbable que veamos, en el futuro cercano o a mediano plazo, un mundo en el que sea normal que los norteamericanos ricos den la mayor parte de su riqueza a los extraños. Cuando se trata de elogiar o de culpar a las personas por lo que hacen, tendemos a usar una norma que depende de alguna concepción acerca del comportamiento normal. Los norteamericanos acomodados que dan el 10 por ciento de su ingreso a organizaciones de ayuda al extranjero están tan adelante de la mayoría de sus conciudadanos igualmente acomodados que yo no me saldría de mi camino para castigarlos por no hacer más. No obstante, deberían hacer mucho más, y no están en posición de criticar a Bob por no hacer el sacrificio mucho mayor de su Bugatti.

En este punto pueden surgir varias objeciones. Alguien puede decir: “Si cada ciudadano que vive en las naciones opulentas diera su parte yo no tendría que hacer un sacrificio tan drástico, porque mucho antes de que se alcancen esos niveles, habría recursos para salvar la vida de todos aquellos niños que mueren por falta de alimentos o de atención médica. ¿Por qué debería dar más que la parte justa?” Otra objeción es que el Gobierno debería aumentar sus asignaciones para la ayuda al extranjero, puesto que así se distribuiría más justamente la carga entre todos los contribuyentes.

Sin embargo la pregunta de cuánto debemos dar es una cuestión que se debe decidir en el mundo real; y que, tristemente, es un mundo en el que sabemos que la mayoría de las personas no da cantidades sustanciales a las agencias de ayuda al extranjero y que no las dará en el futuro. Sabemos, también, que al menos en el próximo año, el Gobierno de Estados Unidos no va a cumplir la muy modesta meta del 0.7 por ciento del producto interno bruto recomendada por las Unidas Naciones; en el momento está muy por debajo de ella, en el 0.09 por ciento, ni siquiera la mitad del 0.22 por ciento de Japón ni una décima parte del 0.97 por ciento de Dinamarca. Sabemos entonces que el dinero que podemos dar más allá de esa “parte justa” teórica salvará vidas que de otro modo se perderían. Aunque la idea de que no es necesario dar más que la parte justa es poderosa, ¿debería predominar aunque sepamos que los demás no están dando su parte justa y que los niños morirán de enfermedades evitables a menos que demos más que nuestra parte justa? Eso sería llevar la justicia demasiado lejos.

De modo que este argumento para limitar la cantidad que deberíamos dar también falla. En el mundo tal como es, no puedo ver ningún escape a la conclusión de que cada uno de los que tenemos un exceso de riqueza con respecto a las necesidades esenciales debería dar una parte mayor de ella para ayudar a las personas que sufren una pobreza tan espantosa que amenaza su vida. Así es: estoy diciendo que usted no debería comprar ese automóvil nuevo, viajar en ese crucero, redecorar la casa o comprar ese costoso vestido nuevo. Después de todo, un vestido de 1.000 dólares podría salvar la vida de cinco niños.

¿Cómo entender mi filosofia en dólares y centavos? Un hogar norteamericano que tiene un ingreso de 50.000 dólares gasta anualmente cerca de 30.000 dólares en cosas necesarias, según la Conference Board, una organización de investigación económica sin ánimo de lucro. Por consiguiente, para un hogar que recibe 50.000 dólares al año, las donaciones para ayudar a los pobres del mundo deberían ser lo más cercanas posible a 20.000 dólares. Los 30.000 dólares requeridos para satisfacer las necesidades son también válidos para los de ingresos más altos. De modo que un hogar que recibe 100.000 dólares podría girar un cheque anual de 70.000 dólares. De nuevo, la fórmula es simple: se debería donar todo el dinero que se gasta en bienes de lujo y no en cosas necesarias.

Ahora bien, los psicólogos evolutivos nos dicen que la naturaleza humana no es suficientemente altruista para que sea plausible que muchas personas sacrifiquen tanto por los extraños. Quizá tengan razón acerca de los hechos de la naturaleza humana, pero estarían equivocados si sacan una conclusión moral de esos hechos. Si debemos hacer cosas que, predeciblemente, la mayoría de nosotros no hará, entonces enfrentemos ese hecho de frente. Si valoramos la vida de un niño más que ir a restaurantes fantásticos, la próxima vez que cenemos fuera sabremos que podíamos haber hecho algo mejor con nuestro dinero. Si eso lleva a que vivir una vida moralmente decente sea muy arduo, muy bien, así es como son las cosas. Si no lo hacemos, entonces al menos deberíamos saber que no estamos viviendo una vida moralmente decente; no porque sea bueno revolcarse en la culpa sino porque saber a dónde deberíamos ir es el primer paso para avanzar en esa dirección.

