
Encostrados en las minucias cotidianas, la mayoría pulula de cena en cena, de compra en compra, dejando 5 minutos a la semana para la mala conciencia olvidadiza y otros cinco para el sexo rápido y mecánico.
Somos irresponsables individualmente porque no trabajamos en lo colectivo. No somos sin los otros y ese detalle fundamental que nos hace humanos es el mayor olvido y, por tanto, el mayor crimen contra la propia Humanidad. La inacción individual no supone ni siquiera la parálisis de las alas de las mariposas que deberían andar provocando sunamis en Bangladesh desde una tranquila huerta mediterránea. Lo que sí provoca terremotos sociales y sufrimientos incalculables es la inacción social, en comunidad. Si renunciamos a organizarnos y a construir lo colectivo, estaremos renunciando a la supervivencia individual.
Hoy, cuando el goteo incesante del cielo presagia resbalones cósmicos en estos malecones del primer mundo, hay millones de almas peleando en conjunto por los demás. Esa es la única luz al final del tunel, aunque los beneficiados del principio de siglo sigan con los ojos cerrados tratando de que pase el chaparrón antes de que el tren social vuelva a la intemperie.
La soledad de la responsabilidad individual (recicla, consume con responsabilidad, cuida SOLO de los tuyos...) es la irresponsabilidad de cada ciudadano.
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