
Por eso, en mi lista de deseos y propósitos para el nuevo
año está de número uno: “Radicalizarme”. Pensaba que ya lo estaba, pero
constato con pavor que me falta mucho para poder provocarles el pánico
necesario a esta banda criminal que nos desgobierna y nos saquea todo los días.
El adjetivo radical formará parte intrínseca de mi nombre y buscaré la forma de
generar desazón y zozobra en todos aquellos que usan la corbata como guadaña y
la falda como mortaja.
Los radicales a los que temen no son en realidad radicales,
pero son útiles para su sainete. Los radicales –antisistema, etc, etc- a los
que temen hablan de rescate ciudadano en lugar de rescate bancario, anhelan el
empleo en lugar del emprendedurismo, se refieren a la concordia antes que a la
competitividad y se atreven a poner encima la soberanía de los pueblos en lugar
de la pétrea constitución dictada por los poderosos. No es tanto lo que piden.
Si realmente fueran radicales –antisistema, anticapitalistas, antipatriacales-
igual estaríamos hablando de renacionalizar todos los servicios públicos y los
sectores estratégicos, de fijar un súperimpuestos a las transacciones
financieras, de clavar un IRPF del 58% a las SICAV, de acabar con la
desigualdad salarial entre hombres y mujeres, de acabar con la educación
concertada [de acabar con la educación privada, en realidad], de establecer el
aborto libre y gratuito, de acabar con el 100% de los privilegios de la Iglesia
católica, de acabar con todas las leyes mordazas que nos atenazan, de abrir las
fronteras dese la fraternidad y la racionalidad, de romper la perversa cadena
oligopólica de las cadenas de supermercados, de instalar la revocatoria directa
a cualquier cargo electo…. En fin… si fuéramos radicales seríamos radicales.
Estos cabrones [hombres cabrones y mujeres que se comportan como hombres
cabrones] tienen la suerte de que somos los radicales útiles que ellos quieren
en lugar de los radicales libres que deberíamos ser.
Pues eso, este 2016 será el año de los radicales… nosotras
decidimos de qué tipo.