29/10/11

De certezas


Podría ser derrotista. Y Lo soy. Podría proclamar el fin de los tiempos; la torpe imposibilidad de reinventarnos; la estúpida manía de suicidarnos cuando no hay altura para el salto. Y lo hago. Se me ocurre a veces rendirme, o sacar el bajo instinto de la cobardía que todos controlamos con dificultad; incluso, entre susurros, me digo que si hay un sentido es el del camino cortado, el del puente dinamitado durante nuestro orgulloso paso. Explosivos dispuestos.

Miro a mi alrededor. El simple cansancio sustituye a la compleja ilusión. Sólo una obligación moral autoimpuesta; sólo la tenaz tarea de abordar el sinsentido, me obligan a dar el siguiente paso.

Pero luego… luego te abrazo. Tu temperatura se cuela en el frío reducto de mi espíritu; tus ojos desnudan mi discurso y lo hacen puro; tus manos delinean un camino más venturoso, mínimo, imprescindible, luminoso. Y las dudas, la derrota, el furibundo cansancio del atardecer se convierten en alborada, en promesa sin decepciones, en un promisorio hoy que se estira en el tiempo que nosotros nos otorgamos.

Entonces, tímido y avergonzado por la racionalidad de mi genética, me rindo ante la evidencia de este amor, claudico con una decisión vital incontenible, me decido a vivir sin más y hasta donde tu estés. No hay derrota en este territorio de certezas desprovistas de todo desmedro.

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