La casa huele a limón y panela y una luz presurosa se hace con la ventana para asaltar las grietas que el día anuncia. "Hay una especie de actitud insurrecta en la vida a pesar de toda esta desolación". Las señas no son claras pero las pistas si son muchas. Aquel cariño que nos regala la mano hermana, esa terquedad de seguir luchando a pesar de las derrotas, esta incontenible Humanidad que se aloja en esas personas anónimas para las que yo sí tengo nombre, el amor sorpresivo que irrumpe en la vida para quedarse, esas cuantas personas que ya son comunidad, estos afanes de compartir sin prisa, de hablar, de hablar, de hablar...
La vida se subleva ante esta vida de muerte a la que todo parece empujar. Remueve el bebedizo para comprobar que todo sigue en su sitio. El agua ya no es agua desde que entró en contacto con el semen de la caña y la panela dejó de serlo desde que se disolvió en el ácido de aquel limón rescatado del desaliñado mercado vecino. Así somos nosotros... ya no soy yo desde que he compartido este rato con mi hermano, estas calles no pueden ser pisadas por los mismos pies que entraron y cada palabra ha sido modificada por la escuchada del otro.
Nos contaminamos para alimentar la insurrección y es obligación única no perderse en el camino, no despistarse con cantos de ballenas ni con sirenas que prometen el jardín adosado.
A veces, aunque no lo parezca, la vida practica la insurreción y, aunque no nos demos cuenta, nosotros y nosotras tenemos la obligación de acolitarla.
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