13/3/09

El último Malcontento


EL MALCONTENTO

Lo que vale un muerto (o 12)

Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Que la muerte es algo relativo no es ningún descubrimiento. Que es aún más vaporosa e insignificante cuando la tratamos desde el periodismo, tampoco. Recuerdo mis primeros días en una redacción, hace ya 20 años, y cómo me impactaba que el teletipo (máquina ya en desuso) vomitaba en un breve instante 40 muertos ahogados en algún país de Asia, para que el editor experimentado nos diera una lección sobre el “interés” de nuestros lectores y botara el papelito al tinaco.

Después, el teletipo entraba en un tremor y salían varias versiones de la muerte de dos noruegos en un accidente en un túnel de Suiza, y el editor, otra vez aleccionador, encargaba una nota de alcance para mantener a nuestros lectores informados de lo “importante” y de lo “cercano”.

Como periodista, uno acepta a convivir con esta relatividad de la muerte, con la diferencia de peso real de los 21 gramos que se supone pesa cada alma cuando ya el cuerpo no bulle. Sin embargo, la pregunta es quién alimenta esta relatividad, cuáles son las actitudes que hacen que unas almas tengan más valor que otras.

Unas veces, sin duda, es el dinero o el poder. No es lo mismo que se mate un diputado o un empresario reconocido en un accidente de tráfico, a que atropellen a un vendedor de raspados. Otras veces es la fama la que hace que los espectadores lloren frente a la pantalla al conocer de la muerte por sobredosis de un actor renombrado. Mediáticamente, el momento o la cantidad es de suma importancia: no es lo mismo la lenta hilera de muertes que se producen en nuestros centros sanitarios por mala atención o por falta de medios de tratamiento, que el envenenamiento de cientos con dietilene glycol.

Hoy, sin embargo, quiero hablar del efecto periferia: cuando se da el componente de cantidad, de drama, de presencia de menores… es decir, todos los factores mediáticos que suelen valorizar la muerte pero ésta se produce en la periferia de la periferia. ¿Se imaginan que en lugar de morir 12 personas en las costas de Darién procedentes de Jaqué, la parca se hubiera encaprichado de seis gringos o europeos en una lancha en isla Bastimentos? ¿O que en lugar de haber ocurrido en Darién, el suceso se hubiera registrado en Calidonia a bordo de un diablo rojo?

En las primeras 48 horas después del suceso de Punta Caracoles, no se escuchó a una alta autoridad del Estado referirse al tema. Estaban demasiado ocupados inaugurando Expocomer en la orgía de las cifras y los éxitos. Es más, las primeras tareas de rescate, las únicas útiles en ese mar bravo y en ausencia de chalecos salvavidas, fueron desorganizadas y claramente insuficientes. El presidente Torrijos no perderá el sueño por este asunto; tampoco los responsables de la AMP, demasiado ocupados en dar concesiones a dedo, o los de la Policía se han preocupado hasta ahora de que en el muelle de Jaqué, además de tratar a los habitantes de la zona como delincuentes, los agentes del flamante Servicio Nacional de Fronteras vigilen la seguridad en las lanchas suicidas que encaran la peligrosa boca de río Jaqué y el océano Pacífico sin la más mínima cautela.

En fin, no habrá honras fúnebres, ni investigación (aunque se asegure que sí), ni casi consecuencias (quizá las próximas semanas se exija el chaleco salvavidas)… por desgracia las víctimas son pobres panameños y pobres refugiados de cuyo destino nadie se preocupa. Conozco bien la zona del suceso y conozco el valor y la calidad humana de las gentes que allá subsisten, pero siempre he tenido la sensación de que si un día un tsunami hace desaparecer estos pueblos la mayoría de las panameños y panameñas no sentirá una pérdida terrible en el suelo patrio. Eso me aterra y me escandaliza de ciudadanos, periodistas y políticos. Será divertido escuchar si los candidatos presidenciales han incluido en sus planes de gobierno estas zonas de la periferia donde la exclusión y el olvido es bastante más lacerante que la pobreza económica.

Desde acá, mi pésame, mi tristeza y bastantes de los gramos de mi alma, para mis hermanos de Jaqué y tantos otros que ven morir a su gente (de parásitos, de mala atención médica, de tristeza…) ante la indiferencia de este Estado racista y clasista y de los otros compatriotas (a veces tan cruelmente individualistas y urbanos).

2 comentarios:

Araceli Esteves dijo...

Las diferencias de clase se mantienen incluso tras la muerte. ´
Tal vez alguien ha hecho una tabla de equivalencias. ¿Cuántos muertos negros, asiáticos, indígenas... valen lo que un muerto gringo?

Anayansi Acevedo dijo...

Soy nueva leyéndolo, apenas me estoy poniendo al día con las entradas antiguas, pero dejeme decirle algo que deben haberle dicho muchas veces, ¡felicidades! por cumplir de manera tan cabal y hermosa, por decir lo menos, la delicada función que los periodistas tienen en su haber. Leyéndolo uno se transporta al sitio de los hechos y "siente" la realidad de los mismos...

Da muchísima rabia la ineptitud de nuestros gobernantes no sólo ante tragedias, sino ante lo cotidiano de la vida en Panamá, pero también es un llamado a la reflexión interna, pues ¿quién sinó uno mismo es el que permite que estas cosas pasen al elegir a los gobernantes que tenemos?, lamentablemente somos cómplices de estas cosas, pues es más cómodo callar o seguir viviendo la vida loca. Gracias a usted, por no callarse, por no ser cómplice. Abrazos