5/5/09

Publicado hoy 5 de mayo



EL MALCONTENTO

Besos para el fin del mundo

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Nos han prohibido besarnos. También tocarnos o sacudir la mano del otro para evitar un contagio que nos acerca un poco más al cerdo, quizá el origen del hombre, en contra de la compartida opinión que nos sitúa junto al simio.

La población, tan acostumbrada a la propagación de virus –el consumismo, el machismo, el racismo… todos ellos virus de rápida propagación- se ha lanzado con entusiasmo a vestir tapabocas sin saber muy bien si es el miedo o la “moda” colectiva lo que la impulsa a ocultar labios y nariz bajo el pedazo de tela de toque quirúrgico.

No reflexionamos sobre el tipo de vida que llevamos, sobre por qué generamos enfermedades letales al atacar de manera irresponsable al planeta y a nosotros mismos. Mejor ponerse tapabocas, mejor no hacerse preguntas. Solo aguantar el chaparrón, combatir el miedo con profilaxis, dejar de tocar o besar por un tiempo para volver al poco tiempo al ritmo desenfrenado y estupidizante en el que estamos instalados –y para el que no hay tapabocas que sirva-.

En verdad, con esta paranoia he constatado tres asuntos. El primero: no era necesario recomendar la abstinencia labial porque, en realidad, cada vez nos besamos menos, al menos en público. Choca ya ver a una pareja recién arremolinada en el amor, besándose sin pudor en medio de la calle. Tampoco nos tocamos mucho en este mundo en el que el roce es un atentado a la individualidad ajena y casi hasta para la propia. Una actitud de insumisión ante tanta estupidez sería plantarle un beso en plena boca a casi cualquiera que se cruce con nosotros. Terminaríamos en la cárcel por escándalo público o por terrorismo salival, pero, al menos, unos cuantos labios habrían conocido el dulce sabor de la boca ajena.

El segundo: tiene un punto erótico esto del tapabocas porque nos obliga a mirar a los ojos a la empleada de la aerolínea o a la compañera casual de viaje. Acostumbrados a ver sin mirar, este es un nuevo ejercicio de recuperación de los ojos y de todo lo que encierran. Solo a través de ellos, en unos segundos, se delata la tristeza, la felicidad profunda y clandestina, los hormonales impulsos del deseo… En estos días he constatado la decepción que se escondía bajo algún tapabocas que, mientras permaneció en su labor preventiva, me había regalado ojos inquietantes, provocadores, casi necesarios.

Y el tercero: tanto ir al cine a ver películas sobre el fin del mundo o sobre el abismo del fin del mundo y por fin la gripe porcina nos ha hecho protagonistas de un guión que casi siempre nos excluía. Me explico. La mayoría de películas que nos ponen a las puertas del apocalipsis en forma de huracán, nevada sin fin o invasión extraterrestre acontece en Estados Unidos. Manhattan inundada, San Francisco tomada por alienígenas inmundos… siempre pensé que era sospechoso, que el norte no iba a permitir que las cosas se deshicieran por aquellos lados. Esta vez, la pandemia ha comenzado donde corresponde, en el México, en ese camino a medio entre el subdesarrollo y el mall de primera generación. Por fin podemos acabar con el mundo nosotros, comenzar desde el sur el virus que ponga a temblar al norte.

¿Qué va a ocurrir ahora? Nada, absolutamente nada. Igual que ya olvidamos la gripe aviar o el pánico al ántrax o la obsesión de ver un terrorista de Al Qaeda en cualquier viajero un poco tostado, se pasará la furia de la fiebre porcina. Deberemos volver a nuestra vida cotidiana y este susto solo habrá servido para olvidar un poquito la crisis económica y para ser conscientes de la debilidad de estos cuerpos que habitamos y que están dispuestos a dejar de funcionar por culpa de una tos mal cruzada.

Los mexicanos volverán a salir a la calle, a conversar, quizá incluso a besarse. Tal vez surja un nuevo tipo de adicción en el futuro, el enganche al tapabocas que nos aísla todavía más de los otros, que nos sume en un individualismo aún más drástico en el que la tela oculte nuestra gestualidad, el brillo de nuestros labios, la sombra de nuestro rostro. Yo, por si acaso, estos días ando tosiendo por cada esquina, casi sin ganas, porque me parece una obligación moral contribuir a la paranoia generalizada. También estoy especialmente besucón. Seguro que me lo perdonan: ¡Mua!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tanto tapabocas, tanto beso reprimido, tanto pánico, para qué?
...gripitas que no matarán más gente que la que mata el sida cada año. Pero como eso del VIH ya pasó de moda, y los que lo tienen viven en un continente muy lejos de aquí, seguramente resulta más "cool" un tapabocas que un condón!

Besos, muchos besos Mua! mua! mua!... a ver si los aviones colaboran la próxima vez.

Elízabeth dijo...

Mua!!!!!!!!