12/8/08

Qué miedo da el miedo

El Malcontento / publicado en la Prensa / 12.08.08


Paco Gómez Nadal
El miedo es como el calor. Una cosa es la temperatura que marcan los termómetros y otra es la sensación térmica alimentada por la humedad, la intensidad y textura del viento, el día hormonal que esté pasando el cristiano y alguna bobada más. El miedo es igual. Una cosa es la amenaza real que, teóricamente, lo produce, y otra muy diferente es la intensidad de ese miedo, que se alimenta interna y externamente de muchas formas.
La clase social (existen, sí, lo siento) que más miedo tiene siempre es la mía: la clase media. Tenemos miedo a casi todo, pero todo él está basado en el concepto de “tener” y por lo tanto el miedo es a “perder”. Perder lo logrado con el sudor de nuestro trabajo, perder el empleo, perder los magros ahorros, perder el puesto en la cola del banco, perder la vida, perder, perder… Extrañamente sentimos miedo a perder la dignidad, a perder la batalla política o a perder el acumulado ético... en esos casos no hay una conciencia de la importancia de estas posesiones.
Este terrible miedo paralizante se extiende a cosas menos prosaicas, como el miedo al amor o a sentir, o a expresar lo que realmente se siente. Si se da cuenta, cada miedo trae consecuencias, pequeñas castraciones que van cercenando la belleza con la que todas y todos nacemos. Vamos acumulando costras, cicatrices que curan mal después de cada miedo expuesto al ambiente. Por eso, cuando maduramos y sumamos años, nos vamos volviendo, excepto en loables casos, en seres un poco más hoscos, más cobardes, menos dispuestos a arriesgar para enamorarnos, para embarcarnos en nuevas aventuras, para mostrarnos como somos.
El miedo es por tanto, un determinante claro de nuestras actitudes individuales y sociales. Véase si no como los gobiernos y las iglesias han usado siempre el miedo para controlarnos. Miedo al Dios castigador, al infierno o al purgatorio –cuando existía-, miedo a que se nos cayera la mano si nos masturbábamos, a que nos cayera un rayo si perjurábamos, al cura, ala monja, a todo… En el caso de la política, los miedos clásicos pasaban por las invasiones bárbaras –el bárbaro siempre es el vecino-, el coco del comunismo y la temidísima “inestabilidad”, que solia animar a militares y salvapatrias a provocar un caos mayor para luego presumir de “estabilizadores”.
Después de 2001 y de los tristemente famosos atentados de Manhattan, el miedo pasó a arma de destrucción masiva. El miedo al terrorismo se mostró más mortífero que el propio terrorismo y está siendo usado cada día por las administraciones estadounidenses y por todos los gobiernos arrastrados del planeta, que son la mayoría. Ya se sabe que cualquier idea que pare Washington, sea en el ámbito político, económico, militar, cultural y hasta familiar, suele tener mucho éxito entre nuestros políticos que las adoptan unas veces con camuflaje y otras sin él.
El miedo a un incremento de la inseguridad en nuestras calles es lo que enarbola el gobierno de este muchacho que parece que no rompe un plato –aunque ya quedan pocos en la vajilla que estrenó en 2004- para la reforma de los organismos de seguridad. Nadie duda que haya que reformarlos, pero sí cuestiono ampliamente la propuesta. Primero porque el gobierno Torrijos lleva como tres planes integrales de seguridad, millones de dólares en carritos con luces, capacitaciones, armas, etc… para que al final no dé la sensación de que mejoren las cosas.
Segundo, porque Panamá no vive una situación de inseguridad, por mucho que algunos medios quieran alimentar esa sensación ‘térmica’ y que a los militaristas les interese presentarse como los ‘salvadores’. Seguimos teniendo unos índices bajos de criminalidad y la que hay se debe o al auge del narcotráfico o a la dramática brecha socioeconómica.
Si en realidad quieren abordar el tema de la inseguridad, reformen el desaparecido Ministerio de Desarrollo Social, dejen de perdonar impuestos a empresas como Odelbrech, no derrochen la plata en tanto coctel y tanto hotel (visiten cada cierto tiempo www.panamacompra.gob.pa para llorar), olviden los bonos populistas que no son transferencia real de recursos sino de migajas y trabajen para que en este país la mayoría de ciudadanos no se sientan de cuarta clase. ¡Que estupidez de consejo! Todos pensando en qué puesto tendrán en el próximo gobierno y yo sugiriendo que piensen en la gente. La ingenuidad, la mía, no tiene límite. El miedo tampoco parece tenerlo, pero el día que ciudadanas y ciudadanos pierdan el miedo será el comienzo de un nuevo tiempo donde las mentiras y la manipulación no sean tan fáciles de regar.
[“Hoy me gusta la vida mucho menos,/pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. / Casi toqué la parte de mi todo y me contuve / con un tiro en la lengua detrás de mi palabra”, César Vallejo comienza con C. Y deja las palabras de éste chiquitas, casi en retirada. Ya lo decía, a pesar de lo poco que me gusta siempre me gusta vivir.]

1 comentario:

César-in dijo...

Hay, mi bro... conservo dos miedos todavía: A que el sistema me venza (y hay que ver cómo he estado cerca más de una vez) y a veces le temo a no tener miedo. ¿Cómo vamos por esta vida? No se trata de no sentirlo, porque a veces nos ayuda a ser prudentes, pero no hay que confundir esa palabra con parálisis.