25/1/09

Dos alas

Hay muchas formas de utilizar las alas. El compadre me las muestra. Pueden ser motores que te impulsen hacia arriba, para tomar distancia y rozar los sueños, para buscar otros vuelos, estas nubes -las nuestras, la tuya-. La luz. Son también sostén en el vacío, posibilidad de frenar en el aire, sostenerse, resistir las embestidas del viento, observar con más calma, la mirada en un punto fijo, en el alimento que espera bajo la primera capa de agua caliente. Y cuando, empujado por la necesidad de llenar el alma de escamas plateadas, de reflejos de diamante sin valor, mi compadre se anima a lanzarse al vacío con piso de espuma, las alas se repliegan, juegan a airbag de contorsionista y permiten que los ojos buceen sin que el cuerpo los siga. Rebote, estabilidad, descanso tras el intento. Mi compadre, el pelícano, me cuenta que no es necesario pescar siempre, que es tan placentero el chapuzón en el mundo líquido que llenar el pico es solo el premio extra, el aderezo de este juego que posiblemente se llama vida. Lo que sí parece imprescindible es que las alas no sirvan para alejarlo de la familia, que no eviten los vuelos sincronizados, el placer de dentirse por unos segundos hermanado con otro pelícano, con dos, con cinco, con miles. Con los que hoy me regalan el espectáculo de la vida sin pedir nada a cambio, sin precisar del éxito para dejarse mecer por las olas hasta que las alas vuelvan a pedir aire y anhelos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te dan las alas al nacer, y al final eres tú quien decides si utilizarlas o no, y de qué manera...