10/4/08

Digamos que hoy no es martes

Publicado el 01.04.08

Digamos que se descubre una magnífica reserva de petróleo en Punta Pacífica o en Paitilla. Nadie dudaría que, por el bien nacional, se debería explotar, sacando a todos los vecinos de la zona, con escasas indemnizaciones (¡el Estado no es un banco, por Dios!) y dando en concesión la minita negra a alguna compañía extranjera experta en estas lides (que los cholitos siempre confiamos más en la eficiencia ajena, aunque esta no esté probada).
Digamos, y es solo un suponer, que una de esas multinacionales en busca de incentivos fiscales en el tercer mundo se empeña en instalar su fábrica contaminante cerquita de un núcleo de población como David o Penonomé. Nadie dudaría de que el monto de la inversión y los empleos prometidos (casi nunca comprobados ni en cantidad ni en calidad) justificaría cierta afectación pulmonar o cancerígena para los habitantes de la zona (alegres y agradecidos ante las promesas del desarrollo).
Digamos, y nadie nos puede asegurar que no ocurra, que Panamá se sume a la furia nuclear francesa y decidamos sustituir las costosas y contaminantes termoeléctricas por las ‘limpias’ y silenciosas máquinas de vapor a punta de plutonio. Lógico sería aplaudir tan novedosa iniciativa y condecorar al ministrillo de turno responsable de la gestión (es decir, del regalo).
Son escenarios que parecen improbables pero que, cuando poco, son posibles. En nombre del desarrollo hemos destrozado medio planeta y nadie dice que no vayamos a hacer lo mismo con lo que queda. Para que usted y yo podamos comprar las gangas asiáticas en las megatiendas de Panamá, hay decenas de miles de asiáticos que crían a sus hijos con malformaciones, que sufren cáncer a edades inimaginables y que trabajan en condiciones de esclavitud. Para que usted y yo prendamos la luz con tanta tranquilidad y dejemos focos prendidos por doquier con la alegría irresponsable de infantes, estamos acabando con los recursos hídricos y forestales y desplazando a miles de campesinos, víctimas del exceso de consumo de los citadinos. Para que usted y yo nos comamos una hamburguesa (yo ya no las como hace tiempo), una sola hamburguesa, se debe arrasar con 6 m2 de selva tropical, se consume 500 litros de agua y se erosionan 3 kilogramos de tierra. No está mal. La lección, si es que hay alguna, es que toda acción tiene su consecuencia.
Las campesinas, campesinos e indígenas que tuvieron que vagar en la Plaza Catedral durante 18 días hasta que el presidente se dignó a dedicarles unos minutos de su tan ocupado tiempo lo único que piden es que no se acabe con su paisaje, sus propiedades y su historia en nombre del ‘desarrollo’ sin dialogar antes con ellos. Hidroeléctricas, minas, ahora la promocionada palma aceitera son amenazas directas a su universo por la simple razón que la galaxia consumista de la ciudad necesita más candela.
Piense por un minuto si algo así ocurriera cerca de su casa, en el vecindario, en el lugar en el que usted puso sus pocos ahorros y sus muchas ilusiones. Es probable que no le gustara.
Pero esta gente no es importante. La sordera congénita del presidente de la República, olvidadizo hasta con sus propias palabras, es dramática cuando además de afectar la vida de los ciudadanos, machaca su dignidad ignorando que detrás de cada una de esas personas hay una historia, un rostro, unos anhelos… Bueno será ver algún día a Carlos Slim esperando 18 días a que Torrijos lo invite a un cevichito en el Palacio de Las Garzas.
Yo tiendo a imaginarme a Torrijos, o a cualquiera de sus encorbatados funcionarios, en cocteles, regalando hectáreas al club de yates al que ellos mismos pertenecen, negociando en grande con productores de jamesbonds cualquiera, asistiendo a cumbres internacionales, quejándose de lo agotador que es el trabajo de Estado… incapaces de mirar por el vidrio de las Prado tintadas y blindadas contra toda emoción.
Si tuviéramos dignidad, todas y todos dejaríamos de consumir lo que las empresas devastadoras producen (casi todo), si tuviéramos dignidad no votaríamos a nadie en las próximas elecciones, si tuviéramos un ápice del patriotismo que tanto se nos restriega no cabrían los humanos en Plaza Catedral, nos encadenaríamos todos a las rejas del miedo presidencial y, después, invitaríamos al presidente y sus lacayos a un sancocho sin presa, hecho con agua contaminada de metales pesados proveniente de los ríos panameños, con verduras letales cargadas de fertilizantes químicos y lágrimas de las niñas y niños panameños que están creciendo en un mundo que se desmorona y que todavía no han prendido a robarse las migajas del Canal que llegan en forma de Prodec, maná ridículo y menguado de los réditos de la joya de la corona.
Digamos que hoy no es martes, que el presidente va a cerrar la boca y a escuchar un poco más; digamos que nuestra gente es escuchada; digamos que me despierto…
[Pablo Antonio Cuadra, el PAC patriótico y enraizado: “(…) en la casa que perdimos / en la vieja casa grande junto al río / donde yo vuelvo ahora / donde yo vuelvo siempre / apenas cae un poco de sueño en mis ojos vacíos”. C regresa a la carga].

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