A veces se viste de negro. Acontece en esas ocasiones que sus hombros rozan las nubes dejando que los tirantes marquen la estrecha vereda de mis vistorias. La piel, tan blanca como cobriza, trémula como luz de vela en noche de suave brisa, suele dibujar olas intermitentes que me mandan mensajes en clave para que me pose en su milpa de poros. Intuyo, siempre atento a las más leves variaciones en su melodía, dos súbitos amaneceres que buscan romper la noche, algunas laderas dónde guarecerse del rocío de la madrugada, siempre el río que permite refrescar el cuerpo antojadizo antes de renacer en sus brazos.
A veces, solo a veces, ella se viste de negro, y casi todo es luz en esta bóveda de nocturnidades y sombras, en este hogar sin dueños donde el orden se parece tanto al caos. En la distancia, mis manos tratan de adivinar el tejido del que está hecha su alma y siempre encuentran materiales nobles de los que pegarse para guarecerse del calor de la rabia.
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