2/8/08

Algo más que un empleo

Acercarse a los fenómenos relacionados con la pobreza siempre comporta riesgos. ¿Desde dónde nos acercamos?, ¿para que nos acercamos? ¿cuánto hay de exploración distante y cuánto de hermanamiento con otros seres humanos?, ¿las personas a las que denominamos pobres conforman si identidad social frente al otro en cuanto pobres?. ¿no esconde la pobreza las cualidades que atesoran los seres humanos sea cuál fuere su estatus económico?, ¿no ocurre igual con la riqueza?
El momento histórico que nos ha tocado lidiar califica casi todo en función de términos económicos y, en la misma medida, solemos considerar que la pobreza surge por falta de recursos económicos solamente. Pero, a simple vista, parecería que la pobreza que nos interesa tiene más que ver con la exclusión, con el carácter de ciudadanía y con los derechos económicos, sociales y culturales (ninguna de estas tres categorías debería poder entenderse por si sola).
Pobre no es el que no tiene, sino el que no tiene derecho o perspectiva de ser. Pobre es el que está, pero su desaparición física está antecedida de una desaparición jurídica y ciudadana mucho más lacerante. Son lo que Bauman denomina como “seres prescindibles o desechables”. Su desaparición física o simbólica no comporta consecuencias jurídicas, no se considera que sea delito su exterminio porque tampoco tienen un estatus ciudadano que les otorgue protección jurídica.
Creo, siguiendo a Martha Nussbaum, que para superar la pobreza hay que aspirar a cubrir una serie de necesidades que van mucho más allá de lo económico. Según esta autora, cualquier esfuerzo público, combinado con lo privado, debe aspirar a propiciar el desarrollo de las siguientes posibilidades que reproduzco porque aunque son aplicables a cualquier persona quiero recordar que los seres humanos que viven en pobreza son CUALQUIER PERSONA:

1. Poder vivir hasta el final de una vida humana completa, tanto como sea posible, sin morir prematuramente o antes de que la vida de uno haya quedado tan reducida que no merezca la pena ser vivida.
2. Poder tener buena salud; estar suficientemente alimentado; tener alojamiento suficiente; tener oportunidad de satisfacción sexual; poder desplazarse de un lugar a otro.
3. Poder evitar el dolor necesario y perjudicial, así como tener experiencias placenteras.
4. Poder usar los cinco sentidos, imaginar, pensar y razonar.
5. Poder vincularse a personas y cosas fuera de nosotros mismos; amar a quienes nos aman y se preocupan de nosotros, sentir pesar por su ausencia; en general, amar, padecer, sentir anhelos y gratitud.
6. Poder formarse una concepción del bien y comprometerse a una reflexión crítica acerca de la planificación de la propia vida.
7. Poder vivir con y para otros, reconocer y mostrar preocupaciones por otros seres humanos, comprometerse en varias formas de interacción familiar y social.
8. Poder vivir preocupado por animales, plantas, y por el mundo de la naturaleza, y en relación con ellos.
9. Poder reír, jugar, disfrutar de actividades recreativas.
10. Poder vivir la propia vida y la de nadie más; poder vivir la propia vida en el propio entorno y contexto.
Este decálogo, probablemente, lo firmaríamos cualquiera de nosotras y nosotros y si lo leemos con cuidado no es necesaria la plata o los recursos económicos para desarrollar estas capacidades. Fundamentalmente, lo que se necesita es el cumplimiento de derechos esenciales y de un entorno humano y político que las favorezca.
Uno es ser humano y atraviesa o vive en condiciones de pobreza económica, pero no tiene porque ser de pobreza humana. La prueba está en muchos hogares que se desarrollan en entornos de pobreza económica pero donde el amor y las capacidades no son castradas por ello.
Creo que es importante entender que “salir de la pobreza” –ese extraño objetivo que destacan todos los proyectos en barrios excluidos- no significa necesariamente conseguir un empleo y ya. Esa es la mirada simplista y desarrollista que perpetúa la pobreza como pobreza humana. Los gobiernos generan cursos para que los ‘pobres’ aprendan a coser o a cocinar y no se les concede el estatus real de ciudadanos. Resultado: hoy día el 75% de los trabajadores asalariados en Panamá cobra menos de 500 dólares. Oficialmente, ya no son pobres. En la realidad, como lo ÚNICO que tienen es un empleo, perpetúan todas las prácticas de la pobreza humana que, por cierto, no son exclusivas de los pobres económicos (alcoholismo, violencia intrafamiliar, machismo, drogadicción, etc…; esto que le ocurre de igual manera a los ricos).

1 comentario:

Juan Gonzalo Betancur B. dijo...

Uy Paco, qué historia esa que contás de Bojayá. Ya uno sabe que esas vainas pasan allá y en otra cantidad de sitios de Colombia, pero uno no deja de sorprenderse. Por lo menos yo no dejo de indignarme y me da mucha tristeza.

No sé, por lo menos voy a ponerle a leer tu texto a mis estudiantes y a enviárselo a los colegas.

Un abrazo y gracias por esa manera de escribir y recordarnos este país.

Juango