22/8/08

Texticos del Insomnio IV

Ventanas

Hay ventanas cuya existencia es necesaria. Plantar los pies a unos 15 centímetros de la pared, proteger las manos en los bolsillos o anudarlas tras la espalda, afinar la vista para que lo que capte no sea nada concreto, permitir que el horizonte de paredes o de campos desiertos sea una excusa, aislar los oídos de la grosera realidad y quedarse ahí, clavado, dispuesto a perder el tiempo para recuperarlo. Hay ventanas que nos obligan a esto. Otras nos empujan a armarnos de papel de periódico y de saliva para hacerlas invisibles. O a encararlas con una botella de ginebra vacía para dejarlas adoloridas y astilladas. O a sustituirlas por una puerta –siempre más amplia para estos corazones flexibles.
Las ventanas necesarias suelen enquistarse frente a nosotros. Nos acompañan en viajes y rumbas, en conversas y en silencios. Las ventanas necesarias lo son porque su ausencia sería equivalente a la ceguera y a la asfixia, a un verano sin calor y a un torero sin capote. Estas ventanas, las necesarias, son las más absorbentes de este mundo. No permiten que se las comparta, no dejan que sus hojas se abran ante nadie ni por nadie. Solo, cuando pasean su buen humor, permiten entreabrirse para permitir que el suave y benévolo viento nos roce la cara, nos susurre una palabra de esperanza y huya con la misma velocidad inconsciente con la que se coló en nuestra intimidad.
Hay ventanas, muchas ventanas. Solo algunas son necesarias.

Guardados para alguien desconocido

Llevo años añorándote. No te conozco. Sé, humildemente, que estamos condenados a hablarnos, a compartir las ansiedades como quien intercambia cromos en su infancia de vinagrillos y moreras. En estos días, la añoranza se ha transformado en dolor. Aquí, justo aquí, cerquitica del esternón, donde la dureza de los huesos camufla la flacidez de nuestras vísceras más sentimentales.
¡Me gustaría tanto toparme contigo! Imagino que no precisaríamos de presentaciones ni de credenciales, ni de marcas de tinta que nos dieran pistas al momento del encuentro en la Central Station, o en Atocha, o en el Zócalo o en tantos tópicos lugares que servirían de decorado para nuestro abrazo.
En silencio, una vez reunidos en nuestro acuario de vidrios enmohecidos, la nascencia del amor debería abortar su proceso para dejar que primero nos entreguemos los guardados. Lo que cada uno ha ido acumulando para el otro. No hace falta hablar porque el arcón de nuestros presentes son nuestras pupilas. Las tuyas brillantes, las mías, plegadas al sueño de verte.
Eso no va a ocurrir. Lo sabes. Lo sé. Nacimos para no conocernos, para extrañarnos en el universo sin siquiera tener certeza de ser reales, de merecernos, de merecerlo.

Temperatura de fusión

Cuánto nos duele lo ajeno si nos duele, cuánto el dolor de los que han visto convertidos en cenizas sus afectos, en jirones de piel sus abrazos, en pedazos de madera pegajosa sus recuerdos. Las maletas, portadoras siempre de lo imprescindible de cada cuál, arden más lento que los cuerpos tratando así de retrasar el terrible momento del olvido, del entierro de las imágenes que algún día grabamos en nuestra memoria. Al final, se fusionan los materiales y las pieles, se derriten entre gritos hipotéticos los miedos concentrados en segundos. En algún lugar, mientras, tú tomas una in-fusión de menta. Quieres tranquilizarte después de una carrera apresurada y destinada a esperar a nadie. Tu rostro, como la memoria, arde de sofoco intuyendo que después de hoy las llamas nunca volverán a significar lo mismo.

Buzones

Polizones de nuestras propias vidas, requerimos –a raticos- los empujones que nos proporcionan los correos llegados de improvisto.
El buzón de los paréntesis lleva dos días con rostro impávido y aburrido. No se mueve su listado de cariños, no se agrega ni se resta nada a su cadencia de distancias. Busco una señal en negrita que me diga que estás o que estamos, o que podríamos estar. Todo permanece inmóvil y yo, malacostumbrado, malconteto y malparido –a raticos- me contengo para no arrancar la estaca virtual y quemarla junto a todos mis deseos.
La otra opción es no volver a calzarme para salir al quicio de la puerta. No esperar para no anhelar. Hacerme acompañar de dos tragos en la mañana que conviertan el día en un riel por el que desplazarse sin mayores sobre-saltos.

6 comentarios:

César-in dijo...

¡Hay que ver como nos impulsa la alta de sueo! Al menos para que la vida nos haga patentes las lecciones.
Una carga dura esa de seguir pensando y reflexionando, cuando ya nos ha demostrado la experiencia que en nada nos harámás fácil el día a día.
Otro abrazo... bienvenido el día.

Anónimo dijo...

Hermoso, conmovedor y profundo

Anónimo dijo...

Repito, hermoso, conmovedor,
profundo

Anónimo dijo...

Te superas a tí mismo.
Gracias por estar ahí

Paco Gómez Nadal dijo...

Gracias a ti por estar Baby. Has sido en estos días, una prueba de que hay corazones que palpitan en contra de todo lo que podría frenarlos, de todo lo que nos frena.
Gracias de nuevo. Por esta naciente y ya tan fuerte amistad sin rostros.

Anónimo dijo...

Toda tempestad tiene su calma y todo paisaje soleado encuentra su noche. Eso somos, cambiantes y confusos, firmes y sonrientes. Pienso que una posible ventana, tan orientadora como la que describes, puede mirar hacia dentro, hacia nosotros mismos, para encontrar que el desconocido anhelado está en el fondo de nuestra alma, que el fuego que funde el dolor y el placer, la pobreza y la abundancia, el poder y la impotencia, el absurdo y el sentido, no es una idea ni un objeto sino más bien un sentimiento, es la pasión por la vida, es el amor (me da miedo usar la palabrita, tan manoseada, tan multívoca, la más prostituida de todas)¿Cómo describir ese sentimiento? No lo sé, pero algo me dice que hacia allá vale la pena orientar las búsquedas fundamentales y los esfuerzos por el sentido,primariamente en nuestro yo más profundo y, como corolario obvio y necesario, en el yo también misterioso de los otros, tan iguales y tan necesitados como nosotros de los demás.