10/4/08

La hora de los hambrientos

La acomodada sociedad del hipercapitalismo tiene un nuevo problema. Ha sido engendrado, como todos, por ella misma. La insaciable necesidad de consumir, de acelerar la vida artificialmente a punta de excesos sobre ruedas, el tenaz individualismo que excluye la posibilidad de compartir recursos, la mala leche de la publicidad engañosa (es decir, toda la publicidad), la buena cama que disponen nuestros países para especuladores y cantamañanas, el cortoplacismo de casi todo lo que hacemos, la educación por omisión que muchos de los que son padres proporcionan a sus hijos basada en la consola de juegos, la obsesión por lo último, lo más pretty y lo más costoso, la moda para anoréxicas y la bulimia fagocitadora del medio ambiente…
Son tantas las causas del nuevo problema que cualquier análisis se convierte en tesis doctoral. Dirán los Montaner, Vargas Llosa y compañía –ya se sabe: los que no son idiotas latinoamericanos- que esto es catastrofismo de izquierdas, resentimiento de perdedores. Diría el nuevo ídolo de la región de derechas, Uribe, que escribir así es casi como postular a un puesto vacante –hay muchos ahora- del secretariado de las FARC. Diría algún –algunos- articulistas de opinión de este diario que se trata, fundamentalmente, de falta de fe en Dios, el que todo lo estropea (si hubiera que juzgarlo por el paraíso terrenal que creó y a las bestias que puso como criaturas dominantes).
Pero da igual. El problema es real. Muy real. Lo denomina un prestigioso diario como “La revuelta de los hambrientos”. Pongan atención porque esto va a terminar reventando en la Panamá que se enorgullece de crecer al mismo ritmo que China (¿será con el mismo sistema de esclavitud capitalista en el que la mayoría solo son piezas de las cadena de montaje?). Se trata pues, el problemita, de manifestaciones violentas de poblaciones hastiadas de ver como el precio de la leche y sus derivados se ha triplicado desde el año 2000 mientras sus salarios están más congelados que un iglú abandonado. O como se ha duplicado el precio del pollo o del maíz en el mismo lapso.
En México, Camerún, Burkina Faso, Mauritania, Marruecos, Guinea, Indonesia o Senegal ya se han vivido multitudinarias y violentas protestas que han terminado sin solución y con muertes.
Y es que, el dichoso biodiesel, uno de los enemigos públicos número uno del planeta –fomentado por Bush y Lula, entre otras perlas-, y el aumento del consumo de China e India han reventado los mercados. La información detalla como los cultivos para consumo humano han aumentado desde el año 2000 en un 7% mientras que los destinados a biodiesel han crecido un 25%. Ya se sabe: para ver a los pobres sin temer por la seguridad hay que hacerlo montados en un carro veloz y con el aire acondicionado prendido.
El aumento de la canasta básica, entonces, no es un simple indicador de primera página de la sección Negocios. Es el índice de tolerancia de los pobres al cúmulo de injusticias y vejaciones a los que los sometemos cada pinche día de su existencia. A ellos y a sus hijos.
Aguantan la explotación laboral, la triste educación que reciben en las escuelas públicas, el maltrato y la crueldad del sistema de salud que reformó este gobierno para salvar finanzas y no vidas, las humillaciones de las y los patronos que se ofenden porque el ‘servicio’ rompió una copa y se la descuentan del pírrico salario, la desfachatez de los nuevos ricos que ostentan sus dólares como si los hubieran sudado en zanja de carretera, soportan el dolor de no tener futuro y la dura realidad de su presente… pero… el hambre… el hambre no.
La pueden aguantar unos pocos, unos cientos de miles, pero no la mayoría. Y cuando se tocan cosas tan básicas como el maíz, el pollo o los porotos, la cosa pasa de castaño a oscuro y puede provocar reacciones de rabia que rocen la violencia (aunque seguro que tal y como están las cosas en el país les cobraremos hasta la última parada de bus que rompan).
La revuelta de los hambrientos, para consuelo de muchos, no es ideológica. No tendrá, cuando llegue, un partido político instigándola, ni una propuesta de sistema alternativo que nazca de una constituyente –la obsesión inútil de todos los reformistas de Latinoamérica-. Será mucho peor: será rabia pura, violencia sin razón para expresar la angustia y la frustración. Alguien capitalizará el movimiento, seguro, pero comenzará de manera espontánea y despistará a la inútil y costosa policía de Mirones, tan ocupada en los falsos montajes en Jaqué, que no sabrá contener en la ciudad un fenómeno humano que no respeta toques de queda infantiles, leyes de Migración sin cabeza, ni planes de un gobierno sin planes.
[“Llorar dentro de un pozo,/en la misma raíz desconsolada/del agua, del sollozo,/del corazón quisiera:/donde nadie me viera la voz ni la mirada,/ni restos de mis lágrimas me viera.”, Miguel Hernández en la revolución particular de C]

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