Cuando Bob entendió el dilema que enfrentaba cuando estaba junto al cambia agujas de la vía férrea, debió pensar cuán extremadamente desafortunado era que estuviese en una situación en la que debía escoger entre la vida de un niño inocente y el sacrificio de buena parte de sus ahorros. Pero no era totalmente desafortunado. Todos nosotros estamos en esa situación.

Anónimo dijo...

No creo que la solución es preservar la indigencia.
Vamos mal por ahí. Es la historia
de siempre. Qué bien se sienten
los que ayudan...se sentirán así
los ayudados perennemente? O,
simplemente, se cruzan de brazos,
dejan de luchar, privados de su
dignidad? O, me dirán, no hay
dignidad con hambre...
No, pero tampoco la hay en el
exceso de riqueza, que hay que
donarla, como cuando hay que botar
el agua de las represas que se
desbordan...
Es triste...

Anónimo dijo...

My Baby,
Tranquila, yo detesto igualmente la caridad tanto como usted. Aqui va otra opinion un poquito, muy poquito mas de izquierda, donde se contrapone LA JUSTICIA a LA CARIDAD, y los detestados Cristianos A los marxistas, escrito claro esta por una mujer rica. Se le nota, pero no importa.

Los cristianos, los marxistas y la opulencia


Esther Tusquets

EL PAÍS - Opinión - 27-01-2008

Hay frases que oigo y leo muy a menudo, sin que suelan suscitar protestas, y que a mí me sorprenden. Aunque lo cierto es que casi siempre también las dejo pasar en silencio, porque da pereza a cierta edad ponerse a discutir algo que para uno es obvio y que le hace sospechar en el otro tan distintos puntos de vista que toda discusión va a resultar inútil, dado que sólo es fructífera la polémica si se parte de una mínima base común.

Algunas de esas frases, muy similares todas ellas, pretenden descalificar a intelectuales, artistas, políticos y ciudadanos de a pie que se autodefinen como "de izquierdas" por llevar una vida supuesta o realmente opulenta, como si esta contradicción les quitara toda credibilidad. Se habla y se escribe sobre "suntuosas" quintas de recreo, piscina "climatizada", coches "espectaculares", yates "de lujo", etcétera, de muchos famosos que militan en el socialismo o en el comunismo. Entiendo estas agresiones en gente humilde, irritada por las enormes diferencias que se dan en nuestra sociedad, pero no suelen partir de ellas, sino de personas acomodadas, conservadoras y con gran frecuencia cristianas. Y de ahí nace mi perplejidad.

Confieso haber leído con mayor detención los Evangelios que los textos marxistas, y la doctrina de Cristo respecto a la riqueza es diáfana y no permite equívocos ni malentendidos. No sólo elige nacer y vivir entre los humildes, no sólo exige a los apóstoles que lo abandonen todo y le sigan, no sólo se muestra por primera y acaso única vez enfurecido, y llega por primera y única vez a la violencia física, al echar a los mercaderes del Templo (¿qué violencia no emplearía contra los dignatarios de su Iglesia, que han acumulado a lo largo de dos mil años riquezas incalculables?), no sólo hace de la caridad (que no se centra en lo material, pero tampoco lo excluye) el centro de su doctrina, sino que pronunció una sentencia terrible: "Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los Cielos".

Y a los cristianos ricos, que deberían sentirse, me parece a mí, aterrorizados, no se les mueve un pelo (tal vez piensen que Cristo estaba aquel día de mal humor, que se pasó de rosca, que no hay que tomarlo todo al pie de la letra), y se permiten, en cambio, criticar las quintas y las piscinas y los coches y los yates de los pocos miembros de la izquierda que acceden a ellos.

Es cierto que las teorías marxistas postulan como objetivo una mayor, acaso total, igualdad entre los hombres, pero no invocan para ello la caridad sino la justicia. No se trata de que los ricos repartan generosamente sus bienes, sino de establecer, por medios más o menos violentos, un sistema más justo. Y en esta lucha, cuyo protagonista principal es sin duda el proletariado, participan asimismo miembros de las clases sociales elevadas, que estarán en falta si sus negocios son ilícitos, si eluden impuestos, si explotan a sus obreros y empleados, si cometen abusos de poder, pero no tienen por qué rendir cuentas de su nivel de vida. Determinados lujos, en un mundo donde tanta gente muere de hambre, harán que se sientan más o menos incómodos, pero es un problema íntimo y personal, que nos atañe a muchos, que genera una mala conciencia que cada cual resuelve como puede, y que nos quita algunas noches -no tantas como estaría justificado- el sueño.

