31/12/09

Utopías para la supervivencia

EL MALCONTENTO

Paco Gómez Nadalpaco@prensa.com
La Navidad no es un paréntesis que me provoque puntos suspensivos, pero el nuevo año sí es como dos puntos que me provocan empujar este cuerpo y esta alma hecha de retazos, de jirones que llamamos vida, de rasguños y caricias atrapados en las esquinas de la muerte.
Me hace ilusión pensar que hay más días, que el fin de año nos permite soñar que cerrar un capítulo solo es una posibilidad de abrir otro. Cierto, también entran ciertas nostalgias, la inevitable pesadez de arrumar recuerdos para dejar espacio en la huella de la memoria.
En esas estoy por estos días de extraña buenaventura y cariño concentrado (no siempre confiable, pero abundante). Me dedico a ordenar lo acontecido: el abrazo de un amigo en el silencio fabricado de la ruidosa terminal, los sonidos de la Plaza Catedral que han sido tantas plazas en este año, el descubrimiento insospechado de que el amor es la única manera de engañar a la vida, la compañía de la soledad cuando el mundo se confabula contra las palabras disonantes, la llamada generosa de alguien que da las gracias, la pelea inútil con algún sordo, las cientos, miles de palabras escritas para poder hacer la digestión de seguir respirando.
He tratado de poner cada recuerdo en su sitio, cada derrota en su olvido, cada falsa victoria en su pedestal de aliento. Creo que me ha ido bien y, como siempre, me doy a la tarea de soñar con un nuevo año diferente, preñado de utopías tan irrealizables que me permitan concretar propósitos, caminar, dar, tan siquiera, un paso, hacia la coherencia, a parecerme (si la fortuna y la voluntad me acompañan) a lo que me gustaría ver en los espejos.
No tengo el propósito de dejar de fumar, ni de beber. Dudo que Dios asome por estos predios y estoy casi seguro de que la lluvia no va a fabricar lagos con duendes en los que escapar de la obligación de actuar. Así que voy con lo realista, con lo posible.
Busco, entonces, que ya no haya fronteras, que se vacíen las mazmorras de calle Perú y que ser extranjero no sea un delito en ningún país porque no habrá países. Imagino un 2010 en el que las palabras no hieran, sino acaricien, hasta cuando sean contrarias o contraríen nuestros imaginarios.
Imagino que va a ser un periodo creativo, donde los centros comerciales se vacíen al mismo ritmo que las salas de teatro y las bibliotecas se llenen.
Los empresarios mineros se darán cuenta de que para mirar a sus hijos a la cara deberán dedicarse a fabricar dulces en lugar de arañar la tierra y los reyes del crecimiento empezarán a montar en bicicleta para que el ruido de las calles solo sea el de los silbidos.
Cuando este cambio comience, no más allá de marzo, la lluvia comenzará a ser alivio en la casa de los campesinos, que tendrán tiempo para charlar del futuro en lugar de temer al presente. Se verá en la plaza pública una reunión de blancos e indígenas en la que compartirán cuentos y experiencias para hacer de este planeta un lugar no solo habitable sino deseable. Las parejas, animadas por este derroche de racionalidad (es lo único razonable), se besarán con insistencia en las calles y en las ventanas donde las cortinas serán un olvido, aprenderán a aprehenderse y la piel será papel en blanco donde escribir el relato del cariño. El PIB se calculará con base en la ternura y las peleas las solucionaremos, alternativamente, con sonrisas y con canciones. Los políticos serán tránsfugas y venderán pulseras en las calles y la palabra economía se habrá olvidado del vocabulario de unos ciudadanos que valorarán más el tiempo que la plata.
Yo sé que usted –que lee desprevenido esta sobredosis de melcocha– pensará que ya he perdido el poco sentido común que me quedaba, pero entienda que no imagino otra forma de enfrentar este mundo de desbalances, de violencia e injusticia, que no sea soñando despierto, alimentando de utopías las pesadillas del insomnio. Si me lo permite a mí, permítaselo a usted.
Agarre papel y lápiz, o computador y teclas, o grabadora… olvídese de que las cosas tienen que ser como son y comience a enloquecer de cordura. No hay ejercicio más hermoso que perder la cabeza para encontrar el alma (“ese pequeño sol de adentro”, como traducían alma los indígenas guranís de Uruguay). Cuando termine, contagie de esta enfermedad a su entorno hasta que, realmente, los locos (y no los descabezados) seamos más.

3 comentarios:

pamplemusa dijo...

Paquito, me mojaste el ojo, con tanta palabra bonita y planeta arreglado, quisiera que cada uno de tus deseos se hiciera realidad y que los soñadores pudieramos cambiar tanta locura que se ve dia a día y que erroneamente llamamos normal.

Te quiero.

Anónimo dijo...

Fantastico !!!

Idrissi dijo...

¿Dónde hay que firmar para que desaparezcan los países y sus fronteras?