18/12/08

Amaneceres y Flor de caña 7 años

Trampas

¿Estás feliz? Claro, claro… ¿Eres feliz? ¿No es lo mismo? No, no es lo mismo. ¿Cómo sabe uno cuándo es feliz? Es como cuando sientes que la partida está en tablas, ese silencio suspendido en el que no es necesario hacer nada para sentirse bien. ¿Estás seguro? Quizá. Pero debería ser más bien como cuándo ganas. No, eso se llama euforia y es fugaz como las burbujas de una soda recién abierta. ¿Y qué bebida es la felicidad? Se parece más a un jugo de guanábana sin más azúcar que la de la fruta. ¿Por qué? Imagina esa textura suave de la guanábana, ese color blanco de nube enredada en tus alas y el carácter aleatorio del dulce que cada fruta contiene; si la felicidad no es eso, entonces estamos jodidos. Pero a mi me dijeron que era un jugo de naranja en la mañana, junto a mi marido y a mis hijos, mientras ordenamos el día y sonreímos sin saber por qué. Claro, pero ese es un anuncio de televisión y la vida, querida, es un lío mayor que no se puede apagar cuando cansa. Ya no estoy tan segura de estar ni de ser feliz. En todo caso, la solución es tan sencilla como cambiar de fruta, mirar al lado del estante y no repetir el gesto habitual, la rutina de la no elección. Pero elegir duele. La vida duele.


La mina

Mientras la mayoría anda preocupada por regalos y fiestas vacías pero llenas de rostros vagamente conocidos, tú entras a la mina ajena, te fumas un cigarro con el demonio y buscas la veta de la historia olvidada. Esta noche me siento orgulloso de ti. No por lo que pueda resultar de tu bajada a los infiernos, sino por la tenacidad de vivir y sentir y emocionarte y llorar como siempre has llorado y estar con la gente, con la gente de verdad y no con esta caterva de impostores de centro comercial y tarjeta de felicitación. Al entrar a la mina, hermano, penetras profundamente en mi corazón sin metales preciosos y lo conviertes en órgano gozoso de conocerte, de haberte abrazado mil veces en tu interminable cuerpo de caminante. Qué más da que este mundo se esté estrellando permanentemente si hay almas como la tuya dispuestas a encararlo. Nada sería igual sin tu existencia.



El valle de la niebla

Y recuerdo hoy la niebla. Ese valle en el límite de la ciudad, esa cuesta imposible donde el oxígeno no existe, esa cerveza infinita que no debimos dejar de beber, esa sonrisa tuya, ese miedo mío. Y hoy estás allá, con tu rebeca de lana y tu alma engripada de dudas y certezas en la misma proporción. Y yo estoy acá, dispuesto a dejarme llevar por el mar negro de este trópico sin luminarias, sin ropa que me proteja ni sueños a los que asirme. Ese valle, si es que es un valle, debe llevar nuestro nombre y el olvido que ya somos. Este istmo, sin embargo, ha perdido nombre y definiciones, sus contornos cada vez son más vagos y me permiten surfear sobre las obras del desarrollo, sobre las mentiras de las pocas luces que recuerdan la mentira coyuntural. Y recuerdo hoy lo que aun no ha ocurrido, lo que nunca ocurrirá. Así las cosas, es mejor dejar que la niebla nos cubra y permita que en el silencio blanco todo sea posibilidad, futuro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No debería escribirte hoy, cuando
la tristeza se hace nudo en mi
garganta y cuanto escribes se
convierte en el dulce-amargo de
los adioses, de los desencuentros...

César-in dijo...

Mi bro... Siempre en mi corazón. Me emocioné tanto, nuevamente, cuando te encontré después de entrar a la mina. Sabía que tú eras la persona que podía entender mi emoción, la primera.
Saliendo del socavón, con el cuerpo medio encorvado, y nos recibieron unas gotas casi de rocío a 4 mil docientos msnm. Se me refrescó el alma.
Yo no se en qué mundo habito a veces, pero sé que en el que sea, siempre estará tu abrazo, que se brinda de tantas maneras.
Un fueego que contagia y enciende es la energía que te ha inundado siempre.