La carne lacerada se empeña en perdurar. Huecos sin sangre ya, olor a pólvora mojada por la lluvia de improperios y mentiras. Un presidente mintiendo, arrepintiñendose de la nada, siguiendo el manual del Perfecto Farsante Latinaomericano o Búlgaro o Español o Africano. Y la carne, sigue, terca en su empeño sediento, molida en la tarde del maiz y la gloria.
No hay disculpas posibles, sino justicia necesaria. No hay perdones otrogados, sino resarcimiento y asco a la impunidad. No hay discursos políticos, sino renuncias inmediatas para asumir el desastre. Las heridas no cicatrizan en el trópico. La memoria anida en ellas.
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