23/12/08

El Malcontento de hoy


Fechas secuestradas

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

He conseguido superar la prueba navideña con una sola botella de ponche y una agenda, cero fiestas en el haber y ni una sola lucecita cerca que maree los pocos sentidos que me quedan. Ya sé, algunos de los lectores dirán: “ahí está el amargado otra vez”. Pero créanme que no es así.

Soy un fanático de la Navidad, un auténtico entusiasta de posadas, villancicos y pavos insípidos. Incluso, mi aspecto de Papá Noel en su juventud preciada me favorece para transmitir buenos sentimientos a niños y otros seres ingenuos.

Me parece lo máximo que durante un par de semanas todo el mundo quiera tener un árbol en su salón que tape un poquito el televisor de plasma en lugar de talarlos, que es lo que se hace el resto del año; me llegan a emocionar las felicitaciones que se reciben deseando paz y amor y firmadas por los mayores canallas del país; puedo entrar en una fase orgásmica cuando descubro que comprar decenas de regalos inútiles es un acto de amor eterno.

El único problema de todo este cuento es que es mentira. Así: mentira. Esta es la celebración de la doble moral, aunque pueda destilar algunos síntomas de encuentro y hermanamiento excluyente que aparentemente ablanda los corazones. Miren ustedes que locura.

En estas fechas a todos les da por echarse al monte a dizque celebrar la Navidad con los pobres (es como si se tratara de campaña electoral masiva cada fin de año) y hasta Lucy Molinar se va cargada de regalos para repartirlos entre los sinzapatos y acostarse mucho más tranquila con su conciencia. Las empresas, en uno de esos arranques de Responsabilidad Social Corporativa, ven la cara sonriente de sus empleados cuando le regalan la bolsa tipo Compita (si que somos sumisos los humanos ¿no?).

La mayoría va a fiestas o tiene cenas de amigotes en las que se harta de comer y beber en nombre del Niño Dios y de la paz y la igualdad. Lo bueno es que al salir le den propina al guardacarros o al harapiento que extiende la mano. La cosa es tan loca que hasta en El Chorrillo aprovechan la luz robada a Unión Fenosa (un buen favor a la patria, lo de robarle luz, digo) para poner sus adornos navideños antes de que una balacera funda la operación bombillo.

La ciudad se engalana por obra y gracia de una nueva compañía de telefonía celular que tiene el color de la Navidad y de la Coca–Cola (casi lo mismo) y solo nos falta que Odebrecht consiga que los renos y el gordito de tierras gélidas lleguen sudando por la cinta costera que está llenando la ciudad de puentes que ocultarán la luz y afearán más a Gotham City. Hasta tenemos la suerte de que Martinelli nos felicite la Navidad a punta de reguetón hermanándose con el gueto y con el campo, dos lugares que ha conocido gracias a esos zapatos marca Palacio de las Garzas.

La Navidad suena bien, como suena bien la prédica de aquel Jesús que debería volver a sacar a los mercaderes del templo. El problema es que el templo se quedaría vacío porque en estos tiempos nuestros la gente solo va donde está el mercado. Esta fecha, una más en el calendario de celebraciones secuestradas por los jefes de marketing, si alguna vez tuvo un significado ya lo perdió.

Hoy, los devotos seguidores de mentiras, se rasgan las vestiduras en nombre de un Dios que, de existir, debe estar avergonzado de habernos creado, de habernos dado la libertad de equivocarnos. Hoy, los que no comulgamos de este circo, tenemos que soportar el aluvión navideño sin tener derecho a la tranquilidad de una vida sin tanta hipocresía.

Mi única esperanza es que un día las mayorías cambien y que la solidaridad y el amor no sean palabras víctimas de este secuestro express practicado en nombre de la buena voluntad; mi estúpida esperanza es que llegue el día en que nos echemos al monte o al barrio para compartir un sancocho en hermandad con amigos campesinos o vecinos que vivan dignamente y que no tengan que aceptar el pinche regalo de Navidad para ayudar a limpiar las conciencias de quienes el resto del año no piensan ni un segundo en la miseria ajena.

[Juan Luis Panero se lamenta con C. de la calma rota, del hastío perturbado: “¿Qué puedo hacer? Si todo este aquelarre, ansioso de venganza o justicia, / irrumpe en el ocio merecido de un domingo, / y nada quiero reprocharles, aunque algo podría”.]

4 comentarios:

César-in dijo...

¿Y si algún día las mayorías cambian? Algún día... seremos más los que pensemos en la tierra mojada como una maravilla y no una tortura que humedece nuestros pies...
Si la hipocrecía dejara de doblegar y cegar voluntades, otro mundo habitaríamos.
De cualquier forma, siempre es buena fecha para compartir un abrazo... vaya uno por ahora, que ya vendrá el resto.

Anónimo dijo...

"el amargado otra vez" es ese
que sabe llamar a las cosas por
su nombre, ese que, si estuviera
en sus manos, cambiaría el concepto
actual de la navidad, para convertirlo en lo que debería ser,
el momento de abrazarnos como hermanos. Ese "amargado" de corazón
tan noble, que no le cabe en el
pecho y por ello, lo obsequia, lo
regala... ese "amargado" de la
mano extendida para ayudar, socorrer...ese "amargado" es mi
amigo...

Paco Gómez Nadal dijo...

Baby, qué gnerosidad tan hermosa la que derrochas conmigo. Gracias mil y te deseo lo mejor junto a los tuyos, que sé que te van a colmar de amor.
Abrazos

Anónimo dijo...

Hola, Paco:
¿Amargado? No lo creo. Tan solo malcontento.Es la contradicción humana, tan llena de esperanzas y de goces por las maravillas de las que somos capaces mujeres, hombres y niños...Pero tambien afligida y dolorida por el sufrimiento que pulula etre tantos desfavorecidos. Y en conjunto, dolor y gozo, vivimos nuestro 'cuarto de hora' tratando de no perder la conciencia, así sea para sentir la crudez de la existencia (pero también su dignidad)