No están hechas las sendas para sentir su rugosidad en las
plantas de los pies; como tampoco vivimos como para que las emociones tengan
sentido. El equívoco provoca angustia a las personas que, armadas de alma, se
empeñan en hacerse preguntas, en acariciar al otro o en entender el devenir.
¿Cómo puede unos creerse con el monopolio de la moral, de la
razón o de los cartuchos cargados? ¿Quién es tan puro como para creer que el
resto, todos, sin excepción, se equivocaron en sus apuestas? ¿Quién demonios ha
cedido su capacidad de pensar, de sentir, en terceros vestidos de armiño?
Sentir es vivir con una alegría triste cada instante; dejar
que el dolor se resbale por nuestra piel con la misma intensidad con que la saliva
elegida penetra en nosotros; provocar pequeños terremotos alrededor y estar
dispuesto a colarse en sus brechas… Pero sentir, por poco pragmático que nos
parezca, es el único camino posible en la revolución pendiente. Sentir desde lo
político, sentir desde nuestro cuerpo –primera trinchera política que tenemos-,
sentir el dolor ajeno tanto como nos permitamos el propio, sentir (nos)
poderosos aunque apenas seamos una amalgama de huesos y vísceras débil y
vulnerable.
¡Sensiblindad el planeta! Provocar que las emociones
impulsen cada paso propio o ajeno, instigad las pasiones, desatad la capacidad
de sentir los atardeceres como cabalgamos los orgasmos plenos y desinhibidos… a
sensiblindad, que el tiempo apremia y las cicatrices se enquistan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario