Niñas rubias -siempre rubias- sonríen en la entrada recortada de su hogar perfecto. Patines, perro, bolsas de escuela impolutas, madre de piernas largas, casi impostadas, y, claro, mucama latina, más bajita, más oscura, más sudada... "Se te va a hacer tarde para la clase de música..." El paraíso es así: tiene música, calles perfectamente pavimentadas, señoras que toman una cervecita en terrazas orientadas al mar, perros limpios, porteros que mantienen la entrada sin volutas de realidad, panaderías que huelen a ropa limpia, carros sin rayones o que los ocultan bajo el brillo de esta luz casi diseñada, oficinas que parecen hoteles, hoteles que parecen hogares, hogares que parecen revistas, revistas dispuestas en orden para que el niño coleccione sueños o para que la mamá pueda cocinar como los chefs de moda...
En el paraíso, sin embargo, hay horarios. Poco antes de que el sol se pliegue para dejar el decorado a estrellas y vientos, mujeres pequeñas -ahora con ropas planchadas después de planchar todas las ropas- bajan las cuestas que las devuelven a la realidad, a su realidad. El autobús las espera, porque al paraíso solo se viene para trabajar, para compartir migajas en todo caso. Los edredones de plumas, el calor del sofá mullido, las sonrisas en la cena de las niñas rubias, el beso de buenas noches, el soñar con un mañana, es para los habitantes con derechos, para los que saben que ya han ganado la partida. Hay algunas que duermen dentro de las murallas invisibles, pero lo hacen en el pequeño cuarto arrancado a la opulencia donde pasan la noche las mucamas necesarias sin horario.
El paraíso, como todo, tiene sus horarios y cuando se nos pasa la hora, al final del día, si perdemos el transporte, quedamos, como casi siempre, des-ubicados.
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1 comentario:
Muy Bueno...
Aunque hay que destacar que al paraiso solo se va a trabajar (generalmente) por un salario de INFIERNO...
Saludos,
Joao Q
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