Los procesos políticos contrahegemónicos nacen sembrados de
miedos. Miedo al fracaso, miedo al triunfo, pero miedo también a las corrientes
internas, miedo a la gente para la que decimos trabajar, miedo a que no haya
‘control’, miedo a perder los galones que nunca sirvieron de mucho, miedo a la
institucionalidad y miedo a los movimientos sociales, miedo a no ser lo que
creemos ser…
Por eso, cualquier iniciativa en busca de la unidad popular
debe prescindir del miedo y jugar con cierta osadía despreocupada.
Los últimos meses han sido complejos para los que anhelamos
esa unidad popular cocinada a fuego lento. He aquí algunos de los factores que
creo que nos han afectado:
-
Las
prisas electorales: la presión de lo electoral responde a la necesidad de
desalojar del poder a aquellos políticos que están siendo tóxicos para nuestras
sociedades. Pero esa prisa y esa necesidad han provocado mutaciones políticas y
apaños postelectorales que pueden lastrar el futuro.
-
La
abducción: los partidos tradicionales han decidido dejar de pelear con los
‘emergentes’ y cada uno ha elegido pareja. El PP ha optado por la familia
tradicional y se ha casado con Ciudadanos. El PSOE ha decidió tener una
aventura más incierta y progre y, después de negarse a pronunciar el nombre de
su amante, ahora le propone compartir piso en La Moncloa.
-
La
mimetización: Ganar, ganar, ganar… esa es la palabra que se repite en un
mundo donde los perdedores son leprosos sin Lazareto en el que esconderse del
escarnio. Para ganar no hay que desalambrar, dicen los gurús del nuevo milenio:
más bien la técnica es mimetizarse con el enemigo para que sus votantes te
voten. El problema es que en el camino se pierde lo poco de auténtico que se
tiene. Si ser socialdemócrata en el siglo XXI es la nueva política, entonces el
fascismo también puede tener un buen espacio de crecimiento.
-
El
tactismo: No es nuevo el tactismo, pero sí está adquiriendo dimensiones
bíblicas en estos meses. Todo es válido a cambio del asalto a unas
instituciones que, a la velocidad que se modifican los programas, se
convertirán en unas organizaciones de ‘rescate ciudadano’ sin capacidad para
intervenir en los problemas estructurales o para mermar el poder de los
mercados sobre el ejercicio de la política.
-
El
votante mediático: si la irrupción de Podemos fue impresionante en las
Europeas, no lo ha sido así en las autonómicas. Es cierto que ha entrado en los
13 parlamentos en juego con 1,7 millones de votos conseguidos y que, teniendo
en cuenta que no existía hace año y medio, es un buen resultado para un partido
emergente. Pero no lo es para una organización que aspira a cambiar todo
gobernando. Podemos ha incidido más en el resto de partidos políticos que en el
electorado. Desarticulada la participación masiva en los círculos locales e
institucionalizada la propuesta, Podemos parece seguir la hoja de ruta que le
marcan los medios y el establishment para
poder ser aceptado en el club de los que esperan gobernar.
-
El
enemigo: algunos han considerado que el enemigo es el PP, cuando, tal y
como se está demostrando en el caso de Grecia, el enemigo real son los
mercados, el capital. Son los que mandan, esté el PP, el PSOE o el PRC en el
poder. Son los partidos que, por “razones de Estado” siguen apoyando o siendo
ambiguos con el TTIP o con los nuevos acuerdos con las fuerzas armadas de EEUU
para la ocupación de bases militares. Al capital no le molestan los partidos
emergentes mientras no toquen la estructura en la que se apoya su beneficio sin
límites. Por tanto hay que tener claro que si se quiere cambiar el estado de
cosas habrá que situarse en posiciones de extrema incomodidad apoyados en un
aparato complejo y efectivo de comunicación y, ante todo, en un sólido músculo
movimentista de base.
-
Los
lastres: hay lastres para cualquier proceso de confluencia plural. Casi
todos nos podemos convertir en lastre. Pero identificaré algunos con claridad.
Uno es el de los partidos que se creen, desde hace décadas, con el monopolio de
la izquierda. Fracasado su proyecto, contaminados en territorios concretos
(como Extremadura o Andalucía),
incapaces de apoyar a su propio candidato, aferrados a su dogma y a sus
estrategias de coaptación de todo lo que se mueve, Izquierda Unida en Cantabria
ha demostrado que no ayuda. Sus discursos de cambio ya no son creíbles y
algunos de sus miembros siguen jugando a una estrategia tóxica que llega al
fracaso en busca del beneficio propio. Creo que muchos de sus militantes están
cansados de una estrategia que lo único que ha hecho es poner a esta formación
al borde de la desaparición y también estoy seguro de que esas militantes son
activos magníficos para la confluencia plural. Tampoco ayudan los ‘medradores’,
que los tenemos de muchos pelajes, a los que les gusta el poder y controlar los
procesos. Los ‘trolls’ tienen oportunidades allá donde los movimientos o los
procesos son débiles, pero tampoco hay que tenerles miedo. Contra los
paracaidistas lo que funciona es el trabajo y la acumulación de diversidad.
Cualquier proceso de unidad popular real tendrá que nacer de
la alegría de hacer política sin prejuicios, desde una izquierda no dogmatizada
que sin vergüenza de su historia no se sienta presa de ella. Cualquier proceso
de confluencia no tactista deberá partir de ciertas verdades, de no tener miedo
a reconocer que Podemos ha supuesto una ruptura, pero que de seguir por la ruta
que ahora transita será un a herramienta insuficiente. No hay boicots a
Podemos, hay desborde ciudadano, hay necesidad política de ir más allá de los eslóganes
y de los cálculos meramente electorales.
Todo militante que ha estado involucrado en anteriores
intentos puede caer en cierto pesimismo, en un nihilismo político paralizante.
Considero que el pesimismo o el derrotismo es una manifestación más del miedo.
Miedo a equivocarnos o miedo a no conseguir lo que anhelamos. La realidad es
que lo que no se intenta no puede acontecer y que somos fruto de la acumulación
de errores y aciertos. Nos toca aportar nuestra cuota a la historia.
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