28/10/08

La 'respuesta' a Blades

Para quien haya seguido el cruce de 'disculpas' pedidas por el querido Rubén Blades

EL MACONTENTO

Exijo una disculpa pública

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com
El honor es cosa de la élite económica, política o social del país. Bueno, siempre ha sido así. Incluso en la época de los duelos de honor a espada o plomo los únicos que perdían el tiempo con tamaña estupidez eran los nobles o los advenedizos que querían serlo. Los pobres, siempre tan ocupados con esa extraña tarea de sobrevivir, nunca invertían su pingüe capital de tiempo en soberana demostración de complejo fálico y exceso hormonal.
Nada ha cambiado. ¿Se imaginan a la esposa del hombre al que mató DDD en un “incidente policial” exigiendo que reparen su honor o su prestigio?, ¿están preparados para recibir cartas de los campesinos del interior pidiendo disculpas públicas a todos los que los han ido expulsando de sus territorios a cambio de monedas engañosas?, ¿qué ocurriría si todos y todas las jóvenes de nuestras universidades se batieran en duelo con nuestras autoridades educativas ante el insulto que supone entra a las aulas para salir con menos coeficiente intelectual del que se tiene al ingresar?
Son solo algunos ejemplos que me han motivado a autoconferirme el papel de portavoz de las mayorías inertes para pedir una disculpa pública en este medio por parte de todos nuestros altos funcionarios –no todos-, incluyendo los de administraciones anteriores. Disculpas por construir un país de neón cuyas luces ocultan la pobreza y la exclusión lacerante de una buena parte de la sociedad. Esta vez vamos a cambiar las tornas. Normalmente, tenemos que soportar que cualquier funcionario que se siente criticado por su gestión pública –claro, nadie les explicó lo que significaba eso de “pública”- haga declaraciones ampulosas pidiendo rectificación en bien de su honor y el de su familia. En la actual administración, se repite el estribillo: “Esto es una campaña política, un montaje, una infamia. Esto es… que te lo digo yo…. Esto es”. Y con él, repitiéndolo muchas veces, se logra tapar el sol con un dedo. También pedimos disculpas públicas a los empresarios –no todos- que se enriquecen día a día a costa de no cumplir, por ejemplo, los derechos laborales fundamentales
Las disculpas que exigimos las ciudadanas y ciudadanos aquí representados –ya me siento diputado- consiste en la rendición pública de cuentas. Su disculpa, funcionarios de la infamia, debe partir de mostrar sin tapujos qué hicieron y qué no hicieron. Los que solemos criticar su gestión en artículos de opinión –que por eso se llaman de opinión y por tanto no hay por que compartirla - lo hacemos en función de los síntomas del enfermo. A saber: la mitad del país concesionado para sacar minerales o arena, para producir energía que montar en la línea Puebla-Panamá-Colombia o para plantar turistas; nuestra cobertura boscosa o nuestros manglares en extinción; una promoción turístico-inmobiliaria que ha llenado el país de ‘turistas’ residenciales, edificios de 50 pisos y casinos llenos de mafiosos de medio pelo y algunos de pelo y medio; yates de lujo y multimillonarios locales y extranjeros junto a los bolsones de abandono y esclavitud moderna –ahora se llaman fuentes de empleo- que escondemos más allá del aeropuerto o más acá de nuestras conciencias; miles de indígenas viviendo de la caridad oficial que es tan pírrica que no da para vivir; una educación desastrosa que sitúa a Panamá en la cola; una Asamblea ociosa y descarada; una Justicia que aún sigue practicando la injusticia; una salud pública a la que ninguno (ni ustedes ministros, ni yo columnista) nos atrevemos a asomar la cara porque nos podemos permitir pagar un seguro privado…
Lo voy a preguntar con todas las palabras: ¿qué tenemos que agradecerles? ¿qué? Quizá, sí, que en los informes de las fundaciones e institutos que ustedes mismos frecuentan aparezcamos con buenos números macroeconómicos, pero esos, después del sacudón de la crisis financiera ya no se los cree nadie. Tampoco la macroeconomía alimenta a la mayoría.
Pídannos perdón, demuestren que les queda algo de dignidad y pídannos perdón a nosotros ciudadanos, los que pagamos impuestos, los que sufrimos las consecuencias de cada una de sus decisiones. Y si no, renuncien. Nadie les ha pedido que sean funcionarios, nadie les ha puesto una pistola en la sien para que acepten el cargo y dejen en paréntesis por unos años –que en realidad tampoco lo hacen- sus fructíferas carreras en el sector privado como empresarios, comerciantes o artistas.
Como verán, este artículo que pensé sinceramente como una carta de humildes disculpas ante Blades (Rubén, sí, Rubén) –tan ofendido como sacrificado- tomó vida propia y se rebeló contra su autor. No era mi intención convertirme de victimario en víctima, pero es que, en este insomnio que perdura, comencé a repasar los logros de los y las que tienen cartera ministerial y la pluma ejerció su venganza. Claro que, señor ministro, sonría por favor-es gratis- y no se preocupe por estas torpes palabras. Esto no es más que un inofensivo artículo de opinión. El prestigio, al igual que el honor, es algo que se cocina en fogones mucho más íntimos: los de la conciencia.
[C. renuncia al honor y al prestigio. Acorazado en sus páginas, reconoce el honor en los miles de indígenas que durante dos semanas pusieron a sudar al presidente de guiñol. El prestigio lo deja para quienes se alimentan de lo que piensan los otros.]

1 comentario:

veronica dijo...

Paco: Tu articulo me gusto mucho, creo que sirve de reflexion a la clase política de mi país, que después de una derrota, quieren encontrar la razón. Ya no voy a tener noches de insomnio obligado, pero es un placer crearme el insomnio y leerte.