26/5/09

26.05.09

EL MALCONTENTO

‘Homo criticus’, ‘Homo estupidus’

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Criticar al poder político es un deporte sin riesgo: casi siempre se acierta. En el despiadado ataque a los políticos y al sistema representativo corrupto y corroído nos encontramos casi todos: libertarios, neoliberales, liberales clásicos, socialdemócratas, marxistas, anarquistas… Es demasiado fácil. Me quedo con la palabra “representativo”, porque en realidad es más diciente de lo que parece a simple vista.

El poder político en Panamá, y en el resto del mundo occidental, es bastante “representativo” de las sociedades que gestiona. No es que tengamos a los gobiernos que nos merecemos, sino que nuestros gobiernos son clones de la sociedad que los elige. A veces es una sociedad con varias caras. La de Martín Torrijos, pusilánime, juega vivo, mentirosa y clientelista; y la de Ricardo Martinelli, prepotente, autoritaria, irresponsable y desafiante. Somos así.

No lo somos por casualidad. Los mecanismos que nos hacen rebaño son tan sutiles que somos incapaces de identificarlos. Nos creemos libres y autónomos, aunque respondemos compulsivamente a estímulos externos desde que somos niños. Y luego votamos y trabajamos, y compramos y caminamos creyendo que lo hacemos porque queremos, cuando en realidad solo somos piezas de un engranaje bastante más complejo y esclavizante.

En esta sociedad, entonces, buscamos afiliaciones que nos hagan sentir parte de una tribu. Puede tratarse de un partido político, de una religión, de un equipo deportivo o de la taberna más cercana a la que acudimos a buscar el calor de lo conocido. Delegamos las tareas de gobierno y, a partir de ese momento, nos quitamos la responsabilidad de encima. Si se caen las paredes del patrimonio en el Casco Viejo, si AES arrasa bosques y gentes por “el interés nacional”, si se bota la plata en compras oficiales mal gestionadas, si un narco cualquiera seduce a media Panamá… todo es culpa del Gobierno.

La crítica la hacemos desde una cierta tranquilidad que también tiene sus jerarquías. Me explico. Si se pertenece a una clase media razonable, se tiene empleo y una vida socialmente aceptada, nos creemos protegidos por la ley y las buenas costumbres y opinamos que son los otros los que deben cuidarse. Si somos nacionales pensamos que estamos más protegidos que el extranjero. Si somos blancos, que estamos mejor que los afropanameños. Si somos afro, siempre queda la esperanza de que les vaya peor a los indígenas. Si somos indígenas, nos toca pensar que la vulnerabilidad es un estado más grave para piedreros o sin casa.

En realidad, la mayoría entra en la categoría de Homo sacer (ese ser humano al que se puede matar impunemente, real o simbólicamente), y nuestra sensibilidad para con el otro está tan anestesiada que las muertes simbólicas o reales ajenas nos importan poco. Como escribiera Günter Anders, las consecuencias de los actos humanos son tan brutalmente despiadadas que ya no tenemos la sensibilidad ni la imaginación para asimilarlas, así que mejor nos hacemos los locos (que como ha quedado demostrado, son más).

¿Por qué exigir a un gobierno que sea sensible ante la injusticia o la exclusión si nosotros no lo somos? ¿Por qué refugiarnos siempre en la legalidad y no buscar la ética? ¿Por qué pedirle al Ejecutivo que no haga negocios millonarios de dudosa reputación si la mayoría sueña con uno de esos para salir de la rutina de trabajar para subsistir?

El cambio (¡ay!, qué palabrita), de existir, debería comenzar por la mayor: un cambio social que humanice esta sociedad sin brújula. Pero no un cambio en el entorno más cercano, que es lo que solemos preconizar cuando buscamos esperanza, sino una verdadera revolución (una amiga hablaba de la “revolvición”) que nos haga comunidad de destino, sociedad de intereses diversos pero de valores humanos compartidos.

Hasta que esto no ocurra, seguiremos teniendo gobiernos y candidatos enemigos del bien común, al igual que nosotros lo somos. No son peores que usted o que yo Martinelli ni Torrijos ni Herrera… son exactamente iguales a nosotros. Esa es la vergüenza mayor. Si no me cree, haga el autoexamen. ¿Cuánto le importa a usted lo que le ocurre al treinta y tantos por ciento de pobres del país, o a las personas que viven con VIH/sida, o a las comunidades indígenas arrasadas por empresarios y tongos aliados, o a la vecina de enfrente a la que el bestia de su marido golpea para mantener el orden patriarcal, o a su compañero de trabajo al que con la excusa de la crisis van a dejar en la calle y sin esperanza?

El ser humano no es malo por naturaleza, pero, a veces… lo parece.

2 comentarios:

Araceli Esteves dijo...

Muy interesantes reflexiones las tuyas, amigo Paco.Como siempre.

BB dijo...

Echarle la culpa a los demás de
nuestras propias ineptitudes o
añadirnos al grupo "laisser faire"
es un deporte practicado por todos.
Hoy me ha gustado muchísimo tu
artículo. Es que nos vamos a la
deriva como ese Homo criticus,
ese Homo estupidus que somos?
Todo apunta a que sí.
Un beso
Baby