El hombre de izquierdas no tiene como misión repartir sus bienes, ni sentar en su mesa a los mendigos; su misión es luchar para que se instaure en el planeta Tierra un orden más justo, menos brutal y menos insensato. Y, cuando se trata de un hombre rico, esta lucha va contra sus propios intereses. A esos tipos tan criticados por sus casas y sus coches y sus yates les sería más favorable militar y votar en un partido de la derecha. Pero no lo hacen, y ahí radica su coherencia. Y por eso creo que se les debe un respeto. Sobre todo por parte de personas optimistas y pudientes que creen que para ellas se abrirán de par en par las puertas del Reino de los Cielos, aunque no hayan visto todavía, ¡qué extraño!, pasar un camello por el ojo de una aguja.

Anónimo dijo...

Alberto: Realmente, no entiendo
ésta posición. Estamos hechos de´
palabras y palabras y terminamos
reconstruyendo un mundo a base
de ellas, la mitad ilusas, la otra
mitad...igual de ilusas. Las
palabras atribuídas a Jesús, fueron
escritas por hombres... Él, quien
también tuvo amigos ricos, jamás
podría haber dicho palabras tan
duras como esas sobre la aguja
y el camello. Aunque éstas sean
metafóricas. El cristianismo
es la doctrina más difícil de
seguir, y por ello se ha vuelto acomodaticia. Qué cristiano, que
no sea la Madre Teresa de Calcuta,
ha contemplado alguna vez la posibilidad de deshacerse de sus
riquezas y seguir aquello de:
si tienes dos vestidos, regala
uno... El acomodaticio lee: si
tienes muchos vestidos, regala
el que te sobre, el que no es
ya de uso para ti, como parece ser lo que plantea Singer. El piensa
que tiene demasiado, pero no ha
soñado con dar ni la mitad de lo
que posee, sino lo que le sobra.
Lo cual suena fantástico...y lo
ayuda de dormir por las noches...
Todo pobre quisiera dejar de serlo,
pero su sueño es ser rico
y cuando llega a serlo, si es
que alguno lo logra, pone un muro
entre su nuevo él y el que quedó
atrás. Ser rico se ha convertido
en un ideal. Es el ideal vendido
por los medios. Todos lo quieren.
Y el mundo utópico de la igualdad,
se ahoga al aflorar las clases.
Todos quieren la dominante, la
que controla, la que dirige, sea
ésta de la tendencia que fuere.
Qué pasó con la docrina comunista?
En el papel, sonaba hermosa: todos
camaradas, todos iguales...lo tuyo
es mío, lo mío es tuyo, lo
nuestro, es de todos.
Pero, eso no pareció conformar
a todos, como nada lo logra nunca.
Y los pobres de la tierra seguirán
viendo repartise el pastel, donde
ellos nunca serán los convidados.
Ser de izquierda es hoy casi
un adorno. Las izquierdas son
comandadas por los intelectuales,
las cabezas pensantes, los sensatos, los humanistas...
El resto, carga con la culpa de
todos los descalabros del universo.
Parece cómico...
Mi problema es que que ya he visto
todo, he oído todo y todo suena
cacofónico... Y me aterra ver al
hombre, sin respuestas, con la
misma perplejidad, el desencanto,
la incredulidad, la desesperanza...
Todo repitiéndose una y otra vez,
igual, igual, como el tic tac de
algún macabro reloj...
Es triste...

Anónimo dijo...

Baby,
Si lo has oido todo,
si lo has visto todo,
siempre nos queda el nihilismo,
y siempre nos queda Paris!!!


Al fin, Baby,
la caridad o la justicia?
No crees lo del camello?
dios mio...
Se lo invento un evengelista loco?

Hay clases?
Hay explotacion?
De donde salen las ganancias?

Sabes por que los pobres quieren ser ricos:
"La ideologia dimonante es la ideologia de la clase dominante"
La tiene internalizada!!!

Anónimo dijo...

Alberto: Y cuál es la clase
dominante, que no sea la de
turno?

Anónimo dijo...

Alberto: Yo no tengo ninguna
respuesta, como no la tiene
nadie, desafortunadamente, aunque
todos crean tener la única verdad.
Eso me aburre... Yo creo en la
justicia...demasiado para mi propia
tranquilidad...Pero, por qué no
divorcias a la justicia de la
caridad? Es lo mismo gimnasia, que
magnesia? A mí me duele la caridad, como le debe doler a quien
la recibe. Eso no es justicia,
es humillación... Lo sé... Lo he
visto en los ojos de aquellos
que la han recibido de mí. Es
la mezcla de la gratitud con la
vergüenza. Me he sentido apenada,
créemelo. Pero, seré otra de los
miles de millones, que la practicamos, sin hacer nada, sin
aportar nada...Shameful. No está
en mis manos. ni en mi capacidad,
el resolver los problemas de éste
absurdo mundo...pero soy tan responsable como cualquiera, lo
sé, pero eso no ayuda...
No me regañes. No soy fanática
religiosa. He leído la Biblia.
También el Corán y el Bhagavad-
Gita. Cada cual con su verdad...
Confuso, no? De todo un poco,
como en botica...
B.