Te acuerdas. Tus abuelos cambiaron el anverso de la Historia
y, durante un breve instante, nos hicieron dignos. Después llegó el silencio de
la muerte, el denso hedor del miedo, la turbulenta quietud de los buenos, el
desprecio cincelado en cada represa… ¿Y tu?, ¿y yo? Aquí tranquilos, inermes
ante la humillación cotidiana, dispuestos a tragar polvo en cada giro del
camino, cansados sin saberlo de ser quienes somos: malos herederos de una
tradición rebelde que quedó en cada muro, de cada cementerio, de cada pueblo,
de cada juicio si juicio, en el que nos fusilaron… ¿sientes, al menos, la
herida?
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