11/6/09

metáfora simplona ante nubes amenazantes

Pongamos que hay un río invertebrado que se empeña en empujar la nave... no con un destino cierto, pero es un río muy grande y a los ríos muy grandes conviene no llevarles la corriente... perdón, la contraria. Siendo generosos, podemos intuir que es el cauce el que empuja, el que decide por la nave y ésta, inhabilitada para hablar por su carácter maderable, decide justificar su involuntaria dejadez como destino inapelable. Tiene timón la nave -por si algún lector impertinente guardaba la estúpida pregunta náutica-, incluso velas con las que tratar de cazar vientos y ángeles perdidos. Pero utilizar estas herramientas sería como reconocer que el cauce no lo puede todo, que el río -aún grane, profundo y malencarado- no es el único que tiene vela en este entierro. Entonces, digamos que para la nave es mejor dejarse llevar: el río le susurra "tranquila linda que te llevo a ver el mar, el océano sin límites ni tiempo", la nave se contenta "mi destino no es mío pero puede ser hermoso, solo tengo que hacer lo mío, mantener el timón recto y las velas guardadas pero limpias y tendré, tendré, tendré entonces algo de lo que sentirme orgullosa, un horizonte, quizá salitre nuevo pegado a mi casco".
No le dijo el río a la nave que el encuentro de lo dulce con lo salado es un choque de densidades, una hermosa turbulencia que solo es hermosa vista desde fuera, quizá desde un globo, tal vez desde un avioncito que surcara la desembocadura. Una vez astillada y casi sin formas, la nave solo alcanza a maldecir al río y a su destino, pero pongamos que este río sí habla con decisión, que no se deja arrumar por la vehemencia de naves victimizadas. "Yo no te llevé allá donde tú no te dejaste llevar... te abandonaste a mi y te empujé suavemente por la vereda que todos quieren seguir. Lo que ocurre es que no siempre el mar, en su espera de vaivenes, te recibe con la luna adecuada ni con las ganas de mecer".
Las playas de agua salda, en todo caso, son menos comprensivas y los restos de la nave fueron quedando enterrados por arenas y algas que, sin contemplaciones, van comiendo los restos que el río les entrega. De cadáveres del destino están llenas las costas... y solo es hermoso verlos a distancia, quizá desde un barco de metal o desde una desnuda cresta de silencio.


(Lo bueno de las metáforas simplonas es que sirven para llenar espacio sin necesidad de calcular los tiempos)

4 comentarios:

Araceli Esteves dijo...

¡Qué dices de metáforas simplonas!
Es una maravilla de texto. Me ha encantado.Escribes muy bien y lo de la cresta de silencio es bellísimo.

náyade dijo...

Simple o no, lo bonito (y tan, tan triste por lo que tiene de verdad) es la forma de desarrollarla =)

Baby dijo...

Creo que eso hacemos la mayoría,
dejarnos llevar, vivir sin
conciencia, sin temor al final
catastrófico.
Un beso
Baby

Paco dijo...

¿Sabes Araceli? En esa cretsa, en esa misma, paso buena parte del tiempo a pesar de tanta pinche palabra. Gracias.
Náyade siempre ahí, mi hermano Rodrigo suele decir que llegar a lo simple es lo más complejo...jejeje ¿consuelo de fonambulistas?
Ay Baby... mi querida... lo que me parece más interesante -y perverso- es que la mayoría no considera el fin catastrófico, debe ser para eso que se inventó la religión, para que el fin, la desembocadura parezca tener algún sentido.