14/7/10

La cólera y el barro



Los gigantes se creen que lo son porque no tienen la capacidad de verse de lejos: tan pequeñitos, tan insignificantes al lado de los seres humanos de carne y hueso, de los dioses que cada día van a trabajar con la lunchera cargada de esperanza.
Los gigantes tienen los pies de barro y la cólera inflamada. Desvisten sus vergüenzas delante de las muchachitas y sueltan el látigo de su poder ficticio contra el coraje de los resistentes. Pobres los gigantes, tan pequeños, tan disminuidos en humanidad, tan deficientes en alma.
Los humanos los miramos con desprecio (y ellos lo saben), con algo de caridad (y ellos lo detestan), siempre con irrespeto (y ellos lo sufren). Despreciamos su pequeñez, su falta de inteligencia, sus toscas formas de proceder. Somos caritativos ante su discapacidad crónica de entender el mundo que los rodea, ante su voraz apetito de poder y acumulación. Irrespetamos su estirpe y su descendencia, las condenamos al ostracismo del ridículo y de la pobre riqueza material.
Hoy, que conozco más de cerca a los gigantes, me parecen más molinos que nunca: un estúpido mecanismo de repetir errores tan poco digno que solo tiene el poder. Nosotros, los humanos, preferimos tener la razón y la dignidad, dos bienes de no-consumo tan escasos en el Olimpo como los pañuelos de papel.

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