18/7/09

Paseo por el apocalipsis o el reflejo cotidiano

Me escondo del apocalipsis en este pliegue silencioso. Acá, donde sólo el rumor de la ciudad y sus cartones puede llegar como agua que corre entre piedras redondeadas por el tiempo. Camino, caminaba, por entre callejones que huelen a orines y desengaños, poblados de mil abalorios y cientos de cristales para protegerse del sol, de putas soñolientas, de putos bien despiertos, de latas rentadas, de pobres sorbiendo la sopa recalentada que les venden otros pobres, de historia, de historias que no serán contadas por no merecer si quiera palabras en su honor. Autodestruidos ya, creen los rumores que luchan contra el tiempo. Mientras, desde acá, todo parece innecesario, incluso impostado, decorado donde seres ya muertos fingen vivir cuando beben cerveza caliente o cuando besan o cuando compran cebollas en una oferta de saldo. Después de caminar, de haber caminado, solo queda el sudor fijado en la entrepierna del pantalón ajado, algunos olores a miel, a canto religioso, a sangre incolora de mirtos. Todo es tan irreal como lo parece, incluso yo, observador silencioso cansado de tanto hablar para quedar inmovilizado. Es tan irreal que no hay nada más tangible, nada más pesado, nada más poderoso. El Apocalipsis no es, no ha sido, no parece que vaya a ser, una bola de fuego lanzada por un dios juguetón, ni una luz cegadora llegada del más acá. Más bien, y prescindiendo de todo drama, tiene pinta de estar compuesto de nuestros mismos genes, así de normalito, así de dentado.

2 comentarios:

iliamehoy dijo...

me sumerjo en el dolor de cada una de tus palabras, para terminar, convencida e impotente, en ese apocalipsis cotidiano que amenaza implacable en convertisa en nuestra simple realidad.
Una sonrisa, a pesar de todo

Paco Gómez Nadal dijo...

siempre... siempre una sonrisa. O dos, que esas no hay que racionarlas.