16/3/10

Loa al grado de inversión

EL MALCONTENTO


Paco Gómez Nadal
paco@prensa.com

Hay una señora en Mañanitas que ha decidido sentarse en la hamaca a contemplar el grado de inversión que se le va a conceder a Panamá. Considera, con suma prudencia, que eso le dará de comer a sus hijos y que solucionará las pequeñas pruebas diarias a las que la vida la enfrenta.

Un campesino de Veraguas ha dejado sus herramientas y aperos y está dispuesto a pedir un crédito a la banca internacional aprovechando la buena fama que nos da la reforma tributaria para vivir del cuento y endeudarse sin límite.

Parecida es la actitud de un indígena emberá de la cuenca del Chucunaque, quien, presto lector de los diarios nacionales, se ha dado cuenta de que ahora, una vez que las certificadoras internacionales nos reconozcan como un país sujeto de crédito más barato, su vida será más fluida que el futuro metro y sus problemas una broma fácil de superar.

El grado de inversión es la panacea… o una estafa. La macroeconomía, la que es ficticia porque se construye sobre las mentiras estadísticas, tendrá que solucionar todo o no será nada. Imagino yo que si toda una política de Estado gira entorno a conseguir el dichoso grado, será porque tras su concesión todo será más fácil y llevadero.

También imagino que ayuda a la buena imagen del país el hecho de habernos convertido en co–guardianes de la sacrosanta Jerusalén o que ya podamos encarcelar a los niños. Nos falta instaurar la pena de muerte y entonces ya nos regalarán el crédito como premio a la tarea bien hecha. Ya no hace falta que la política económica la dicte el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo, hemos dejado la política pública en manos de las mismas certificadoras e instituciones financieras internacionales que casi llevan a la quiebra al sistema: ¡eso genera confianza!

Vamos bien. Vamos muy bien. Mulino se convertirá en el guardián de las calles, mientras la economía crece y crece y los ciudadanos ven atónitos como sus ingresos aumentan en el papel mientras no pueden comprar ni la canasta ni la básica. Dicen los vendedores del Mercado de Abastos que la cosa está parada, pero es porque no entienden que la mayoría del país se ha volcado a comprar en los Super 99 ante la bonanza virtual de sus cuentas de ahorros inexistentes.

Vamos bien. Una oposición ausente se dedica a contabilizar tránsfugas que confirman que esta democracia es una broma de mal gusto y que, una vez que las urnas ponen a algún malandrín en un puesto, éste puede traficar con sus votos como un narco con el polvo blanco.

Vamos muy bien. El presidente de la República, el todopoderoso Ricardo Martinelli, da órdenes a los gobernadores de firmar y ejecutar órdenes de lanzamiento porque no es posible que cuatro campesinos amenacen la seguridad jurídica de los inversionistas extranjeros que llegan atraídos por nuestro casi–grado–de–inversión; se entregan mochilas y cheques escolares tan tarde que los pobres ya había comprado mochilas, libretas y zapatos a sus hijos porque saben que mandándolos a las pésimas escuelas del país perpetúan el modelo de pobreza y tranquilizan al sector de transportes y logística seguro de encontrar mano de obra barata en el país de las oportunidades; ya nadie habla de la procuradora para evitar zozobra en los mercados de bolsa, y, por supuesto, el tema de las adjudicaciones directas es ya historia porque en un Estado–empresa como este los millones de dólares entregados a amigos son garantía de eficacia y confianza…

Lo más interesante es que alcanzaremos el grado de inversión cuando el grado de conciencia ciudadana está más adormecido y quizá sea esa una condición imprescindible para lograrlo. Un país dormido es cómodo, accesible y seguro jurídicamente. Seguro que los bienpensantes de clase media que sueñan con vivir en Miami responderán que algunos criticamos todo por criticar, que no amamos suficientemente a la patria… Un día despertarán y se darán cuenta de que “el dinosaurio todavía” está aquí (pero como para el grado de inversión no requiere de cultura general tampoco entenderán esta referencia… pobres sujetos de crédito).

1 comentario:

náyade dijo...

El cuento más corto (y más cierto) del mundo.
Un abrazo, Paco.